La gracia de la fe
Autor: Edmundo Moure Rojas | Fecha: 2011-09-30 | ID: 364 | Categoría: Espíritu | Tema: Reflexiones | Tipo: Pensamientos
Para Eduardo García Marchant
A mi juicio, la fe religiosa no puede ser refutada por la razón; tampoco ésta puede explicarla, aunque haya habido teólogos brillantes empeñados en su demostración lógica. Pero la teología es a la fe lo que la rima es a la poesía, es decir un mecanismo más o menos útil al lucimiento de la forma, pero que jamás dará cuenta del contenido, del fondo misterioso e inasible desde donde brota.
Es inútil y estéril, por lo tanto, confrontar a un creyente con un ateo o un agnóstico, puesto que ambos hablan, en pleno sentido, lenguajes diferentes e ininteligibles entre sí, porque no habrá un intérprete lo suficientemente hábil para acercarlos. Imaginemos a Teresa de Ávila (santa para los fieles católicos), enfrentada a una discusión con Voltaire acerca de la fe, o sobre la existencia del Dios que se religa con el hombre dentro de un plan de salvación revelado. Sería un diálogo de sordos, a menos que Teresa -la de los cacharros de la cocina donde también habita la divinidad, la de estremecedores poemas- convirtiera al agudo filósofo anticlerical francés; o que éste la llevase a abjurar de sus creencias. Improbable.
La fe es una gracia, quizá el más supremo de los dones, si su beneficio es contactarnos con la divinidad, objetivo primordial, haciéndonos sentir y entender la vida como el cumplimiento cotidiano de la inescrutable voluntad de Dios. El creyente es un agraciado que no puede compartirnos su tesoro, como quien reparte el pan que va a nutrirle, pues no basta la contigüidad del paradigma para convencernos de creer. Así como tampoco alguien nos puede traspasar, por más empeño que pongamos, su talento musical o poético o pictórico. Es que todo auténtico regalo toca lo misterioso, lo inefable.
Acabamos de ver y escuchar a un pescador de Juan Fernández, remando en el mar bravío don descubriera los primeros restos de la reciente catástrofe aérea, decir al periodista entrevistador: -"Dios sabrá dónde están los cuerpos que faltan… Él hace todo lo que ocurre, bueno o malo, y sabe por qué"-. Sencilla reflexión de un creyente que no tiene dudas ni asomos de rebeldía. Para muchas personas, lo positivo y feliz de la existencia es obra divina. Lo negativo, en cambio, se atribuye a otras fuerzas desconocidas; a veces al demonio; a menudo, a nuestros pecados, porque, para muchos cristianos y fieles de otras religiones, Jehová castiga a través desastres naturales o accidentes catastróficos.
Dios es o no es, pero juzgarlo con nuestros parámetros antropoides resulta tan absurdo como entregarle ofrendas o sacrificios para que actúe de tal o cual manera, como si su omnipotente voluntad dependiese del aleteo de una mariposa o del trino de un gorrión. Pero lo absurdo para el racionalista se iguala, en contraposición dialéctica, a la enigmática certeza de la fe. No obstante, dos visiones incomparables.
Admiro y aun envidio la fe que veo -que he visto- a mi alrededor; la de mi abuela Fresia, la de mi madre, la del tío cura, la de tía Carmenza y la de tía Yolanda, creencia vuelta norma de vida, actitud de entrega con el prójimo, sin esperar recompensas ni agradecimientos. Percibo esa fe en otros seres muy cercanos, en mi hija Sol, que parece una curiosa mezcla de sus abuelas, de su tías Carmen y Beatriz, y de otras mujeres de la familia, que nos confirman la fuerza espiritual de lo femenino, fortaleza que nos amparó hasta que volamos con nuestras propias alas, unos más desnortados que otros, ¡¿qué le vamos a hacer?!
Días antes de viajar a Michigan, mi hija Sol hizo una observación sobre la fe y sus caminos, a propósito de un hecho doméstico… No dije nada, pero a ella no pareció agradarle mi silencio escéptico… -Claro- me dijo, mirándome con sus grandes ojos, en los que vi la mirada cálida y al mismo tiempo severa de mi madre- como eres un ateo, no entiendes lo que digo…
Puede que algún día recuperemos la fe extraviada en una edad remota, como el ave migratoria que regresa, luego de infinidad de viajes erráticos, y al fin encuentra su nido sobre el espejo del mar.
Edmundo Moure R.
Septiembre 9, 2011