El misterio ha muerto: ¡Viva el misterio!
Autor: Edmundo Moure Rojas | Fecha: 2010-03-31 | ID: 488 | Categoría: Alma | Tema: Arte | Tipo: Versos y poemas
¿Quién soñó que la belleza pasa como un sueño?
¿Quién soñó que la belleza pasa como un sueño?
Por estos labios rojos, con todo su triste orgullo,
tan tristes ya, que ninguna maravilla pueden presagiar,
Troya se nos fue con destello fúnebre y violento
y murieron los hijos de Usna.
Desfilamos, y desfila con nosotros el mundo atareado
entre las almas de los hombres, que se despiden y ceden su puesto
como las pálidas aguas en su glacial carrera;
bajo estrellas que pasan, espuma de los cielos,
sigue viviendo este rostro solitario.
Inclinaos, arcángeles, en vuestra sombría morada:
Antes de que existierais y antes de que ningún corazón latiera,
rendida y amable permanecía junto a su trono;
la belleza hizo que el mundo fuera una senda de hierba
para que Ella posara sus pies errantes.
No escuchéis a Yeats, ni a ningún poeta, avisados lectores: Ya no existe el misterio; todo ha sido cosa de mitificaciones, sueños, simbolismos absurdos, metáforas sin sentido. Lo que buscaban vuestros antepasados, lo que vosotros mismos indagabais, lo que a nosotros nos ha venido sorbiendo el seso durante generaciones, era una gigantesca patraña, al uso de poetas, curas, filósofos de aldea e idealistas de toda traza.
Científicos contumaces, sujetos de hallazgos recientes e irrefutables -¡hoy recibo el oráculo de Internet!- han descubierto que todo, absolutamente todo lo que pensáis y decís y lucubráis y soñáis, no es más que un conjunto -más o menos complejo; ¡tampoco exageremos!- de voliciones químicas, procesos celulares, articulaciones físicas -energía mediante- perfectamente determinados. ¿Y la conciencia? Pues, una menesterosa hipótesis que inventaron ilusos y acientíficos que nos precedieron, con toda su rémora de idealismo, fe religiosa, metafísica trasnochada y demás panaceas al gusto del consumidor ignaro...
Resulta que a Ella, a quien venimos dedicando las trovas de Amor y de Amigo, los poemas románticos, y aún la desesperada y honda poesía maldita, sólo la mueve la electricidad binaria molecular y las secreciones hormonales predeterminadas, desde el micro al macrocosmos, cuestión nacida entre laberintos, más o menos húmedos, del cerebelo, que es también una decantación de partículas que coincidieron (nadie sabe cómo, mas no importa, ahí están- para producirlo…) Todo era falso, pues, caballeros cibernéticos sin corcel, desde los lieders de Novalis hasta los boleros cutres y los tangos llorones de las cantinas sudamericanas. De ahora en adelante, si quieres un amor, búscalo en la clínica o en el laboratorio cuántico. Envía tu ADN, tus sudores en frasquito, los orines madrugadores y los alcalinos del crepúsculo, y se te buscará la diosa adecuada para que la lleves a la cama sin remordimientos, sin esperanzas, sin ilusiones de ningún tipo, con su ficha médica, su perfil cromosómico y su carné psiquiátrico al día. Porque lo que suceda después, no será de tu cargo.
¡Válgame Dios! Qué digo, si este dios mismo que nombro es nada más que un vericueto extraviado, desde el terror de las cavernas, entre los lóbulos cerebrales de uno de los hemisferios del seso (o magín, que decía ese otro loco inadvertido de Cervantes), que guarda esa cosa también ilusoria que alguien llamó 'conciencia', y su hijo fantasmal, el 'libre albedrío'. Nadie escoge, nadie elige, nadie discrimina. Una red de causas y condicionantes nos arrastra, en determinación fatal, hacia la muerte, para despertarnos del sueño ilusorio de la individualidad. "Sustancia somos y a la sustancia volveremos".
Y tu nombre, amada, ¿en qué limbo flotarán las sílabas de tu nombre?
Si tan sólo yacieras muerta y fría...
Si tan sólo yacieras muerta y fría
Y las luces del oeste se apagaran,
Vendrías aquí e inclinarías tu cabeza,
Y yo reposaría la frente sobre tu pecho
Y tú susurrarías palabras de ternura
Perdonándome, pues ya estás muerta:
No te alzarías ni partirías presurosa,
Aunque tengas voluntad de pájaro errante,
Mas tú sabes que tu pelo está prisionero
En torno al sol, la luna y las estrellas;
Quisiera, amada, que yacieras
En la tierra, bajo hojas de bardana,
Mientras las estrellas, una a una, se apagan.
Yo creía en la libertad; creo en la libertad… Por eso elijo escribir este poema, aunque mi escogencia no sea tal, sino el confluir de ríos que no pudieren haber desembocado en otro mar:
Libertad
La libertad es una espada de dos filos;
con el primero,
el que lleva el rastro
del esmeril del fuego,
se determinan los mandobles
de la voluntad;
con el segundo
afilado en la roca fría
se esgrimen los círculos concéntricos
del destino
esa causalidad secreta
que buscaban los alquimistas,
cuyo abismo
enloquece a los jugadores
en el dado, en el naipe, en el amor.
La libertad existe
aunque la espada de cada uno
carezca de nombre determinado,
aún cuando sea
sólo el arma blanca de los compulsivos.
La libertad es humana
porque su filo nos fue dado en la sangre
en la leche,
en el pan, que al partirse sobre la mesa
se hace dos filos
una y otra vez
para siempre.
No corresponde al poeta, ciertamente, "explicar" su poema, porque la poesía no nace con un tema o tópico previo, sino como intuición (fulgor) que obedece a otros condicionantes que los del pensamiento abstracto y/o especulativo. Me atrevo, sí, a ensayar una interpretación:
La 'espada' es la potencia del acto; el 'filo' que talla el fuego es la voluntad, acicateada por la pasión, el impulso de hacer, de crear, rompiendo los límites que fijan la razón y la costumbre (cultura); es el filo trasgresor; el segundo 'filo', que asentó la roca, es el conjunto de condicionantes, genéticos, físico-químicos, culturales que determinan nuestros actos, cuya causalidad ignoramos (aun ahora, a pesar de todos los cientificismos de última generación, que han descubierto hasta la "conciencia del burro").
La libertad existe (al menos para el poeta) y su ejercicio depende del uso de los filos; de si somos o no capaces de esgrimirla según la aseveración de Kazantzakis: "No es el hombre lo que me maravilla, sino el fuego que devora al hombre".
El libre albedrío es humano. Sólo al hombre le es dado escoger entre los bienes de la naturaleza, representados por la sinécdoque del Pan: trigo, alimento, metáfora, sacrificio, sacramento, don, regalo que se escinde sobre la mesa-humanidad, para repetir la plétora dual de su destino hecho conciencia: determinismo y libertad.
Edmundo Moure Rojas
Mayo 24, 2009