Uno
Autor: Diego Bascuñán Díaz | Fecha: 2009-12-31 | ID: 503 | Categoría: Alma | Tema: Arte | Tipo: Cuentos
"Desde el cinturón de una luz del cielo nocturno, descendió directo a mí. Fue una fría noche de invierno…de esas despejadas".
Lo agradecí como nunca antes lo había hecho. Sentir esa energía en mi, hizo despertar nuevamente las ganas que tenía de salir de donde estaba, e ir en busca de lo preciado y necesitado. El lugar donde me encontraba era oscuro, y desagradable. Solo las estrellas me acompañaban, eran mi orientación. Esa luz, ese color, era única en su especie. No había otra igual en todo el cielo estrellado. Se hacia notar, y demostrar interés. Eso me hacia respetarla, y confiarle mi vida. Desde esa noche la miraba con respeto, y como una "amiga".
A pesar de que el lugar era oscuro, tenía su historia. Hace siglos fue un hermoso valle lleno de colores y fertilidad. El sentimiento que le tenía era abundante. Pero con el tiempo se fue trasformando en lo que llegó ser hoy. Los colores cambiaron, y al final lo único que quedó brillando fueron las estrellas.
Un hombre muy sabio dijo que el apego, era uno de los problemas más grandes que tenia el hombre. Aunque sonara extraño, viví mucho tiempo en este lugar como para dejarlo de un día a otro. Y el giro en que se dieron las cosas fue nuevo para mí. El temor me daba un paso inestable.
Gracias al crepúsculo la estrella volvió, y eso fue sinónimo de confianza y fuerza. El paso inestable se convirtió en paso seguro, y la gran estrella en cierta forma me transmitió que no me preocupara de lo que ya había pasado, sino de lo que pasa. Con lagrimas en los ojos me arrodillé ante ella, y le dije: "Eres una estrella (mi estrella), que todo lo iluminas"…quedé así por varios minutos, demostrándole mi respeto y mi amistad.
Mientras los días pasaban me sentía más cercano a ella. Descubrí que si quería que esto saliera bien, necesitaba la noche. Su compañía y su facilidad de entregar luz me impresionaba. Admiraba a mi estrella. Nadie se la imagina.
En las noches de lluvia, cuando me encontraba mojado y empapado. Ella estaba ahí, entregándome su calor. Preocupándose de que este deseo no sea uno de los mil que no se efectuaron, sino uno de los treinta mil que si lograron ser realidad.
Meses pasaron y la estrella seguía iluminando mi camino. Los lugares en los que pasaba eran increíbles, pero no era exactamente lo que buscaba. Los días pasaban y yo no encontraba lo que buscaba. Poco a poco las fuerzas se iban, teniendo aun a la estrella con todo su potencial. Me sentía cansado, y sin ganas se seguir rumbo. Me asusté, pensé que no llegaría a encontrar lo que buscaba. La estrella brillaba pero yo no la entendía. (Cuando uno no entiende a su brújula tiende a ir a la desesperación)
Me senté en una roca para meditar lo sucedido. Cada minuto levantaba mi mirada y veía a mi estrella, brillando, como siempre.
Después de que las horas pasaban, supe mi razón del viaje. Al levantarme con rapidez, la estrella dejo caer una estela de luz blanca. La miré con maravilla, nunca me había pasado esto a mí. Las estrellas ciertamente tratan de comunicase con uno, pero ella lo hizo sin miedo, ni temor. Comencé a elevarme e ir donde la estrella. Al parecer me llamaba. Al estar frente a ella, le dije unas palabras, ya ni me acuerdo. Pero al decirlo, la estrella cambio su color.
"Y ese día fue cuando entendí la razón de mi viaje, y cuando morimos. Pero no para irnos del mundo, sino para renacer, y ser uno".
Diego Bascuñán Díaz
Marzo del 2009