Discurso del Gran Toqui Lientur a favor de la vida de su prisionero don Francisco Javier Núñez de Pineda y Bascuñán, caído en la batalla de Las Cangrejeras (El cautiverio feliz)
Autor: Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán | Fecha: 2014-11-11 | ID: 696 | Categoría: Cosmos | Tema: Ciencias sociales | Tipo: Testimonios
(Parte del Libro El cautiverio feliz)
Después del desastre de la batalla de Las Cangrejeras, Don Francisco Javier (20 años de edad) cayó prisionero del cacique Maulicán, y es ante su inminente muerte, cuando interviene el Gran Toqui Lientur (Gran Toqui es como Gral. en Jefe de los Araucanos) Leamos:
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Y al tiempo que aguardaba de sus manos la privadora fiera de las vidas, llegó a dilatármela, piadoso, uno de los más valientes capitanes y estimados guerreros que en su bárbaro ejército venían, llamado Lientur. Por haber sido su nombre respetado entre los suyos y bien conocido entre los nuestros, le traigo a la memoria agradecido y porque las razones y palabras que pronunció, discreto, no son para omitirlas.
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Cuando al capitán Lientur -caudillo general de aquel ejército- vi entrar armado desde los pies a la cabeza, sobre un feroz caballo armado de la propia suerte, que por las narices echaba fuego ardiente, espuma por la boca, pateando el suelo con el suelo de las cajas y trompetas, y no podía de ninguna suerte estar un punto sosegado, sin duda colegí que el personaje referido llegaba de refresco a poner en ejecución la voz del vulgo y llevar adelante con su apoyo la dañada intención de sus clamores y que, con efecto, venía a poner término a mis días. Más atemorizado que antes, volví al cielo los ojos, y a nuestro Creador.
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Acercose a nosotros Lientur -guerrero, capitán, como piadoso- y razonó de la suerte que diré: lo primero con que dio principio fue con preguntarme si yo era el contenido hijo de Álvaro, a que respondí turbado que yo era el miserable prisionero. Porque lo que a todos era ya patente, no podía ocultarlo más,... en cuyas razones y apacible rostro... eché de ver la aflicción y pesar con que se hallaba por haberme conocido en aquel estado, sin poder dar alivio a mis trabajos, por no ser, para librarme, absoluto dueño. Volvió con esto los ojos a Maulicán mi amo, diciéndole las palabras y razones siguientes:
«Tú solo, capitán esforzado y valeroso, te puedes tener en la ocasión presente por feliz y el más bien afortunado, y que la jornada que hemos emprendido se ha encaminado sólo a tu provecho, pues te ha cabido por suerte llevar al hijo del primer hombre que nuestra tierra ha respetado y conocido. Blasonar puedes tú solo y cantar victoria por nosotros; a ti solo debemos dar las gracias de tan buena suerte como con la tuya nos ha comunicado la fortuna: que aunque es verdad que habemos derrotado y muerto gran número de españoles y cautivado muchos, han sido todos los más «chapecillos» (que así llamaban a los soldados bisoños, sin oficio y desarrapados), que ni allá hacen caso de ellos, ni nosotros tampoco. (Repito lo que formalmente fue diciendo). Este capitán que llevas es el fundamento de nuestra batalla, la gloria de nuestro suceso y el sosiego de nuestra patria. Y aunque te han persuadido y aconsejado rabiosos que le quites luego la vida, yo soy y seré de contrario parecer, porque con su muerte ¿qué puedes adquirir ni granjear, sino es que con toda brevedad se sepulte el nombre y opinión que con él puedes perpetuar? Esto es en cuanto a lo primero. Lo segundo que os propongo es que, aunque este capitán es hijo de Álvaro, de quien nuestras tierras han temblado y nosotros le soñamos (sólo con saber que vive, aunque cojo, viejo e impedido), y de quien siempre que se ofreció ocasión fuimos desbaratados y muertos muchos de los nuestros, fue con las armas en las manos y peleando, que eso (es de) valerosos soldados, que lo mesmo ha ... nosotros. Mas a mí me consta del tiempo que asistí con él en sus fronteras, que, después de pasada la refriega, a sangre fría a ningunos cautivos dio la muerte; ante sí, les hizo siempre buen pasaje, solicitando a muchos el que volviesen gustosos a sus tierras, como hay algunos que gozan de ellas libres y asistentes en sus casas con descanso, entre sus hijas, mujeres y parientes, por su noble pecho y corazón piadoso. Y lo propio debes hacer generoso con este capitán, tu prisionero, que lo que hoy miramos en su suerte, podemos en nosotros ver mañana».
Y, volviendo las ancas del caballo, dejó a los circunstantes mudos y suspensos, con que cada uno por su camino se fueron dividiendo y apartando de nosotros, y yo quedé a tamaño beneficio.
Nota de la edición:
¡Qué enseñanza de magnanimidad ¿no?!
Al menos ante nuestros ojos,
Lientur quedó como magno,
atributo muy preciado por todo líder,
pero sólo algunos bendecidos.
Un homenaje de agradecimiento
al Gran Toqui Lientur,
en nombre de todas las
Familias Bascuñán
ya que, en un momento,
todas de él dependimos.