Cuando la bandera chilena flameó en el lago Titicaca…
Autor: Julio Velasco Urbina | Fecha: 2011-06-30 | ID: 390 | Categoría: Cosmos | Tema: Ciencias sociales | Tipo: Testimonios
Por Julio Velasco Urbina, Escritor Chileno
Junio 2011
Al terminar ya la guerra del Pacífico, en 1882, solo quedaban algunas fuerzas guerrilleras hostilizando a nuestro ejército, especialmente en el sur del Perú.
Como no sólo molestaban, sino que podían constituir una potencial base de nuevos problemas, se acordó enviar una expedición militar hacia la zona de Arequipa y Puno, regiones en que hacía de las suyas un jefe montonero llamado Albarracín.
No tuvieron mayores problemas estas tropas en combatir, cercar, y luego destruir a los núcleos guerrilleros, y limpiaron toda la región, llegando nuestros soldados hasta el mismo borde del gran lago Titicaca, frontera acuática natural con Bolivia. Ya este último país se había retirado de la guerra, pero todavía no se firmaba la paz.
Habría sido fácil para el ejército chileno seguir por tierra, ya sea bordeando el gran lago, o directamente desde Arica hacia La Paz. La capital de Bolivia se debatía en medio de revoluciones políticas, y la resistencia habría sido mínima, ante fuerzas aguerridas y disciplinadas como las chilenas, veteranas de cien victorias.
Sin embargo, había entre los gobiernos conversaciones de arreglo que podrían poner fin a la guerra, y así la orden a las tropas de seguir a la capital boliviana no se dio nunca. Y se perdió la oportunidad histórica de ver nuestra bandera flamear en el Palacio Quemado, y a nuestros soldados desfilando por las calles de La Paz. Parece claro que una ocupación militar de la capital boliviana, remachando la derrota, no habría dado lugar a elevar, después del retiro de nuestras tropas, planteamientos reivindicacionistas improcedentes sobre el litoral recuperado por Chile en la guerra, y que hasta hoy día entraban nuestras normales relaciones con ese país hermano. (Bueno, la historia está llena de oportunidades perdidas por falta de visión en el momento oportuno).
Pero, volvamos al Lago Titicaca, que es el tema de nuestro vistazo a la historia. Las tropas chilenas estaban en el puerto de Puno, sobre el lago, y como todos sabemos, en dicho lago existían y existen centenares de lanchas de totora, hechas por los lugareños, tanto bolivianos como peruanos, que ocupan para sus traslados y comercio entre las riberas y las islas.
Seguramente a algún guerrillero peruano o boliviano se le ocurrió usar varias de estas embarcaciones para hostilizar a los chilenos, y hacían incursiones armadas, sobre todo de noche, disparando desde el lago hacia nuestros campamentos.
Tanto molestaron estas acciones guerrilleras lacustres, que el mando de la expedición solicitó ayuda a nuestra Armada, y la ayuda llegó en la siguiente forma:
En el puerto de Mollendo se desarmó una lancha torpedera de la Armada, llamada Colo-Colo y se llevó por tren hasta Puno. Allí, los mecánicos navales la rearmaron, y la botaron al agua. La comandaba el teniente Angel C. Lynch y completaba la dotación un guardiamarina y 25 tripulantes. La nave desplazaba 30 toneladas y estaba equipada con 3 torpedos de botalón y una ametralladora Hotchkiss. Gemela de la "Tucapel", era la más moderna torpedera de la Armada y única nave de guerra chilena que ha navegado en el lago de mayor altitud de todos los grandes lagos del mundo, a 3.812 metros. La Colo-Colo había participado en combate durante el bloque del Callao, junto a otras unidades. Fue desmontada y dada de baja en 1885.
Y esa lancha, haciendo flamear nuestra bandera por sobre las aguas del Titicaca, hizo varias expediciones, pero no necesitó causar mayores daños, porque su sola estampa navegando sobre el lago determinó la rendición incondicional de las montoneras que hostilizaban nuestros campamentos.
Un hecho poco conocido de nuestra historia naval y militar, pero que nos enseña como reaccionaban los chilenos del 79, frente a los grandes y pequeños desafíos del destino.
El gráfico que acompaña estas líneas y que representa a la Colo-Colo navegando en el Titicaca corresponde a una réplica del dibujo original del firmante del mismo, E. Blanche N.
Fuente:
Francisco Bardón Muñoz
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