Erotismo y sexo
Autor: Edmundo Moure Rojas | Fecha: 2014-08-25 | ID: 666 | Categoría: Alma | Tema: Arte | Tipo: Relatos y comentarios
VII.- EROTISMO Y SEXO. (DIÁLOGOS)
-¿Cómo definiría usted esta palabra sugerente, erotismo?
-Dio en el clavo; verba o concepto que sugiere, no que se manifiesta ni expresa de manera tácita o rotunda, como la palabra sexo.
-Según el diccionario, en una primera acepción, erotismo es: “conjunto de elementos que forman parte de la excitación y placer de los sentidos en las relaciones sexuales de las personas”.
-También, si me permite: “Carácter de lo que excita o provoca el deseo sexual de una persona”.
-Entramos en el terreno de lo vulgar, hablando del erotismo como una excitación para el inmediato goce sexual, donde se disgrega o esfuma…
-Hay todavía una tercera versión: “Expresión de las relaciones amorosas y sexuales entre las personas en una obra artística”.
-Al menos nos acercamos al propósito de este diálogo, entender y apreciar lo erótico en su aspecto estético, antes de sublimarlo en la unión copular que pareciera ser su fin último: el sexo desnudo y explícito que es hoy moneda de cambio.
-Previo a ello están las incitaciones y juegos del cortejo… Pero antes de entrar en materia debemos convenir que lo erótico pertenece aún a los ámbitos del terror humano, como bien lo expone Georges Bataille en su notable ensayo “El Erotismo”.
-Fuimos educados bajo el anatema judeo-cristiano-católico del sexo… El maestro Bataille lo dice, con claridad meridiana, a través de una breve imagen descriptiva: “La santa, llena de pavor, aparta la vista del voluptuoso: ignora la unidad que existe entre las pasiones inconfesables de éste y las suyas”. También lo místico está cargado de erotismo, como apreciamos en Teresa de Ávila y en Juan de Yepes.
-Se entiende, pero en todas las culturas que conocemos el sexo posee un nimbo sagrado y sus transgresiones son reprimidas o al menos cauteladas dentro de una orientación protectora del grupo, clan o tribu. Los márgenes de erotismo y voluptuosidad corresponden a determinadas cosmogonías y a sus presupuestos de control colectivo.
-Cierto, como lo explica, es razonable. Pero alejémonos de referencias eruditas, aunque sea por un momento, y vamos a situaciones concretas. ¿Cuál fue su primera experiencia erótico-sexual?…
- Resulta incómodo hablar de ello, pero ha pasado más de medio siglo, y en honor a nuestra voluntad de profundizar en el tema, se lo contaré, aunque antes de aquel suceso, no tan remoto en la memoria, hubo acontecimientos nacidos con el despertar del pasmo abisal, para emplear el lenguaje de Sigmund, el gran obseso del tópico, si me permite la irreverencia con ese fino escritor y controvertido psiquiatra…
-Vuelvo a Bataille –perdóneme, sólo esta vez-, porque me parece que viene como anillo al dedo: “No pienso que el hombre tenga la más mínima posibilidad de arrojar un poco de luz sobre todo eso sin dominar antes lo que le aterroriza”.
-Bien. Entonces, colijamos que el pudor tiene que ver con ese antiguo miedo, con los tabúes traspasados de generación en generación.
-Pero es preciso que sepamos apreciar de qué manera los presupuestos de la religión cristiana, en sus distintas variantes, y los impulsos y matices de la vida erótica constituyen una unidad que nos desafía a desentrañarla, pero jamás a escindirla en mundos cerrados y contrapuestos, como se estila ahora al propugnar, sin más, el libertinaje sexual o el sexo explícito, desacralizado…
-…Que significa la muerte o la desaparición del erotismo, como lo entendemos, para desembocar en una cierta brutalidad del apremio sexual, que yo no calificaría de animal, porque entre nuestros hermanos animados de las especies llamadas inferiores, las manifestaciones eróticas desempeñan un papel de máxima importancia, y llegan a asombrarnos con su riqueza expresiva.
-Parece que nos estamos entendiendo. Volvamos de lo teórico a la praxis, como diría un neomarxista… Hábleme de aquella experiencia.
-Cuando cumplí veinte años, mis dos mejores amigos, -que no voy a nombrar porque ya están más allá del erotismo, salvo que se encuentren en el paraíso musulmán de las huríes- me invitaron a un viejo prostíbulo, ubicado en la avenida España… No podían creer que yo aún no conociese en plenitud aquella oculta maravilla de las féminas…
-¿Me va a decir que le arrastraron a una especie de desfloración involuntaria, como si hubiese sido usted un adolescente inhibido?
-No, nada de eso. Fui, excitado por la curiosidad, aunque no muy convencido del todo de que fuese aquél un camino adecuado.
-Bueno, vamos entonces al grano...
-Siempre que usted no continúe con sus inveteradas apostillas.
-Discúlpeme; soy todo oídos.
-Era una de esas antiguas casas de tolerancia, con un salón recargado de espejos y fruslerías, con un piano que solía pulsar el maricón del prostíbulo… Perdone, sin ofender: homosexual, como es propio ahora definirlo… Una enorme ponchera con sus copas coloridas de falso cristal… Nos recibió doña Eufemia, la regenta o cabrona –hoy sería “emprendedora”-, que conocía a mis amigos como “jóvenes y amorosos clientes”… Al parecer eran tiempos de crisis, porque no había otros parroquianos, pese a que era una noche de viernes…
-Grave sería aquella crisis si no alcanzaba para una buena cana al aire o esparcimiento de urgencia…
-Sigo… Doña Eufemia convocó a seis de sus pupilas, para que escogiésemos una entre dos… No alcancé a elegir, porque una morena de corta estatura, cabellera ensortijada, culo majestuoso y descomunales tetas en ristre, me conminó a bailar un tango que cantaba Eduardo Castillo, desde una vieja victrola RCA… Bailamos; ella, cansada y profesional; yo, torpe y sudoroso… Quise animarme con varios vasos de ponche, trasegados sin ningún erotismo. Pasamos luego a un pisco raspabuches de la peor categoría… Roxana, que así se llamaba la moza bruna de aquella quijotesca venta, me dio un largo beso húmedo en el cuello, diciéndome: “Vamos, mijito”.
-A lo que usted, como caballero y varón audaz, habrá accedido de buena gana.
-Subimos a una especie de buhardilla, donde se alzaba un catre de barrotes metálicos que me evocó, en mala hora, la cama monacal y virtuosa de una tía abuela de rosario y jaculatoria…
-Ese tipo de asociaciones inesperadas suelen inhibir la conveniente fortaleza del miembro viril…
-Por favor, evite alusiones descarnadas y todo tipo de exhibicionismo.
-Volvemos al pudor de los miedos inconscientes, o a las viejas trancas…
-Roxana se desnudó con la presteza de una nadadora olímpica, echándose de espaldas sobre la cama. Yo me senté y fui desprendiéndome con lentitud de mis ropas, para dejarlas en una silla desvencijada. Mientras lo hacía, traté de entablar un imposible diálogo con aquella hembra que iba a “descartucharme”, según expresión nada fina del mayor de mis amigos, a los que escuché reír en una pieza contigua, donde habían armado un cuarteto pornográfico…
-Conociéndole a usted, imagino que le habrá endilgado uno de sus monólogos a la pobre Roxana…
-De pobre ella, nada… Quise abrirle mi corazón, en quijotesco extravío, como si de Dulcinea se tratase… No me respondió, salvo para decirme, gráfica y rotunda: “Habla menos, huevón, y súbete de una vez”…
-¿Y qué más?
-Nada. Hasta ahí la triste historia. Todo otro detalle huelga. Puedo afirmar hoy que no hubo un ápice de erotismo en esa patética aventura, salvo quizá la primera visión de aquel vetusto catre que asocié a ciertas blancuras turbadoras e inexpresables de la infancia, pero que se diluyeron en la brusca conminación de la hastiada meretriz.
-Bataille nos dice que “En la esfera humana, la actividad sexual se separa de la actividad animal. Es esencialmente una transgresión”…
-No olvide usted que en los animales que no son humanos también se puede apreciar una serie de juegos eróticos de contenido simbólico, muchas veces de compleja elaboración, como es en el caso de algunas aves; el faisán es un conocido ejemplo, también el ruiseñor y la alondra, o el bípedo plumífero que conocemos como pingüino…
-También yo tengo una curiosa historia de mi adolescencia… Detrás de la casa-quinta de unos amigos, hijos como yo de emigrante gallego, vivía una viuda hierática, cincuentona y atractiva, muy blanca, de grandes ojos azules, que se dejaba ver de tarde en tarde… En el almacén del barrio, centro de todos los chismorreos, se rumoreaba que había asesinado a su marido, veinte años mayor que ella, mediante asedios sexuales descomedidos….
-Una forma promisoria de morir, sin duda, con la sonrisa en los labios.
-Su comentario me parece vulgar y nada erótico.
-Disculpe, no fue mi intención… Siga, ¿qué pasó con la viuda?
-Nuestro amigo T, el barrabás del grupo, la bautizó como “viuda hermética”, porque nos excitaba y la deseábamos, pero nunca pudimos abordarla… No respondía a nuestros llamados desde la puerta de calle, pero al caer el sol, descorría el tul de la ventana de su dormitorio, que daba al patio trasero de nuestros juegos y fechorías, y nos mostraba uno de sus blancos pechos; el derecho primero, el izquierdo después, pero nunca ambos al mismo tiempo. Era un rito de mezquindad enloquecedora que a veces alternaba con su alba zona glútea.
-¿Y ustedes, cómo reaccionaban?
-Como adolescentes, nada más, a través del desahogo onanista, que en este caso era una suerte de certamen colectivo… Después lucubrábamos que violaríamos, entre los cinco, a la “viuda hermética”… Fue quizá uno de nuestros máximos deseos frustrados.
-Nos hemos referido a lo que es el erotismo para los varones. Me imagino que en las hembras es más sutil y refinado. No me hallo capaz de abordarlo.
-Ya lo creo, y más totalizador o pleno, porque la sensibilidad femenina posee muchísimas tonalidades y cuerdas, si la asociamos a una guitarra, por ejemplo… La mujer sabe si el hombre que está sentado frente a ella, en la mesa, la desea. Basta para esa certeza advertir el brillo de la mirada del varón o el gesto de la boca al saborear la comida… Sutilezas que a los machos se nos escapan, o que interpretamos de manera errónea, lo que nos ocurre con frecuencia, llevándonos a impulsos de resultado equívoco o enojoso…
-Claro, porque en los varones el asunto es más simple, con menos sorpresas, desprovisto de misterio… “Tres cucharadas y a la papa”, como reza el burdo dicho campesino… A veces yo quisiera que ellas se despojaran de ese halo misterioso con el que parecen expresar un espíritu lúdico e ignoto, al mismo tiempo.
-Pero sin misterio no las amaríamos como las amamos; el erotismo pierde entonces mucho de ese encanto que exhibía, de modo incomparable, Madame Bovary… Flaubert fue un maestro en el conocimiento de la psicología femenina.
-Por algo habrá declarado: “Madame Bovary soy yo”.
-Eso habla de la condición andrógina llevada a la excelsitud, no solo en la descripción sutil de gestos y movimientos sino en el erotismo que surge de las palabras, de su sonido y conjugación.
-Es posible. ¿Y qué pasa con el erotismo en la vejez? ¿Acaso se debilita?
-Si hablo por mí, sin generalizar, como a usted le place hacer, debo colegir que lo erótico se refina, se refugia en gestos y ademanes leves, en miradas tan intensas como secretas: unos pies blancos, ceñidos por las correas de una abarca; labios que rozan el borde de una copa de vino espirituoso; hombros gráciles a punto de iniciar el vuelo de un baile, el timbre de una voz…
-O en la fruición de las palabras que podemos encadenar, aunque sea en silencio, para lograr con ellas una perfecta declaración de amor cortés –nunca pronunciada-, como un Don Juan mustio antes del asalto, solo que no escalaremos ningún balcón, porque nuestra espada yace suspendida, como nuestros sueños de amor imposible, en la panoplia de la memoria.
-Lo dice usted muy bien, de manera casi poética… Es mejor que callemos ahora. El silencio lleva también una indecible y decorosa carga erótica.
Edmundo Moure, escriba en la nostalgia del apremio erótico.