Algo sobre el mal

Autor: Francisco Bascuñán Letelier | Fecha: 2009-07-31 | ID: 529 | Categoría: Alma | Tema: Teología | Tipo: Pensamientos

Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que quema y al mismo tiempo salva es el mismo Cristo, el Juez y Salvador. El encuentro con él es el acto decisivo del juicio. Ante su mirada se desvanece toda falsedad. Es el encuentro con él que, quemándonos, nos transforma y nos libera para hacer que lleguemos a ser verdaderamente nosotros mismos. Las cosas construidas durante la vida pueden revelarse entonces como paja seca, vanagloria vacía y derruirse. Pero en el sufrimiento que produce este encuentro en el que lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta del todo evidente, se encuentra la salvación. La mirada de Cristo, los latidos de su corazón nos curan gracias a una transformación, ciertamente dolorosa, como "a través de fuego". Sin embargo es un sufrimiento dichoso en el que, el santo poder de su amor nos penetra como una llama permitiéndonos, al fin, ser totalmente nosotros mismos, y por ello, totalmente de Dios.

Así se vuelve del todo evidente la compenetración entre la justicia y la gracia: nuestra manera de vivir no es irrelevante, pero nuestra suciedad no nos embrutece eternamente si, por lo menos, permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad, hacia el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo. En el momento del juicio experimentamos y acogemos este dominio de su amor sobre todo mal en el mundo y en nosotros. El sufrimiento del amor se convierte en nuestra salvación y nuestro gozo.

—Papa Benedicto XVI, encíclica «Spe Salvi», 47

Francisco Bascuñán Letelier
Julio 2009

Se apretó un gatillo, salió la bala y mató un niño. ¡Qué atroz y qué profunda pena, tal vez la más profunda de las penas! Con el respeto que esto amerita, nos podemos preguntar: ¿Qué hubo de mal en esta escena? Estrictamente de acuerdo a lo relatado, no hay más que la descripción de leyes físicas, éstas son amorales ya que no tienen alternativa ni pueden discriminar, por lo tanto no puede haber mal en ellas. El mal sólo se puede producir en la intención y decisión de quien apretó el gatillo apuntando al niño, incluso le haya dado muerte o no. Aquí hubo libre albedrío, libertad de decisión, clara intensión. Por consiguiente el mal se produce a nivel de pecado, optando libremente por algo que sabe y cree malo según su propia y única conciencia. El mal es del espíritu no del mundo. Al contrario, el hecho de atreverse a tomar una decisión, libre y clara, en el sentido de evitar una mala acción o bien de producir un bien, también proviene del mundo de los espíritus, en ese donde se expresa el amor en el tiempo, y constituye la llama divina que cada uno de nosotros lleva en su interior y nos ilumina.

La elección del bien es, en última instancia, una manifestación del amor, lo cual no puede realizarse sin libertad. Una creación originada por amor requiere imperiosamente de la libertad, del libre albedrío.

Por consiguiente no hay una tal creación del mal, sino más bien una opción para transformar libremente lo material en divino. De no tomar esa opción, lo material sólo queda material. En muchos sentidos, la realidad la determina la voluntad, y este es uno de ellos.

De acuerdo a cánones religiosos, el espíritu dañado por el pecado puede ser reparado sólo por un ser superior, un ser divino o de la divinidad. Para ello se requiere sólo de arrepentimiento, sincero arrepentimiento, lo que al menos implica una fuerte decisión de no volver a dañar. El pecado, como libre elección del mal, no puede dejar de dañar el espíritu, se dice que el espíritu dejó de estar en gracia; pero a su vez, el arrepentimiento no puede dejar de restituir la gracia en ese espíritu. En esto consistiría la justicia divina, que como se ve, sería muy diferente a la justicia humana.

Creo que la disyuntiva de si Dios creó o no el mal, como fundamento del juicio ateo, no tiene mayor sentido, sin embargo, se podría trasladar al problema del "sufrimiento del hombre justo". El sufrimiento, que a mi juicio constituye uno de los grandes misterios: la corona de espinas, el camino de la cruz, el dolor del desvalido, el sacrificio noble, los héroes que dan la vida por los amigos, en fin, el amor gratuito; son sin duda, actos que van más allá de la lógica y ante los cuales también enmudecen racionalistas y positivistas. Sí, son actos que van mucho más allá de la razón y aun más allá de los sueños, tornándose en un camino de fe salvífica y esperanza liberadora.

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