Dos experiencias diferentes
Autor: Marta Fernández Montero | Fecha: 2010-10-31 | ID: 456 | Categoría: Alma | Tema: Arte | Tipo: Testimonios
Me había inscrito en una fundación llamada "PUENTE" que tenia por objeto dar oportunidad a los habitantes del barrio alto para ir en ayuda de las poblaciones periféricas de escasos recursos. Existía un puente para aportar remedios, otro, para aportar alimentos, enceres o ropa.
Yo me había inscrito en el de ropa porque tengo una numerosa familia con muchos niños que crecen rápidamente dejando ropas en buen estado; me asignaron una parroquia en la Población La Legua; las primeras veces fui en locomoción colectiva, pues no manejo, pero luego me pusieron en contacto con una encantadora joven que también estaba inscrita en el mismo Puente y para el mismo lugar y tenía auto.
Quedé gratamente sorprendida con la organización que existía en la Parroquia; desde luego el Párroco, de imponente figura y humilde aspecto, daba la impresión de seguir muy de cerca las huellas de Cristo; los feligreses que lo ayudaban tremendamente comprometidos, tenían asignadas diferentes funciones en la Parroquia. Habían creado un comedor comunitario en el que diariamente almorzaban 80 indigentes; un comité de feligreses se encargaba de reunir los insumos necesarios para que otro comité preparara los sustanciosos almuerzos diarios; los beneficiados con los almuerzos ayudaban a lavar la loza y dejar ordenada la cocina; los primeros recorrían la carnicerías que hacían su aporte a tan querida iniciativa; las ferias del sector prestaban también su ayuda y el resto de los dineros necesarios, los aportaba el comité encargado del Bazar; este recibía ropas enceres etc. y, vendiéndolos a muy bajo precio a personas del sector, reunían el dinero necesario para mantener el comedor.
Asistí a una reunión en la que cada uno daba cuentas de cómo había cumplido su acometido durante la semana; los encargados del comité salud, daban cuenta de las visitas hechas a los enfermos del sector y de la ayuda que se les había prestado; la encargada del bazar, de las ropas, enceres etc. recibidos y de los dineros aportados al comedor; la encargada del dispensario, de las personas asistidas: curación de heridas, inyecciones puestas etc.
Por un largo tiempo estuvimos llevando a esa Parroquia toda la ropa que lográbamos reunir entre parientes y amigos; recuerdo que se acercaba el invierno y mis hijas me habían llevado una gran cantidad de ropa de invierno: parcas en muy buen estado, chombas, etc.; como siempre las había revisado para entregarlas en perfectas condiciones, cada prenda en una bolsa plástica con una etiqueta que mostrara si era prenda de hombre o de mujer y la talla para facilitarle a la Sra. Rosita, encargada del bazar, su tarea; la llamé para anunciarle qué día iríamos a hacerle la entrega y ella, para consternación nuestra, nos dijo que le acababan de llevar dos bultos de ropa usada y no tenía espacio para recibir la nuestra.
No podíamos quedarnos con la ropa preparada y que alguien podía necesitar en el crudo invierno que se avecinaba, de modo que me puse en contacto con una monjita amiga quien me derivó a otra que trabajaba en Renca y estaba haciendo su apostolado en una precaria población establecida en la ladera de un cerro; me llevó a conocerla y me enseñó cómo llegar a ella, pues no había locomoción hasta allá y, después de bajarse de la micro debía tomarse un desfiladero por la falda del cerro hasta, a varias cuadras, encontrar la población.
Eran 25 familias que vivían en casitas hechas con diferentes materiales, esparcidas en el lugar y comunicadas entre si por senderos de barro. Mi soberbia me hizo creer que YO, con la ayuda de mis amigos del grupo de oración Padre Hurtado al que pertenecía, podríamos conseguir que estas familias tuvieran casa; empecé a visitarlos, a conocerlos y a planificar cómo sacarlos de esa situación.
Fui al Serviu (institución del Estado a cargo de dar subsidios para las viviendas sociales), averigüé qué requisitos debían cumplir aquellas familias para optar a ese beneficio y como necesitaban un mínimo de entradas, hice una encuesta para ver quienes los cumplían; me puse en contacto con el Alcalde para hacerles cursos de capacitación que les permitiera aumentar sus ingresos; el mandó una profesora de costura para enseñar a las mujeres a coser y vendiendo lo que hicieran, juntar dinero para el pie; en mi grupo me donaron dos máquinas de coser; compramos todos los elementos necesarios (tijeras, huinchas, géneros, etc.) y el curso fue bastante concurrido, pero, al final de él, sólo quisieron hacer "trajes de baile y disfraces de viejito de pascua".
Como había un gran número de muchachotes ociosos, me fui a la institución estatal que tiene que ver con capacitación y expuse mi proyecto y, como les gustó, me ofrecieron becas para los que quisieran capacitarse en diferentes materias: electricidad, gasfitería, etc. y no sólo se les pagaba el curso, sino que se les daba locomoción y almuerzo. Llegué feliz a inscribirlos: "nadie quiso inscribirse"; una chica a quien yo había contratado a mi servicio para estar en contacto con la población me confesó: "han venido muchas veces a ofrecer cursos pero nadie quiere".
Cuando quise saber quienes querían optar a un subsidio habitacional, me encontré con la sorpresa de que muchos ya tenían casa pero, o la tenían arrendada o vivía el consorte porque ahí vivían con otra pareja; además, como me lo dijo la chica a quien había tomado a mi servicio:"nadie quiere salir de aquí, no ve que aquí no pagamos agua, ni luz ni dividendo y, como somos población, de los colegios de monjas nos traen de todo y, como nos traen tanta ropa, la usamos y la botamos al campo".
Mi decepción fue muy grande y abandoné el proyecto sacando como conclusión de que nada se puede hacer en contra de la voluntad de los afectados:
"EL PROYECTO ERA MÍO, NO DE ELLOS".
Marta Fernández Montero
Septiembre 2020