La otra cara de la moneda

Autor: Marta Fernández Montero | Fecha: 2010-11-30 | ID: 448 | Categoría: Alma | Tema: Arte | Tipo: Cuentos

La conocí en un campamento en tránsito establecido a un lado del Sanjón de la Aguada que atraviesa parte de la ciudad; había sido llevada ahí, junto a otras familias que, como ella, habían tenido la desgracia de perder sus hogares por diferentes circunstancias; las media agua que le había sido asignada, aunque de sólo 18 metros cuadrados, les permitía por lo menos cierta independencia y privacidad.

Me llamó la atención como ella en tan poco espacio, trataba de darle a la mediagua un cariz de hogar: con su esposo habían forrado los débiles tabiques de madera con paginas multicolores de revistas para que no se colara el aire; en un rincón y con cajas de cartón iguales y puestas una sobre otra se había construido repisas para colocar ordenadamente la ropa de la familia; la cama familiar (dormían junto a sus dos hijos) se veía ordenada y limpia; en el espacio que quedaba, una mesa de mimbre servía de comedor y unos pisitos de asiento; la cocina consistía en una mesita sobre la cual había un anafre y colgando de la pared pequeñas y rústicas repisas donde se alineaban los pocos enceres de cocina y loza. Él se ganaba el sustento de la familia vendiendo helados en el varano y maní en el invierno; vivían en un cité cuando les ocurrió la desgracia que los llevó a esta situación: un corto circuito en una casita vecina había dejado sin hogar a media docena de familias; la Municipalidad se había hecho cargo de la situación y los había llevado a un albergue en el que, en una promiscuidad inaguantable, tuvieron que pasar dos semanas hasta que llegó esta solución momentánea, porque ellos aspiraban a tener su casita propia; en la misma municipalidad averiguaron qué requisitos deberían tener para obtenerla; afortunadamente se abrían muchas posibilidades para la gente de trabajo.

Efectivamente, según les contaron, el Gobierno de acuerdo con la Cámara de la Construcción y una Universidad, había abierto un Concurso para premiar el proyecto arquitectónico de casas sociales que mejor cumpliera con los requisitos de calidad, espacio, luz natural bien aprovechados, el novedoso sistema de paneles solares que permitiría ahorro en energía, según la tendencia mundial y sobre todo diera garantía de desarrollo humano a las familias que lo habitarían; esto después de las duras críticas suscitadas a proyectos sociales desarrollados anteriormente por la mala calidad de las viviendas y la, a veces, nula posibilidad de desarrollo humano en ellas. El proyecto se lo había adjudicado un joven arquitecto que por años había participado en trabajos sociales en campamentos y poblaciones, de modo que conocía las carencias y aspiraciones de sus habitantes; había tenido contacto con gente que con el subsidio gubernamental había obtenido una vivienda en un block y había palpado sus deficiencias y las consecuencias para las familias de ellas; de modo que vio en el Concurso una oportunidad de desarrollar y concretar todas las ideas que rondaban en su cabeza a partir de sus experiencias. Por varios meses, trabajando de día y de noche fue desarrollando diferentes proyectos, evaluándolos, corrigiéndolos hasta llegar al definitivo que lo dejó satisfecho y que fue el premiado.

Había varias premisas, en su concepto, que tomar en cuenta:

¢ El recuerdo de su experiencia en una población en la periferia de la ciudad, formada por familias llevadas de distintos campamentos y erradicados de un día para otro, sin el conocimiento ni la anuencia de los involucrado y los duros momentos que vivieron a causa de que quedaron muy lejos de su centro de trabajo, lo hizo pensar que el lugar donde se construyeran las viviendas sociales debería estar cerca de locomoción expedita para que los responsables de las familias y de la deuda que estaban adquiriendo, pudieran trabajar para responder.

¢ El recuerdo de los niños sin tener un lugar seguro donde jugar, la formación de pandillas que los involucraban a temprana edad en malas costumbres, robos, drogas etc. lo hizo pensar en viviendas sociales en forma de barrios y poco a poco fue concretando sus ideas: los aspirantes a casa dentro de su proyecto deberían ser evaluados entre gente de trabajo y en lo posible con oficio; no podía revolverse, como había visto en aquella población, gente de buen vivir con maleantes o vendedores de droga.

Así ideó casitas pareadas construidas alrededor de una plaza con juegos infantiles, árboles, un sendero para bicicletas y un centro comunitario que serviría para las reuniones que indispensablemente tendrían que hacer los vecinos para repartirse las obligaciones de cuidado de este bien común y para ponerse de acuerdo en adelantos para la comunidad.

A las casitas de dos pisos se accedería por una entrada de auto y contarían en el primero, con un hall que sería a la vez comedor y estar, una cocina y bajo la escala, una despensa; en el segundo, un baño sobre la cocina para ahorrar cañerías y dos o tres dormitorios; sobre el techo, el panel solar con ubicación hacia el norte para aprovechar al máximo el sol y que daría calefacción y agua caliente a toda la casa; el hall de entrada tendría salida a un pequeño patiecito en el cual poder lavar y tender la ropa y éste, con salida a la plaza común donde, vigilados por todos los vecinos, jugarían seguros los niños.

El proyecto gustó y tuvo muchos adeptos, incluso un inversionista con sentido social se ofreció para apoyarlo; la construcción fue licitada y la Constructora que se lo adjudicó, quiso que el mismo joven arquitecto que lo había presentado se involucrara en su construcción.

Anita y su esposo Luís se ilusionaron con esta posibilidad, se inscribieron y presentaron sus antecedentes: ella consiguió con su antigua patrona, la Sra. Teresita, que le diera un certificado acreditando los años que había servido en su casa, su competencia y buena conducta y su esposo, mostró los permisos municipales que acreditaban que era hombre de trabajo; juntaron peso a peso el dinero necesario para el pie y por fin vieron su sueño cumplido.

A la nueva población llegó Roberto, de oficio gásfiter y especialista en instalaciones sanitarias, oficio que había aprendido durante los últimos años de su colegiatura y que ahora le permitía trabajar con una constructora; estaba recién casado y esperaba su primer hijo.

Simón había aprendido su oficio de zapatero de su padre y era experto en arreglar zapatos, pero también los hacía sobre medida; su mujer la señora Rosita, había aprendido muy bien la cocina y se especializaba en masas y empanadas; tenían cuatro hijos colegiales; aburridos de arrendar que, según decía la Rosita, era pagar y quedar debiendo, optaron por juntar dinero para el pié de una casa comprada con subsidio.

Don Manuel tenía un taller de carpintería y trabajaba con su hijo mayor, pero les hacía falta una casita propia, porque siempre habían vivido allegados en la casa de sus suegros.

La señora Serafina, tenía una historia muy especial: había sido ama de llaves en un fundo del sur donde su esposo, era capataz; eran las personas de confianza del patrón; ella se levantaba todos los días al alba para encender el horno de barro con la leña que le acarreaban los niños y ponía a cocer la galleta del trabajador repartiendo a cada campesino la ración correspondiente, mientras su esposo, don Floro, repartía el trabajo, entregaba las herramientas y veía sacar leche a las vacas; se quisieron retirar muchas veces porque querían darle educación a sus hijos y ahí no tenían escuela cerca, pero el patrón les rogaba que se quedaran y fueron postergando la decisión hasta que llegaron a un acuerdo con él: los niños irían al pueblo cercano en régimen de internado para estudiar y ellos los irían a visitar cada quince días. Gracias a eso sus hijos no sólo aprendieron en buen colegio, sino todos salieron con un oficio: Renato era mecánico en autos y Trinidad aprendió primeros auxilios; ahora don Floro trabajaba en el almacén de un pariente.

Cada nuevo habitante que llegaba a la población era objeto de curiosidad y conjeturas, pero la coordinadora con la que se habían reunido después de ser seleccionados, les había dicho que podían estar tranquilos porque los antecedentes de todos decían que eran gente pacífica y de trabajo.

La coordinadora les leyó la cartilla: el objeto de este proyecto era crear barrios en los que la gente, aparte de ser de buen vivir, se conocieran, ayudaran mutuamente y se responsabilizaran de cuidar este bien común.

Desde la primera reunión, la coordinadora se fijó en el matrimonio formado por Anita y Luís por lo integrados, alerta a todo lo que se acordaba y entusiastas, además mostraron tener buenas relaciones con todos los integrantes del grupo y los nombró sus ayudantes. Eran veinte las casitas y veinte las diversas familias que las ocuparon; después de los primeros ajustes: (cada una tenía que organizar su casa) se llamó a la primera reunión que se efectuó en el centro comunitario con la coordinadora presente; se presentaron mutuamente y celebraron con bebidas la alegría de tener casa propia; cada familia dio a conocer sus actividades, el numero de hijos que tenían y qué podía aportar a la comunidad, qué falencias y que esperanzas tenían, todo en un ambiente muy alegre y confiado. Estuvieron de acuerdo en que todos tenían que cuidar y aportar y se estableció un reglamento cuyo cumplimiento sería súper vigilado por una junta de vecinos que sería elegida por todos y se turnaría cada cierto tiempo; así Anita que tenía dos pequeños se unió a Juanita esposa de Roberto de oficio cartero, para cuidar tres veces por semana a todos los peques que salieran a la plaza a jugar y cuidar que no les pasara nada mientras sus mamás estaban en sus quehaceres o trabajos y se turnarían con la señora Ema y Ernestina que tenían en conjunto cinco y que lo harían en el resto de los días.

Como la plaza no tenía salida particular a la calle, sino a través de los patios de las casas, no había peligro de que se introdujeran intrusos a hacer daño.

Don Juan, jardinero municipal, se ofreció para regar los arbolitos de la plaza y todos para cuidarlos; él tenía dos muchachotes buenos para el foot-ball los que prontamente se coordinaron con los hijos de don Javier, guardia en un supermercado, para usar la plaza como cancha en horario en que no estuvieran los peques.

Ignacio y Roberto, hijos de don Daniel que trabajaba en una carnicería, tenían bicicleta e invitaron a otros muchachos a hacer competencias.

Había espacio para todos y organizándose, podían sacarle provecho al terreno común.

Anita había oído decir que algunas municipalidades organizaban cursos de crecimiento personal, y habló con la coordinadora para que los representara ante el Alcalde para conseguir algunos cursos que las prepararan para actividades que les proporcionaran más ingresos y fue escuchada: se les ofreció cursos de costura, primeros auxilios, auxiliares de parvularias, pequeñas industrias, etc.; recorrió todas las casas preguntando quien se interesaba y en qué y se juntaron seis señoras que querían aprender a coser; cinco que querían aprender a cocinar bien y ocho que querían pequeñas industrias; tres jovencitas quería aprender a auxiliar de párvulos y cuatro primeros auxilios.

Don Daniel se comprometió a conseguir carne barata a quien se lo solicitara, don Floro a traer la mercancía a precio costo, don Roberto a ayudar a solucionar los problemas de gasfitería etc. cada cual puso al servicio de la comunidad sus capacidades. Algunos vieron en la entrada de auto la posibilidad de establecer un negocio, como la Sra. Rosita, que pensó inmediatamente en vender empanadas y pan amasado.

Pasado un año de que el condominio estaba habitado, el arquitecto fue a ver cómo había funcionado su idea de casas sociales alrededor de una plaza y quedó satisfecho con el resultado que vio: se había creado un barrio de buena vecindad, los niños jugaban tranquilos, las casas construidas con los materiales adecuados, no presentaban problemas, todos gozaban de luz y agua caliente con el mínimo de gasto y tenían acceso a movilización cercana y dio gracias a Dios porque su experiencia no había sido en vano.

Marta Fernández Montero
Octubre 2010

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