Una palabra
Autor: Edmundo Moure Rojas | Fecha: 2011-06-30 | ID: 388 | Categoría: Alma | Tema: Arte | Tipo: Relatos y comentarios
Una palabra llega sin aviso y te sobresalta, o agita un recuerdo en la memoria, o te trae un rostro mientras estás sumido en el afán cotidiano. Las palabras son hermosas; también terribles; a menudo rotundas; a veces dulces, tristes, nostálgicas, odiosas… Y es que estamos hechos de palabras que nos nombran y con las que nominamos el mundo, los seres, para hacerlos nuestros en acto amatorio u homicida, porque también el que mata o lo intenta ejecuta un acto de apropiación. Por eso Cristo, el más lúcido de cuantos poetas hayan existido, nos dice que lo que sale de nuestra boca hecho verbo puede ser la más letal de las armas o la más benéfica bendición, según sea el secreto dictado del alma.
Caminaba hoy por los andurriales de Pudahuel, a través de este "parque industrial" cuyos sitios eriazos sirven de botadero de basuras y refugio de canes hambrientos, cuando vi una palabra hecha nombre de empresa: "Primus", antigua marca de anafes caseros e industriales, y me acordé de Padre Cándido, que llamaba "primus" al artilugio de hacer fuego, de boca azulada, al anafe de color cobre que solía encender para que funcionase el alambique para destilar alcohol y preparar aguardiente… (Linda palabra, alambique, árabe de origen, cuya forma serpenteante nos da el adjetivo "alambicado", que designa a un individuo retorcido, complicado, lleno de sinuosidades).
Vuelvo al "primus" que pronunciaba mi padre, al aparato encendido y recuerdo la ocasión en que, ayudándole a sostenerlo, mientras manipulaba con fuerza la válvula propulsora, me saltó a la cara un chorro de parafina y alcohol encendidos, quemándome la cara y un brazo, pero Cándido reaccionó con presteza, cogiendo una frazada húmeda que colgaba -de modo providencial, se dirá- y me envolvió en ella, minimizando el efecto de quemaduras leves que sólo marcarían en mí un terror al fuego jamás superado, que a veces vuelve en sueños, donde quizá un ángel o un demonio -según sea la pesadilla- te sopla al oído una palabra que se hace imágenes, formas, sonido, olores, seres vivos en la memoria que te hablan con palabras antiguas.
Para conjurar ese miedo de la infancia, acudo a una bella imagen del poeta Cunqueiro: "Un buen narrador sería capaz de escuchar al fuego contándose a sí mismo sus propias historias".
Porque la palabra fuego se hace hogar cuando partimos el pan.
Edmundo Moure Rojas
Mayo 2011