El tiempo

Autor: Francisco Bascuñán Letelier | Fecha: 2014-03-20 | ID: 78 | Categoría: Alma | Tema: Metafísica | Tipo: Pensamientos

Francisco Bascuñán Letelier
Agosto 2008

¡Qué veleidoso es el tiempo!

A veces pasa rápido, a veces lento.

Sin embargo el tic-tac tic-tac del reloj es siempre el mismo.

Nos abarca y nos dimensiona la vida; desde el chillido del primer diente hasta la aventura de la vida después de la vida, pasando por primaveras y ocasos, alegrías y tristezas.

¡Qué veleidoso es el tiempo!

Recuerdo casi todo lo que pasó ese año del primer grado de colegio. Me acuerdo el año, mi edad, el lugar, mi profesora, mis compañeros, lo que hacíamos, en fin, casi todo. Igual me pasa con el segundo al quinto grado. De ahí en adelante, los recuerdos ya no son tan exactos, me acuerdo de los profesores y mis compañeros, que fueron los mismos hasta el término del colegio; pero los hechos los tengo más difusos en mi memoria, no recuerdo bien si un determinado acontecimiento sucedió en uno u otro año. Y así ha ido pasando el tiempo, degradando los recuerdos, a tal punto que hoy no estoy bien seguro si un hecho pasó hace dos, tres o cuatro años atrás. Sin considerar los síntomas de Halzaimer propio de nuestra edad, esto tiene una lógica y es que cuando se me cayó el primer diente fue un año en que había transcurrido un séptimo de mi vida, en estos días un año transcurre en un setentavo de mi vida. Es diez veces menos importante, o mejor dicho, menos trascendente, menos impactantes para nuestras mentes, para nuestros recuerdos y nuestras conciencias. (Tiempo Subjetivo. J. Leniz –Revista del Inst. de Ingenieros de Chile)

Me da la idea que el  tiempo transcurrido toma peso de acuerdo a nuestra capacidad de tomar conciencia sobre lo sucedido en ese lapso; lo que en ciertas circunstancias, lo sucedido es trascendente, en otras no lo es, dependiendo de nuestra atención. Digamos que el “tic tac” del reloj es como un “sum sum” de nuestra conciencia.

Al respecto, el otro día conversando con mi hijo Pancho, nos imaginamos a otro ser evolutivo con características del hombre, pero tan pequeño que fuera capaz de vivir en el electrón de un átomo. Sabemos que un electrón gira en sí mismo y también alrededor de su núcleo, como la tierra lo hace en sí misma y alrededor del sol (el ejemplo no es muy académico, pero sirve). O sea, este ser podría vivir como lo hacemos nosotros pero en un mundo pequeñito, y a lo mejor hasta existe. La diferencia que tendría con nosotros es que evolucionaría a una velocidad tanto más rápida como la relación entre la rotación del electrón y la del planeta tierra. (Para nosotros la velocidad del electrón es tan, pero tan rápida, que nunca podemos saber donde se encuentra. -Mecánica Cuántica-).  Sin embargo, nada podemos decir del “sum sum” de la conciencia entre el ser evolutivo pequeñito y del ser humano; pero de acuerdo a la ley natural, sería dable pensar que la capacidad de conciencia del pequeñito podría ser menor que la del ser humano. 

Por otro lado, podemos pensar que nuestra galaxia de estrellas podría formar parte de una gran estructura molecular superior. Un ser evolutivo que viviera allí, un grandote, nos vería a nosotros como seres diminutos, nuestro lapso de tiempo de vida imperceptible para él, y su “sum sum” de conciencia podría ser infinitamente superior. Lo que para nosotros es una vida, para el grandote podría ser sólo un soplo; a su vez, la evolución de la vida del grandote, para nosotros es inimaginable e incomprensible.

Así, los suceso transcurren en un “tic tac” del reloj y en un “sum sum” de conciencia.

¡Este pensamiento sí que forma parte de la teoría de la relatividad!

¡Qué veleidoso es el tiempo!

Pero todavía nos quedan otros sucesos aun más volados. Son los que ocurren en un espacio sin tiempo, atemporales; y los que suceden sólo en el tiempo, en ningún espacio. Los suceso atemporales, los sin tiempo, son los suceso que pertenecen a la evolución del “alma”; y los que suceden fuera del espacio, sólo en el tiempo, son los que pertenecen a la evolución del “espíritu”.

Sucede que en el “sum sum”, cuando uno toma conciencia, empiezan a jugar dos elementos que nada tienen que ver ni con el tiempo ni con el espacio; me refiero al “bien” y el “mal”. Justamente en eso consiste la conciencia y su evolución tras la pretendida reconquista del paraíso. Si actúo con “amor”, me inclino por el “bien” hacia los demás; caso contrario, si actúo con egocentrismo, por la conveniencia personal, ausencia del “bien”.

Este elemento, el de la conciencia del bien y del mal, se puede manifestar en un espacio o en un tiempo.

Si lo hace en un espacio, forma un suceso o una personalidad, sin tiempo, atemporal. Esta personalidad es lo que llamamos “alma”.  Esta “alma”, como no depende del tiempo, se puede manifestar en cualquier momento, pasado, presente o futuro; es una especie de máquina del tiempo, con la diferencia que no es una ficción, es real. De hecho rezamos por los muertos y por los que vienen, por lo que pasó y por lo que va a pasar; en definitiva, nuestra oración pretende influir en el pasado y en el futuro, influir en la existencia misma.

Si la manifestación de la conciencia se hace sólo en el tiempo, se forma otra personalidad que llamamos “espíritu”, no se materializa, no se ve, pero se siente, se intuye, no importando el lugar que sea, con mayor o menor intensidad, pero en forma permanente.

Este complejo pensamiento, y que evidentemente se puede aun llegar a mayores profundidades, hace diferencia entre “alma” y “espíritu”.

¡Qué veleidoso es el tiempo!

Desde lo pequeñito a lo grandote, lo cierto es que la naturaleza siempre nos mantiene atentos y nos guía; es cuestión de escuchar.   

Vino como un soplo
sólo me rozó;
y se fue como el viento
hacia algo parecido a una roca firme,
estable, inamovible.
Pero no era roca,
estaba mirando al cielo.

Enviar

Ir al inicio