El entierro de mi madre
Autor: Francisco Bascuñán Letelier | Fecha: 2006-12-15 | ID: 590 | Categoría: Cosmos | Tema: Ciencias sociales | Tipo: Testimonios
Francisco Bascuñán Letelier
Diciembre 2006
Fue así:
Corría el año 1971, el primer año del gobierno de don Salvador Allende G, fue un año de muchos inconvenientes. Nuestro estado de ánimo, el de mi familia, el de mis amigos, y personalmente el mío, se encontraban muy alicaídos; todos veíamos, impotente, cómo se destruía nuestro país, nuestra identidad, cómo se comprometía nuestro destino.
Por otro lado, desde principios de ese año, mi mamá, Cristina Letelier León, entonces enferma de cáncer, había caído cinco veces en estado de coma, recuperándose milagrosamente cada vez, pero en los primeros días de Octubre, no resistió más y falleció; mi papá, Ricardo Bascuñán Stönner, no pudiendo soportar la tensión, había fallecido veinte días antes debido a un ataque al corazón; y para remate, mi entonces jefe directo y dueño de la empresa constructora donde yo trabajaba, me refiero al ex vicepresidente de Chile del gobierno anterior don Edmundo Pérez Zujovic, lo había asesinado el partido Socialista gobernante hacía menos de cuatro meses. Creía que la situación no podía ser peor, hasta entonces no sabía lo que me deparaba los días siguientes.

Portal de entrada vista desde Plaza La Paz.
Lugar de la concentración y arenga.
Después de los trámites de rigor como pagos de clínica, certificados varios, contratación de los servicios funerarios del Hogar de Cristo, lo que recuerdo en forma muy especial por lo sucedido más adelante; pretendimos darle, a nuestra querida madre, cristiana sepultura con misa de rigor y entierro en el Cementerio General de Santiago. Efectivamente le dimos sepultura, no estoy tan seguro que haya sido tan cristiana, pero sepultura al fin, lo que sí muy digna.
Después de la misa fúnebre, subimos el ataúd al carro mortuorio, con muchas flores pero también con mucha pena y congoja. Estábamos dando vuelta una página de nuestras vidas, llenas de recuerdos y valores, que habían quedado, y que aun lo están, muy adentro del alma de cada uno de nosotros. Sólo de estos recuerdos, valores y arrojo, podría escribir un libro completo. Pero lo cierto es que los sucesos de este día, constituyeron un hito para todos nosotros y nuestros amigos.
Se inició el cortejo fúnebre hacia el Cementerio General. Saliendo de la iglesia ubicada en calle Presidente Errázuriz de la comuna de Las Condes, tomamos por Av. El Golf hasta Isidora Goyenechea y luego por el costado del río Mapocho hasta la Av. La Paz, donde doblamos en dirección recta al cementerio. Faltaban dos cuadras para llegar al pórtico principal, cuando la fila de vehículos en que viajábamos, se detuvo debido a un gran taco. Nos bajamos a ver lo que sucedía, y cual sería nuestra sorpresa cuando vimos que el que dirigía el cortejo inmediatamente anterior al nuestro, había decidido tomarse la Av. La Paz en señal de repudio por el hecho que un grupo socialista, denominado "Ramona Parra", se había tomado a su vez el cementerio, impidiendo que se realizaran entierros. De hecho, las caravanas anteriores a las nuestras, habían tenido que devolverse con los muertos para sus casas.
Conversando con el individuo del cortejo anterior, le expresamos que nosotros estábamos enterrando a nuestra madre y que lo íbamos a realizar con o sin la "Ramona Parra". Me respondió que él también estaba enterrando a su madre y que nos iba a acompañar a retomar el cementerio. Fue la última vez que lo vi. Nosotros seguimos caminando, por Av. La Paz, las dos cuadras que distaban hasta la entrada principal del cementerio.
Es una entrada majestuosa, frente a la legendaria plaza La Paz, con un inmenso portón de gruesas barras de fierro forjado, de no menos de unos seis metros de alto, enclavado en una potente estructura de arquitectura neoclásica bajo una cúpula de gran dimensión; toda esta magnificencia era inadvertida para nuestros dolorosos y enceguecidos ojos, que en realidad en ese momento, sólo veían un gran fuerte por conquistar. Porque fue hasta llegar a este lugar, viendo las puertas cerradas con cadenas, un gigantesco mono de aserrín, simulando al director del cementerio, colgando de la parte superior del portón junto a una bandera chilena, infaltable en toda "toma" (se suponía que no se podía arriar la bandera y así asegurar la "toma"); cuando dimensioné por primera vez lo que se nos venía encima.
Cuando miré a mi alrededor, me asusté, vi a toda mi familia en gran número, gente alta y fornida, que venía decidida. No todos saben lo que esto significa, y seguro que los de la "Ramona Parra", no lo sabían. Lo primero que sucedió fue que mi hermana Carmen, la más flaca y chica de todas pero muy linda, subía como leona las rejas del portón hasta cortar las amarras del mono de aserrín, sumamente pesado, que cayó sobre mi hermano Ricardo, tremendo gallo, y yo. Fue tan grande el impacto que casi llegamos hasta ahí no más. Después, la Negra (la misma Carmen) sacó la bandera y blandiéndola se pega una arenga de padre y señor mío; yo no lo podía creer, la miraba hacia arriba y veía una diosa de la guerra: "…esta bandera chilena es para los chilenos y no para extranjeros entrometidos……". Si a esas alturas ya estábamos calientes, después ardíamos. Así se inició la sorprendente batahola que terminó en batalla campal.
Las rejas que separaban los dos bandos, a un lado una familia enardecida por la impotencia y el dolor, y al otro, un grupo de hombres duros, bien entrenados en Cuba, todos uniformados, con insignias sobre boinas negras colocadas medio de lado, dispuestos a todo por una causa que creían justa, razón que para mí, los hacía enemigos respetables. Nunca supe porque las boinas se las colocaban ladeadas, debe de haber sido alguna moda, tal vez del "Ché Guevara". El hecho es que, como perros ladrando entre rejas, nos vociferábamos y empujábamos cada grupo por su lado. Fue tanto el zangoloteo que hacía bambolear para uno y otro lado al gran portón, que las cadenas cedieron soltando las amarras. Las puertas se abrieron dando paso al combate "cuerpo a cuerpo".
La confusión fue total. Empujones, gritos de ataque, golpes y carreras en tal grado, que la formación de la "Ramona Parra" se quebró por completo. Fue así, que cada uno de nosotros nos encontramos peleando en forma desordenada, separados, cada uno con un grupo selecto de boinas, lo que nos daba un cierto grado de ventaja, porque en realidad aunque fuéramos menos en cantidad, podíamos controlar mejor la situación ya que nuestra estatura moral y física, más un cierto escudo invisible pero real, que venía del más allá; nos hacía invencibles.
En este conflicto hay muchos y diversos recuerdos, seguramente que cada uno de los ahí presentes, tienen los suyos por lo que deben haber muchas más anécdotas que las aquí narradas: cuando entramos al hall central y ante la impotencia contraria, fuimos recibido por los carros que transportan ataúdes, que venían raudamente y a toda velocidad contra nosotros. Fue de película ver a mis dos cuñados grandotes, tomándolos como marionetas, uno por cada lado del carro, y devolverlos en vilo hacia donde venían, produciendo estragos en las huestes enemigas.
En otro momento, mi hermano Ricardo, peleaba con tres o cuatro "parristas", cuando fue amenazado, por atrás sin que él se percatara, por un boina con un garrote de proporciones. Viendo esto una de mis sobrinas, la Carmen Anita, muchacha alta, buenamoza, criada en el campo y buena para el peñascazo, campeona del lanzamiento de la bala; en su desesperación, lejos del lugar para poder avisarle, se agacha, toma un camote de piedra y lo lanza con tal maestría, porque bien podría haberle pegado a su tío, que le da en pleno rostro al de la boina, dejándolo aturdido en el piso.
Yo me encontraba adentro del cementerio, en un lugar donde había rejas pero por donde no podía pasar; sólo vi que al otro lado, mi hermana Carmen, que se encontraba luchando con un grupo, fue agredida por un hombre, por atrás, en forma lo más cobarde y artera. Al ver lo que vino, recé por ese miserable para que no le pasara algo más grave, porque fue algo terrible. Mi hermana María Cristina, que alcanzó a ver lo sucedido, se abalanzó sobre el cobarde, le hizo no se qué, lo cierto es que el pobre hombre cayó al suelo, la Niní (Maria Cristina) se montó encima, le puso las rodillas sobre los hombros del infeliz, y todo esto a la velocidad de un rayo, le azotaba la cabeza tomada del pelo, contra el suelo una y otra vez; hasta que se subió una muchedumbre sobre la Niní, no supe si a separar a mi hermana o para seguir pegándole al caído, tal vez ambas. No supe como terminó ese conflicto, porque por pajarón, me llegó un tarro de pintura sobre la cara y sobre mi pinteado traje de gala.
Entre combo y combo, yo miraba hacia los lados para no perder la ubicación, y en eso me di cuenta que los que ahí nos encontrábamos, éramos sólo los de nuestra familia. Los del otro entierro concertado, ni luces. Sin embargo, se encontraba peleando a favor de nuestro bando, un mocetón grandote, fuerte, alto, bien hecho, y que cada puñete que mandaba, salían varios de la "Ramona Parra" volando. No lo conocía, ¿quién sería?, de a poco me fui acercando a él, así como en los bailes cuando queríamos terminar justo al lado de la muchacha que nos gustaba. Cuando logré estar a su lado, le pregunté como pude, que ¿quién era?, me respondió que era el chofer de la carroza del "Hogar de Cristo". Pensando en ¿cómo podía suceder algo así?, ….le grité en forma de reproche: ¿y dejó sola a mi mamá?, …. agachándose para dejar pasar un proyectil, me responde: ¡Y quién va a querer robarse a su mamá! ….. y así, pasaban los minutos y seguía la agotadora pelea.
Recuerdo estar frente a un hombre con boina, que batía un fierro como de un metro de largo, era relativamente bajo, muy robusto, de unos cuarenta años, de mirada profunda e inolvidable por su odio, pero que también traslucía miedo al ver la mía; nos encontrábamos junto al mausoleo del presidente don Pedro Aguirre Cerda, lo recuerdo muy bien, lo que indica un lugar bastante adentro y alejado del hall donde se encontraba la gran gresca. Fue en ese momento cuando hizo ingreso un contingente del infaltable cuerpo de Carabineros de Chile. Se paró la rosca de inmediato. Nosotros fuimos retirados del campo santo y los de la "Ramona Parra", adentro; cerrando nuevamente los portones. Esto, que con el tiempo encuentro que fue lo más sensato, en esa oportunidad encontramos que fue el colmo de los colmos. ¡Permitir que los de la "Ramona Parra" se retomaran el cementerio y que a nosotros, que teníamos ampliamente ganada la batalla, nos dejaran afuera abandonados a nuestra suerte! ¡Estábamos furiosos y fuera de sí! Nuestras mujeres trataron muy mal a los uniformados. Junto con mis hermanos, fuimos a parlamentar con el capitán a cargo. Lo dicho fue esto:
'Capitán, deseamos tener la certeza que Ud. entienda sólo dos cosas:
Primero: Que se informe con qué familia está tratando, ya que no es una familia común, es más bien bárbara.
Segundo: Faltan veinte minutos para las seis de la tarde, Ud. pidió tiempo, pues bien, a las seis de la tarde vamos a enterrar a nuestra madre con o sin "Ramona Parra" y con o sin carabineros. Ud. sabrá lo que hace'.
No volvimos a ver al capitán.
En seguida, nos fuimos a reunir con el resto alrededor del féretro de nuestra madre, efectivamente, no se la habían robado. Fueron pasando los minutos, bajaron los latidos del corazón, nos fuimos enfriando. Los minutos seguían pasando, recién ahora fue calando el miedo, ahora con los carabineros, la lucha sería más complicada aunque no imposible. Cinco para las seis, cuatro, tres, dos, uno. Llegó la hora donde prima el orgullo a la razón. Ya, me paro para caminar junto a mi hermano, que con su metro noventa, era mi garantía. Iniciamos la caminata, hombres, mujeres y muchachos, todos nos siguieron. También, el vehículo de mi madre reiniciaba su andar siguiendo la caravana. Llegamos a la Plaza La Paz, el vehículo girando en la rotonda, se estacionó frente al portón principal. Este seguía cerrado.
Estábamos frente a un inhóspito Cementerio General de Santiago de Chile, eran las seis de la tarde del cuatro de Octubre de 1971. Abrimos las puertas del coche mortuorio, sacamos el ataúd, lo tomamos en vilo y avanzamos..., las puertas seguían cerradas.
Me preguntaba, ¿cómo va a ser la pelotera ahora, por la reflauta, si estamos tan vulnerables?
Me encontraba en esta reflexión, el ataúd llegó al dintel de la puerta justo antes del portón, cuando las puertas del cementerio se abrieron de par en par, saliendo del interior un sepulturero con un carro, quien nos dio una explicación por lo sucedido. Era el mismo viejo, que nada tenía que ver con la "toma", y que había enterrado a mi papá hacía unos pocos días atrás.
Cuando entramos al hall, vimos que estaba todo el camino acordonado por carabineros, unas veinte cuadras, hasta la misma tumba que le teníamos preparada a mi madre. ¡Bien capitán!
Así le dimos el último adiós a nuestra querida vieja y sólo nosotros sabemos el porqué fue tan decoroso para ella, en su último día en este mundo, el haberla honrado con un triunfo sobre la "Ramona Parra" en combate a combos.
ESTE RELATO, QUE PARECE CUENTO, NO LO ES. ¡FUE REAL!

Portal de entrada vista desde adentro del cementerio.
Lugar de los combates
Diciembre del 2006 ha sido un mes que nos ha traído a la memoria, hechos ocurridos en los años de la Unidad Popular (1970-73), que quisiéramos olvidar pero que siguen ahí, incrustados en nuestras mentes como testimonios de "un nunca más". Uno de estos hechos fue este relato del entierro de mi madre en Octubre de 1971.