Devocionarios
Autor: Edmundo Moure Rojas | Fecha: 2014-10-26 | ID: 682 | Categoría: Alma | Tema: Arte | Tipo: Pensamientos
A Nuestra Señora del Encuentro con Dios, que con
su amorosa y maternal Providencia ha hecho posible
la publicación de estas páginas para gloria de su
Divino Hijo y salvación de muchas almas…
Omnis Terra Gloria Dei
Señor abre mis labios… Y mi boca proclamará tu alabanza
Venid, adoremos al Señor, rey de las vírgenes. Aleluya.
La fe venía de mi abuela materna y de su hijo, el tío cura; la fe católica, apostólica y romana, con sus ritos solemnes y misteriosos, pronunciados en el hermoso y extraño latín; con sus dogmas, el pecado, la culpa y el miedo a las transgresiones. Abuela Fresia rezaba con la ayuda de su devocionario mariano y tío Mario lo hacía con el libro de las horas, cuyo título me atraía, al punto de imaginar que yo iba a escribir en adelante un libro poético con ese nombre… Más de alguna vez oré con ella, arrodillado frente a la cómoda cubierta de mármol que oficiaba como su altar personal, y mi memoria conserva aún algunas palabras de aquellos manuales de oración que, en el caso de la abuela, reemplazaban a los libros menos devotos, a menudo inconvenientes, que mi padre leía cada noche, antes de conciliar el sueño.
En los días rebeldes de la adolescencia, yo estaba convencido que Jesús el Cristo hablaba en el latín de los romanos, hasta que don Pedro Orellana, un fabricante de brochas y pinceles, cliente nuestro de la ferretería, activo protestante de la iglesia adventista, me dijo que el Redentor se expresaba en arameo y yo le pregunté dónde podría aprender esa lengua, porque entonces ya intuía que la patria es la lengua, como se ha dicho y repetido, desde Goethe hasta Hannah Arendt, pasando por el insigne Castelao, y si llegaba a descubrir la patria del galileo, todo estaría resuelto para mí.
Don Pedro, con esa bondad proverbial que he percibido en muchos cristianos auténticos y en algunos ateos virtuosos, me explicó que el arameo antiguo fue el idioma original de grandes libros de la Biblia, como los de Daniel y Esdras, así como la lengua principal del Talmud, y es todavía hoy el idioma de uso de algunas pequeñas comunidades de Oriente Medio que no se valen del árabe. El arameo pertenece a la familia de las lenguas semíticas, que incluye a las lenguas cananeas, como el hebreo…
-No creo que en Chile alguien pueda enseñártelo, -me dijo sonriente-, pero no es necesario que lo aprendas, porque tenemos excelentes traducciones en castellano, Casiodoro de Reina mediante.
Participé en unos cursillos sobre la Biblia, en el templo adventista de la avenida Ossa, cerca de casa, pero la fe tampoco estaba allí, entre esas palabras contradictorias para mi entendimiento, que fluctuaban entre el amor, la caridad y la mansedumbre, con el castigo eterno y las huestes pavorosas del Señor de los Ejércitos, implacable y cruel con los enemigos del “pueblo elegido”, al que pertenecíamos los discípulos de Cristo, herederos de aquella prerrogativa judía, aunque el nazareno hubiese dicho que su Padre no discriminaba entre todos los hijos de Dios, incluyendo negros, chinos y sudacas... Por otra parte, yo no veía manifestarse el espíritu cristiano del nuevo reino en una sociedad donde la tónica parecía (y parece) ser la desigualdad, el abuso expoliador sobre el prójimo y una injusticia a ratos velada por la hipocresía o el abierto cinismo de quienes ejercían el poder, ya fuese económico, político o religioso.
No obstante mi creciente escepticismo, jamás pude omitir mi admiración por el don o gracia de la fe, ejemplificada en los seres que conocí de cerca y en otros cuyo testimonio parece refrendar una ignota trascendencia de nuestros afanes en la precariedad del existir, en medio del cósmico desasosiego por el tiempo fugitivo y la inevitable decrepitud humana. Alguien afirmó que Dios existe, a pesar de todas las religiones que han pugnado y pugnan por administrarlo y extraerlo del corazón humano... Es posible, pero carezco de la certeza rotunda de los creyentes, aunque no me niegue a su posibilidad… Mi amigo, el cantautor popular y payador, Pedro Yáñez, me dijo, hace unos meses: -“Yo recibí la revelación del Hacedor, una tarde, en mi pueblo de Campanario, observando desde la ventana la belleza y perfección de una mariposa amarilla”.
Y claro, es más probable que el Supremo, o quien sea que haya hecho detonar el big-bang, para después ir armando el puzzle de células y partículas, con infinita paciencia, llegue a nosotros por una revelación poética, por el asombro estético de la naturaleza o bajo el fulgor de las palabras… Por eso, a estas alturas de mi vida, y sin traicionar la dulce memoria de mi abuela, he adoptado para mi uso cotidiano un devocionario especial, o libro de las horas, si prefieren, a cuyas frases apelo antes de dormir, con el sueño ya ligero de la vejez que busca senderos flanqueados de recuerdos… Se trata de un ejemplar de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha; leer cada día un capítulo, o la mitad si se puede, antes de cerrar los ojos, es elevar las mejores preces a un Dios que, si nunca ha escrito nada, estoy seguro que es buen lector, capaz de leer nuestras voces de buena voluntad, como si estuviesen ya grabadas para siempre en el libro de los libros.
Anoche, a lo largo del capítulo XXII de la primera parte, en la historia de la liberación de los galeotes, leí este ruego que lleva su contrición y su penitencia:
“Pasó adelante don Quijote y preguntó a otro su delito, el cual respondió con no menos, sino con mucha más gallardía que el anterior:
“-Yo voy aquí porque me burlé demasiado con dos primas hermanas mías y con otras dos hermanas que no lo eran mías; finalmente, tanto me burlé con todas, que resultó de la burla crecer la parentela tan intrincadamente, que no hay diablo que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, me vi a pique de rematar en la horca, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí: castigo es de mi culpa; mozo soy, dure la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, señor caballero, lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo, y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones por la vida y la salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su presencia merece.
“Éste iba en hábito de estudiante, y dijo uno de los guardias que era muy grande hablador y muy gentil latino…”
Después de todo, Don Quijote, a la vera del bueno de Sancho, su escudero, se iba tornando escéptico, aunque no dejase de soñar.
Edmundo Moure
Abril 2014