Orden y sentido en la educación
Autor: Francisco Bascuñán Letelier | Fecha: 2014-08-05 | ID: 670 | Categoría: Alma | Tema: Valores | Tipo: Pensamientos
Mucho se habla, no sólo en Chile sino que a nivel mundial, sobre grandes reformas que tienen relación con impuestos, distribución del dinero, educación, forma de elegir autoridades…
También se escuchan soluciones que generalmente corresponden a la cola de los problemas y no a su fundamento, y casi todas sesgadas por ideologías partidistas. Todos opinan de acuerdo a sus necesidades, lo que pareciera estar correcto, pero en cuanto a soluciones la mayoría se atiene a consignas partidistas y no a una reflexión personal.
Da la idea que falta orden y sentido a nuestros pensamientos.
La ‘educación’ forma parte importante de la discusión ya que por fin, después de tantos años de discusión, se llegó a la conclusión de que la superación del hombre pasa irrevocablemente por la cultura como conocimiento integral, que incluye tanto al aprendizaje técnico como al desarrollo espiritual. Un pueblo no pasa a ser desarrollado sólo por alcanzar US$20.000 per cápita al año si a su vez sus individuos no saben comportarse con valores espirituales que lleven a forjar un mejor hombre.
La educación, como todo en la vida, tiene un sentido y un orden. El sentido es la formación de hombres cultos y el orden es el medio para lograrlo. No al revés. Lo que aquí llamamos sentido es lo que en las pancartas se lee: calidad. Es tan lógico. ¿Por qué tanto miedo de hablar sobre ‘calidad o sentido’ en la educación? Pareciera que no se desea discutir sobre los ‘valores’ en los que se pretende fundar la educación. Y esto porque también se estaría confundiendo el sentido con el orden.
Pongamos un ejemplo de una situación sobre la cual se desea educar: la solidaridad. Hemos dedicado años tratando que el sujeto, niño primero y adulto después, se comporte como una persona solidaria. Para ello, insistimos en predicar la necesidad y la obligación de que la persona que estamos educando, se comporte solidariamente porque es más conveniente para todos, porque los ricos deben ayudar a los pobres, porque Jesús lo dijo, porque si no te vas a condenar, bla, bla, bla… Puede que todo lo que se diga sea cierto y verdadero, pero considero que no es el orden. Y si verdaderamente no los es, podemos pegarnos cuantos cabezazo sea contra una pared y no la vamos a poder traspasar. La solidaridad, debiera ser el resultado de un desarrollo más básico, tenemos que colgar las ramos del tronco y no el tronco de las ramas. Estos troncos es lo que llamamos ‘valores’. En el caso de la solidaridad, que estamos hablando, el valor es el amor. A su vez, el amor está íntimamente ligado a la libertad ya que sin ella no se puede ejercer el amor, por lo que se constituye en otro valor, así el honor, el valor de la palabra, la fidelidad, el compromiso, el patriotismo, etc. van constituyendo una matriz de valores sobre la cual puede descansar una base social sana, culta y desarrollada.
El aquilatamiento de ‘valores’ en el alma de cada individuo, pasa por un desarrollo espiritual personal, por el sentir la necesidad de ir ampliando la conciencia individual, para así lograr dar sentido al hecho de darse a los demás como requerimiento de nuestra alma, no como una exigencia o imposición externa. En el ejemplo en comento, nuestro individuo debiera logra ser solidario por evolución y convicción propia y no por ser obligado a ello con dogmas externos.
Esto que analizamos, no se restringe sólo a la educación, sino que se manifiesta en todas las cuestiones fundamentales de la sociedad, y por consiguiente es importante pensar claro y tener siempre por norte el sentido y el orden, cuando intentamos realizar transformaciones profundas que afectan el modo de vida de toda una sociedad, y que en este caso, por Dios que las necesitamos.
Si nos ponemos de acuerdo en lo anterior, la dificultad recién empieza y no por las inversiones que requiere para un desarrollo espiritual personal, sino que por la pregunta obvia: ¿Quién de nuestros profesores, o ‘maestros’ como debiera ser, está preparado para indilgar a sus discípulos hacia un adecuado desarrollo espiritual? Más aún si la formación de valores, como sabemos, debe iniciarse a temprana edad, en la cuna, en los parvularios entre juegos y juegos, y continúa durante toda la vida cuando las tentaciones se hacen cada vez más difíciles de esquivar. Pareciera que la formación de maestros es una de las claves del problema.
Por más difícil que sea la respuesta, se debe hincarle el diente cuanto antes. Para ello, es muy necesario desprendernos de cualquier careta y seguir, sin temor, el camino del sentido común y el que nos indique nuestra conciencia ya que en ella está grabado todo el bien y todo el mal; y sabemos perfectamente cual es cual.
Francisco Bascuñán Letelier
Los Maitenes, Agosto 2014