Han Van Meegeren: ¿Genio de la falsificación o maestro de la pintura?
Autor: Jaime Bahamonde Quiroga | Fecha: 2013-11-03 | ID: 34 | Categoría: Alma | Tema: Arte | Tipo: Relatos y comentarios
Jaime Bahamonde Quiroga
Octubre 2013
En febrero de 1950 zarpó desde el puerto de Valparaíso la nave Puyehue, buque a vapor, como se les llamaba, para pasajeros y carga, con destino al puerto de Arica. Esa nave contaba con acomodaciones para alrededor de 120 pasajeros, había sido construida en Inglaterra unos 20 años antes, era de lento andar, alrededor de 9 nudos. Su travesía hasta el puerto de destino, Arica, demoraba 9 días, y en su trayecto recalaba en los puertos de Coquimbo, Huasco, Caldera, Chañaral, Antofagasta, Tocopilla e Iquique. Esta lenta travesía, en ese entonces, no constituía mayor problema, se vivía en un mundo diferente, en el que el transcurrir del tiempo se sentía como algo natural, y el no aprovecharlo íntegramente en objetivos rentables, o inmediatos, no producía mayor zozobra, y más bien constituía una muestra de saber vivir.
A bordo se gozaba de tranquilidad y grato ocio, lo que favorecía la conversación entre los pasajeros y el inicio de amistades. El lugar más adecuado para iniciar un mutuo conocimiento e intercambio de ideas, experiencias y pareceres, era el agradable y acogedor bar que se abría antes de almuerzos y cenas. Este recinto, dado el origen de la nave, presentaba sus paredes recubiertas con maderas nobles, oscuras, en las que se observaban cuadros ingleses con motivos de campos y cacerías. Allí, acompañaba a mi padre, yo entonces contaba con sólo 11 años, cuando una tarde entabló conversación con dos extranjeros, que hablaban castellano con bastante fluidez, y que dijeron ser uno Alemán, Otto Schultze, y el otro Holandés, Han van Meegeren. El alemán representaba unos 45 años, era buen conversador, extrovertido, el holandés representaba más edad, unos 55 años, era más silencioso, algo introvertido.
La segunda guerra mundial había terminado hacía 5 años. La influencia de la propaganda de los aliados, y de los Estados Unidos en especial, estaba aún fresca y latente, todavía más en un joven de mi edad, por lo que me produjo estupor el ver a mi padre, admirador de los EE.UU, y partidario de los Aliados en esa guerra, conversando amigablemente con ambos personajes, ya que a poco hablar Otto manifestó haber luchado en la guerra y ser nazi. El holandés, Han, no se refirió al respecto entonces, pero posteriormente también manifestó su simpatía por esa causa. Considerando mi edad, una vez superada mi aprensión inicial, comencé a gozar de la conversación de ambos, en especial de los relatos de las experiencias de Otto en la guerra. La relación entre mis padres y ambos europeos se mantuvo durante la travesía, e incluso efectuamos visitas turísticas en conjunto en varios puertos de recalada. Luego, en otra oportunidad, a instancias de Otto, el holandés, Han, se refirió a falsificaciones de pinturas antiguas efectuadas por él, de grandes pintores holandeses del siglo XVII, una de las cuales había sido comprada por un jerarca de la Alemania nazi, Hermann Göering.
Las conversaciones en torno a gratos aperitivos, y bebidas gaseosas para mi, se mantuvieron hasta arribar a Arica. Han, en ocasiones se refirió al período de ocupación nazi como una época en que los europeos se sentían unidos, hermanados, cobrando orgullo por su historia, arte y cultura. En varias oportunidades se refirió a la entonces reina de Holanda, Guillermina, por quien mostraba gran admiración y respeto.
Una vez arribados a Arica, desde donde ambos se dirigirían hacia Bolivia, Han al despedirse de nosotros nos dijo: “yo me llamo Han van Meegeren. No se olviden de mí.”
Algo especial en su conversación, personalidad, actitud, y en su despedida, hizo que no lo olvidáramos. Pasaron 50 años y, sólo entonces, tuve ocasión de saber quien fue Han van Meegeren al caer en mis manos una publicación sobre él.
Han había nacido en 1889 en Deventer, una pequeña ciudad de Holanda, siendo el tercero de cinco hermanos. Su familia era católica y su padre era profesor de historia y francés en la escuela de pedagogía de esa ciudad. Desde niño Han mostró interés por temas artísticos especialmente relacionados con la pintura, dibujos, acuarelas, oleos, e historia y evolución de ese arte. El interés de Han por estos temas era categóricamente rechazado por su padre, Hendrikus, quien trató de prohibirle dedicarse a esas materias. Incluso, en varias ocasiones lo obligó a escribir cientos de veces frases como: “no sé nada, soy nada, no soy capaz de hacer nada.” Estos procedimientos tan poco pedagógicos, y reñidos con la más elemental psicología, más procediendo de un profesor, resultan ahora demasiado absurdos, pero recordemos que la psicología es una de las ciencias más nuevas o modernas. Recordando posteriormente su niñez Han dijo haberse sentido descuidado e incomprendido por sus padres. Es razonable suponer que esos procedimientos, y esa sensación de abandono, tan poco adecuadas, hayan influido reforzando el interés, y porfía, que mostró Han posteriormente en proseguir en su afán de dedicarse a la pintura, y descollar como pintor a costa de cualquier esfuerzo, y a como diese lugar.
El joven Han, luego en la escuela secundaria, conoció al profesor y pintor Bartus Korteling, quien ejerció gran influencia sobre él. Korteling era un gran admirador y conocedor de los grandes pintores holandeses del siglo XVII, o Edad de Oro de la Pintura Neerlandesa, y en especial, de las obras de Johannes Vermeer, traspasando esa admiración a Han. Así fue como le hizo apreciar la maestría de Vermeer, pintor holandés del siglo XVII, quien destaca por su notable uso de colores, juegos de luz y sombra, manejo de personajes y sus facciones, y realismo logrado a través de finos detalles y perspectivas. El maestro Korteling además categóricamente rechazaba tendencias modernas relacionadas con la pintura, como el impresionismo, cubismo, y otras, que empezaban a ponerse de moda, por considerarlas decadentes y degeneradas. La influencia de este maestro no cabe duda que influyó en Han quien mostró aversión a estos estilos de pintura moderna, e hizo que se dedicase a pintar de acuerdo al estilo de la pintura Holandesa de la llamada “Edad de Oro,” o siglo XVII.
En 1907 Han contaba ya con 18 años, y forzado por su padre, ingresa a la Universidad Técnica de Delft a estudiar arquitectura, donde también recibe instrucciones de dibujo y pintura. Cabe señalar que la ciudad de Delft era la ciudad natal de Johannes Vermeer. En sus estudios de arquitectura demostró gran capacidad y aprobó fácilmente sus trabajos y exámenes, sin embargo, aun cuando egresó de la carrera, jamás rindió su examen de titulo. Mostró ser un arquitecto hábil y aun existe una de sus obras, la hermosa casa del Club de Regatas de Delft, club del que era socio.
En 1912 contrae matrimonio con una compañera de estudios de arte, Anna de Voogt, con quien tiene un hijo, Jacques, quien posteriormente fue pintor y murió en 1977 en Ámsterdam. Ese año Han abandona sus actividades como egresado de arquitectura y se dedica al estudio de dibujo y pintura en la Escuela de Artes de La Haya, recibiendo a los pocos meses, en 1913, un prestigioso premio, la Medalla de Oro de la Universidad Técnica de Delft, por su obra denominada “Estudio del Interior de la Iglesia de San Lorenzo de Rotterdam.” Este premio se otorgaba cada cinco años al mejor trabajo presentado por algún alumno. El cuadro pintado por van Meegeren muestra ya la influencia ejercida por el estilo de Vermeer, especialmente en sus juegos de luz y sombra, y en el manejo de perspectivas. Luego, a mediados de 1914, rinde su examen final en la Real Academia de Artes de La Haya recibiendo su diploma, y es nombrado asistente del profesor de dibujo y de historia del arte.
Los ingresos que recibía Han por su trabajo como asistente en la universidad eran escasos lo que lo motiva a pintar carteles, ilustraciones, retratos y paisajes. Estas obras son consideradas actualmente valiosas y buscadas por conocedores y coleccionistas. En 1917 efectúa una exposición pública de sus obras en La Haya y en 1919 es aceptado en una exclusiva sociedad de escritores y pintores de esa ciudad, llamada Haagse Kunstkring. Entre otras obras pinta el “Corzo”, dócil ciervo mascota de la Princesa Juliana. Otra de sus obras famosas de esa época fue “Hertje” (El Cervatillo). Luego realizó varios viajes a Inglaterra, Bélgica e Italia, adquiriendo notable fama como retratista, cobrando elevados honorarios a personajes locales y turistas adinerados, los que además quedaban muy impresionados por la calidad de las obras, por el amplio conocimiento de las técnicas de los grandes pintores holandeses del siglo XVII que mostraba, y por su agradable trato.
En 1924 van Meegeren efectúa una nueva exhibición de sus obras, esta vez con motivos religiosos, la que comercialmente fue exitosa, pero éstas obras fueron fuertemente criticadas por los expertos quienes, entre otros juicios, señalaron que él “no era más que un talentoso copista de estilos”, que “su obra era superficial, con un simbolismo fácil, carente de real profundidad”, que “… tiene algunas virtudes, salvo la originalidad.” Entre los críticos reconocidos de esa época sólo uno se refirió elogiosamente a sus obras alabando “lo exacto y conservador de su estilo.” Para desgracia de van Meegeren, ese crítico y periodista, Karol Boer, cambió completamente de opinión muy luego, por motivos aparentemente ajenos al quehacer artístico, al tener conocimiento que van Meegeren, quien tenía fama de mujeriego, había seducido a su mujer, la hermosa actriz Johanna Oerlemans. En 1928 Han y Johanna contraen matrimonio habiéndose separado ambos de sus respectivos cónyuges. Johanna y Han constituyeron un matrimonio estable, y ella llevó a su pequeña hija Violet a vivir con ellos.
Las duras referencias de los más eminentes críticos de arte hicieron que van Meegeren les tomara un profundo desprecio y lo llevó a empezar a convertirse en un notable falsificador, o creador, de obras que usualmente correspondían a pintores holandeses del siglo XVII, o Edad de Oro de la pintura holandesa. Es posible que al sufrir ese fracaso haya recordado, en más de alguna ocasión, las frases que su padre le había hecho escribir: “no sé nada, soy nada, no soy capaz de hacer nada.” Lo que sí se sabe con certeza es que desde entonces emprendió una senda que lo llevó a convertirse en el falsificador de obras de arte de pintura más talentoso de la historia, a hacerse de una considerable fortuna, y a pasar por peripecias que incluso pudieron haberlo llevado a ser fusilado.
Sus primeros intentos de falsificación tuvieron resultados inicialmente exitosos pero luego fue detectada la falsedad de esas obras. En uno de esos casos, junto a un amigo restaurador de arte, Theo Vijngaarden, pintaron un cuadro imitando el estilo de Frans Hals, el que denominaron “El caballero risueño.” Tuvieron éxito en su venta, pero posteriormente un famoso especialista en arte e historia, Abraham Bredius, demostró, sin dar lugar a dudas, la falsedad de esa obra. Este especialista detectó errores en el estilo, presencia de oleos que no correspondían a la época, y uso de clavos que tampoco existían en ese entonces. Van Meegeren había encubierto hábilmente su participación en esa falsificación por lo que pudo retirarse a la costa de Francia, al pueblo de Roquebrune, donde se dedicó a efectuar retratos de personas pudientes.
Sin embargo, van Meegeren había aprendido su lección y se dedicó a perfeccionar sus técnicas como falsificador creando colorantes y pigmentos totalmente similares a los utilizados por los grandes maestros de antaño, no sólo a la simple vista si no que también al análisis. Además se surtió de pinturas de épocas antiguas, pero de escaso valor, con el objeto de usar las telas, una vez borrados cuidadosamente los motivos originales, al igual que los clavos y maderas. Estudió los procedimientos y materiales utilizados por los grandes maestros de la “Edad de Oro,” como ser pinceles con cerdas o pelaje de diversos animales usados en la época, como pelos de tejón, maderas, telas, etc. En su minucioso afán se topó con un problema difícil de solucionar que consistía en lograr que la pintura mostrase en su aspecto el paso de los doscientos, o más años, transcurridos desde que hubiese sido creada. Para ello, en ocasiones, aprovechó el craquelado, o agrietamiento natural, que el paso del tiempo había impartido a pinturas de menor valor de la época. En otras oportunidades utilizó un horno, inventado por él, donde sometía a las obras a sucesivos cambios de temperatura, dentro de rangos cuidadosamente estudiados, recurriendo además a mezclas con resinas especialmente estudiadas que craquearan adecuadamente. En este caso hasta consideró que, habiendo estado las obras mantenidas dentro de viviendas habitadas, debía dentro del craquelado, o pequeñas grietas, encontrarse diminutas muestras de hollín y materias procedentes de las cocinas de esa época, y otras impurezas del aire. Para lograr mayor naturalidad, acorde a las costumbres del período que correspondiese, adquirió diversos objetos antiguos de uso común en ese entonces, para incorporarlos en las obras por crear.
Otro problema que debió enfrentar fue el no contar con modelos ya que debía pintar sus falsificaciones en secreto. Esto lo solucionó gracias a su maestría y también en ocasiones recurriendo a personajes de otras obras. Según expertos, por ejemplo, para el personaje de San Juan de su pintura “La última cena,” habría recurrido nada menos que a la joven mujer de “La muchacha de la perla,” obra maestra de Vermeer.
Mientras van Meegeren lograba maestría en estas técnicas vivía confortablemente con su familia en su hermosa casa, ya que como pintor y retratista había logrado nombradía y recibía buenos ingresos. Sin embargo, esta actividad honesta constituía sólo una fachada.
A medida que perfeccionaba su técnica estudiaba cuales de los grandes maestros de la llamada Edad de Oro serían los más adecuados para lograr sus fines. La elección no debe haber sido difícil ya que al irse a residir a Francia había llevado consigo abundante material, libros y reproducciones, en especial de Johannes Vermeer. Este maestro resultaba muy apropiado para sus fines por diversos motivos. Sus obras eran escasas, sólo se conocen 35 actualmente. El valor de éstas había empezado a ser muy considerado a inicios de siglo, e iba en alza. Además se tenía escaso conocimiento de sus obras iniciales, de su vida y viajes. También sus obras mostraban ciertas diferencias de estilo y temas, incluso aún conociéndose varias obras de él con temas religiosos, se suponía debían existir otras. En 1936 empieza a pintar la falsificación que se considera su obra maestra, que llama “La cena de Emaús,” tela de 115 por 127 cm, pintada sobre una obra de un pintor del siglo XVII, Hendrik Hondius, la que borró cuidadosamente con piedra pómez procurando mantener el craquelado y la trama de la tela.
En lo referente a la elección del tema de esta obra fue muy hábil ya que consideró lo que los expertos habían especulado respecto a obras que habría ejecutado Vermeer, en un período de su vida poco conocido, cuando habría vivido en Italia pintando principalmente motivos religiosos. O sea, van Meegeren les procuraba a los expertos lo que ellos querían encontrar.
En 1937, una vez terminada la obra, van Meegeren para autentificarla recurre nada menos que al más prestigioso especialista, Abraham Bredius, el mismo que pocos años atrás había descubierto su falsificación de “El caballero risueño.”
El experto crítico de arte e historiador no tardó mucho en publicar su veredicto en una prestigiosa revista especializada, el Burlington Magazine: “¡Es un momento maravilloso en la vida de un amante del arte cuando se encuentra sorpresivamente frente a una pintura desconocida de un gran maestro, intacta, sin ninguna restauración, tal como salió del taller del maestro! ¡Y qué obra! Estamos aquí, me inclino a afirmar, ante la obra maestra de Johannes Vermeer de Delft.” Las consideraciones del experto Bredius continuaban señalando que esa obra maestra de Vermeer, recién descubierta, mostraba una cierta semejanza con una obra del maestro italiano Caravaggio, lo que avalaba su creencia de que el maestro holandés había residido en Italia, recibiendo influencia de ese pintor. Bredius, y otros expertos, influyeron en la opinión pública por medio de charlas y publicaciones haciendo notar que una obra maestra, de esas características, no debía quedar fuera del país debiendo ser considerada como patrimonio nacional. En consecuencia diversas instituciones como la Sociedad Rembrandt, el Museo Boymans, un magnate naviero, y el propio Bredius, aportaron una elevada suma, 520.000 florines, para su adquisición. El valor cancelado por esa obra era uno de los más altos alcanzados hasta entonces. Luego la obra fue incluida como la pieza más valiosa, “el núcleo espiritual,” de una muestra de sobre 400 obras, especialmente seleccionadas, en las festividades jubilares de la Reina Guillermina de Holanda.
Tal vez entonces, gozando de su triunfo, saboreando el dulce néctar de la venganza, nuevamente Han recordó, ahora como vencedor, las palabras: “no sé nada, soy nada, no soy capaz de hacer nada.”
En el verano de 1938 se va a vivir a Niza, con su familia, donde adquiere una valiosa propiedad. En sus salones cuelga obras de maestros, éstas si genuinas. Allí, y en esa época, es cuando crea sus mejores falsificaciones con obras que atribuye, y firma, como Vermeer, entre ellas “Cristo y la adúltera” y “La última cena”, y otras que atribuye y firma como Pieter de Hoch o Frans Hals, entre varios. La obra “Cristo y la adúltera” fue, luego, vendida en el equivalente de 7 millones de dólares, uno de los valores más altos alcanzados hasta entonces por una obra.
Hacia 1939 van Meegeren ya contaba con una red de intermediarios para la venta de sus falsificaciones, las que hacía aparecer como hallazgos efectuados en Italia o en otros países, o también como compras efectuadas a nobles extranjeros arruinados quienes, por razones obvias, preferían mantenerse en el anonimato. En esa época ya había adquirido numerosas propiedades en Francia y Holanda y vivía en un ambiente de lujo con toda clase de comodidades. Su esposa Johanna mostraba ser aparentemente tolerante con la forma de vida del pintor, quien mantenía su fama de mujeriego y libertino. Antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial la familia van Meegeren se traslada a vivir a Holanda.
Durante 1941 publica un gran y lujoso libro compendio de sus obras genuinas, denominado “Han van Meegeren: Teekningen I” y prosigue con su creación de falsificaciones, la mayor parte de ellas atribuidas a Vermeer. Luego en 1943 se separa legalmente de su segunda esposa, Johanna, y traspasa la mayor parte de sus bienes a ella. Esta separación fue sólo una maniobra legal destinada a lograr mayor seguridad frente a la situación de guerra y a posibles eventualidades. La familia se traslada a residir en uno de los lugares más exclusivos de Ámsterdam. Ya entonces había logrado una cuantiosa fortuna contando con 52 propiedades de renta y 15 casas de campo, además de joyas y obras de arte.
La agradable y gozosa vida de van Meegeren habría continuado sin mayores tribulaciones, y los museos, y colecciones privadas contarían aun hoy con muchas obras falsas, pero consideradas valiosísimas, y de autenticidad fuera de toda duda, si no hubiese sido por un factor casual. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial un escuadrón de soldados norteamericanos encontró en una mina de sal abandonada cerca de la ciudad de Linz, en Austria, una gran cantidad de obras de arte. Pronto se tuvo conocimiento que estas obras provenían de saqueos, y adquisiciones, efectuadas por orden de Hermann Göering, Mariscal del Reich, para ser destinadas a un gran museo que se construiría en Linz, pueblo natal de Adolfo Hitler. Cuando expertos examinaron las valiosas obras con sorpresa encontraron un hermoso cuadro denominado “Cristo y la adúltera” firmado por Johannes Vermeer, cuadro que hasta entonces era totalmente desconocido. Al rastrear la procedencia de esa obra se llegó a un banquero holandés, Alois Miedl, coleccionista y comerciante en arte, quien la había vendido al Mariscal del Reich en 1,65 millones de florines (más de 10.000.000 de dólares actuales). Miedl al ser interrogado informó a su vez haberlo adquirido a una persona que resultó ser agente intermediario de Han van Meegeren.
El 29 de Mayo de 1945, pocos días después de terminada la guerra, van Meegeren fue arrestado y acusado de saqueador de la propiedad histórica y cultural holandesa y de haber sido colaboracionista nazi. Bajo estos cargos fue detenido y llevado a juicio. En ese entonces, habiendo sido Europa arrasada por el dominio nazi, y recién liberada, esos cargos eran un probable camino a ser ejecutado. Consciente de la gravedad de los cargos, y de que el juicio había trascendido, convirtiéndose en tema diario de las publicaciones de prensa, van Meegeren sólo ve una salida al atolladero en que había caído, confesar su autoría en esa falsificación, lo que naturalmente sería motivo para que todas sus otras falsificaciones fuesen descubiertas. Procede entonces a confesar su autoría en esa falsificación y en otras de pinturas atribuidas a Pieter de Hoochs y Frans Hals, que en ese entonces se mostraban en importantes museos holandeses y europeos. Argumenta luego que no debe ser considerado un traidor a su patria, si no un timador, un héroe nacional, por haber burlado a los alemanes.
Sin embargo, para desgracia de van Meegeren, su propio arte, su increíble pericia, y porfía, en lograr la perfección en sus falsificaciones, buscando la naturalidad hasta en los más pequeños detalles, ahora todo eso jugaba en su contra. Para colmo, a lo anterior se sumaba su conocida condición de ser de ideas de ultraderecha, haber publicado artículos de tono racista, y como si eso fuese poco, un hermoso ejemplar de su libro “Han van Meegeren: Teekningen I” fue encontrado en la biblioteca personal de Adolfo Hitler, con una dedicatoria, “Al querido Fuhrer,” de su puño y letra.
Entre otros peritos y críticos, con objeto de verificar las sorprendentes afirmaciones del inculpado, se recurre a Abraham Bredius y varios otros peritos de renombre. Todos ellos avalan la autenticidad de la obra “El Cristo y la adúltera” y otras que son expuestas. Van Meegeren clama en el juicio: “¡Es un invaluable van Meegeren, por el que Göering pagó una fortuna!” La situación se tornaba cada vez más crítica para gran maestro de los falsificadores. Su mayor triunfo lo encaminaba a la máxima condena. Sin embargo, entonces tiene una idea propia de su genialidad: solicita que le aporten los medios adecuados, y se compromete en un plazo de dos meses, a crear una falsificación con la que mostraría, en forma indesmentible, la veracidad de su versión y defensa. Esta inusual solicitud produce desconcierto entre abogados y el jurado, pero finalmente aceptan, y bajo vigilancia, con los medios solicitados van Meegeren procede a pintar una nueva obra. Como tema elige, al estilo Vermeer, “Jesús y los doctores de la ley.” ¡Curioso motivo el elegido! ¿Podría considerarse una alusión irónica?
El juicio había sido seguido con gran interés en todo el país, y en buena parte de Europa, por lo que cuando a los dos meses van Meegeren expuso su obra ante críticos y peritos había gran expectación. Estos, una vez expuesta la tela debieron reconocer la calidad de la obra, y la maestría de la falsificación, aun cuando, por razones obvias, no alcanzaba el nivel de perfección de “Jesús y la adúltera” y de otras de sus obras. Los renombrados especialistas, Bredius entre ellos, fueron motivo de burlas, quedando muy desprestigiados. Una vez más van Meegeren aparecía como vencedor y fue liberado. Luego, al poco tiempo, una comisión internacional encabezada por el Director de los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, Dr. Paul Coremans, formada por científicos y especialistas holandeses, ingleses, franceses y belgas, después de efectuar pruebas microscópicas, químicas y de rayos X, certificaron que todas las obras en cuestión eran hábiles falsificaciones. Además de los peritajes señalados, se consideró que entre las pertenencias encontradas en el taller del pintor se habían detectado resinas, pigmentos y otros productos utilizados en las falsas obras, además de jarrones, y otros objetos antiguos, que aparecían reproducidos en esas obras por corresponder a la época adecuada.
Ante la opinión pública de Holanda van Meegeren había emergido como un personaje mítico que se había burlado de una alta autoridad nazi y de los peritos y especialistas. Había logrado escapar del castigo y deshonor que le habría correspondido como saqueador del patrimonio artístico de su patria y colaboracionista nazi, pero ahora debía enfrentar juicio como falsificador, arriesgando una posible condena a dos años de cárcel. En lo que respectaba a su patrimonio no tenía mayor problema ya que la mayor parte de sus bienes los había traspasado a su esposa Johanna, quien, según sus afirmaciones no había tenido conocimiento de sus procedimientos ilegales. En su defensa apeló a argumentos originales, muy discutibles eso sí, como que su principal móvil no había sido el dinero, si no lograr la perfección en la imitación del arte, ubicando el ámbito preciso en el que se pudiese lograr tema, procedimientos y ejecución perfecta. Entre sus afirmaciones hay alguna que impacta, como ser: “Ayer esta pintura valía millones de florines, y expertos y amantes del arte habrían venido de todo el mundo y pagarían por admirarla. Hoy no vale nada y nadie se molestaría en cruzar la calle para verla, aunque sea gratis. Pero la pintura no ha cambiado. ¿Qué ha cambiado entonces?”
El Mariscal Goering durante el transcurso del juicio a los jerarcas nazis efectuado en Núremberg fue informado respecto al veredicto de la comisión de expertos que demostró la falsedad de su cuadro predilecto, “Cristo y la adúltera.” Según un testigo Goering se demudó quedando estupefacto.
En noviembre de 1947 la Cámara de la Corte Regional de Ámsterdam lo declaró culpable de falsificación y fraude condenándolo a un año de prisión. Ante estos cargos al ser entrevistado había expuesto: “Dos años sería la máxima pena que me podría corresponder. Lo sé porque lo estudié en nuestras leyes antes de comenzar todo esto. Pero estoy seguro de algo: si muero encarcelado pronto se olvidará todo y mis cuadros volverán a ser Vermeer legítimos. Yo los elaboré no por dinero, sino que por amor al arte de la pintura.” Sin embargo, van Meegeren no llegó a ser encarcelado, ya que cumpliéndose el último día para apelar al fallo se informó que había sufrido un fallo cardíaco por lo que fue hospitalizado, siendo declarado muerto el 30 de diciembre de 1947, a la edad de 58 años. Nunca se pudo probar la complicidad de su viuda, Johanna, en sus falsificaciones y venta de ellas, por lo que mantuvo su fortuna y vivió lujosamente hasta su muerte a los 91 años.
A pesar del tajante juicio entregado por la comisión de expertos sobre la falsedad de las obras durante años se mantuvo polémica al respecto, en especial respecto a algunas obras. En 1951 un restaurador y experto en arte de Bruselas, Jean Decoen, publica una obra, “Retorno a la verdad”, en la que afirma que dos de las pinturas de van Meegeren, “Los discípulos de Emaús” y “La última cena,” eran Vermeer legítimos. Entonces se genera un juicio ya que el propietario de “La última cena”, el empresario naviero George van Beuningen, afirma que la injusta calificación de la Comisión Coreman, como falsa de su obra, la había desvalorizado, y exige una compensación de, la entonces elevada suma, de 500.000 libras. A fines de 1955 la Corte falla a favor de la Comisión Coreman.
Como consecuencia de la desconfianza en peritajes efectuados por expertos, hasta entonces considerados de total credibilidad, llegó a suceder que obras firmadas y certificadas como auténticos Vermeer fuesen prácticamente olvidadas al ser consideradas como falsas. Esto ocurrió con una obra denominada “Joven sentada junto al arpsicordio,” Esta pintura había aparecido en catálogos como un auténtico Vermeer, y valorada como una de sus más importantes obras. En 1947, debido al juicio y veredicto de la Comisión Coreman fue marginada del catastro del maestro y olvidada. En 1960 un comerciante belga la descubrió en una galería de Londres, posteriormente en 1993 el cuadro es llevado a un especialista de Sotheby, luego después de 10 años se confirmó su autenticidad. Esta obra, de 25 por 20 cm, se expuso para remate en Julio de 2004 en Londres, con un valor mínimo de 3 millones de libras.
Actualmente las obras de van Meegeren, tanto las falsificaciones o las firmadas por él, son consideradas valiosas y son buscadas y rastreadas por conocedores y coleccionistas. Entre ellas cabe mencionar su autorretrato, magistralmente expresivo, pintado en 1924, cuando contaba con 35 años, que lo muestra con cierto aspecto de tristeza, o desencanto. Respecto a esta obra un crítico señaló que como hábil maestro logró mostrar, no sólo lo aparente, sino que también lo interno del personaje. Su obra “Jesús y los doctores de la ley” pintada cuando estaba encarcelado se expone actualmente en una iglesia de Johannesburgo. Otras obras con su firma son: “El club nocturno”, también de 1924, muestra de la vida algo desordenada que entonces llevaba.
Un crítico y estudioso del tema, Jonathan López, en su publicación “El hombre que fabricaba Vermeer´s” escribió: “A medida que avanzaba como falsificador, van Meegeren progresivamente se desencantaba con la manera en que él era percibido, o menospreciado, por sus contemporáneos. ¡Y con alguna justificación! Conocido públicamente como un inofensivo tradicionalista, cortesano pintor de los patricios de La Haya, van Meegeren, era realmente uno de los más exitosos artistas contemporáneos de Europa. Ni siquiera Picasso pudo haber vendido una sola obra por la cuarta parte de lo que él obtuvo por las suyas. Más aun, van Meegeren había alcanzado la cima en el quehacer creativo, en forma tan radical, que llegó a lo ilegal. Era un amargo remedio para un hombre como van Meegeren que había anhelado el reconocimiento público de su triunfo.”
De acuerdo a la información oficial van Meegeren habría muerto el 30 de Diciembre de 1947 en Ámsterdam. Sin embargo, la persona que conocimos en ese viaje en febrero de 1950, a nuestro mejor entender era él. Todo coincidía, su historia y sus detalles, sus ideas, ideales y preferencias, su personalidad, su aspecto, su deseo de permanencia. Incluso dispongo de una fotografía de ese viaje en que aparece. Su destino, Bolivia, probablemente la ciudad de Santa Cruz, en ese entonces resulta totalmente explicable ya que fue el refugio de numerosos alemanes y europeos después de la derrota nazi. Teniendo en cuenta los deficientes y lentísimos medios de comunicación de ese entonces Bolivia, y nuestro país, constituían un seguro refugio donde pasar inadvertido. Con su mujer Johanna, a pesar de su separación legal, mantuvo siempre una buena relación, y ella contaba con una considerable fortuna que podría haber costeado su aparente muerte. Incluso podría elucubrarse que, dadas las complejidades de esa época inmediata de posguerra, las autoridades pudiesen haber facilitado su aparente muerte. Quizás en Bolivia, tal vez en la ciudad de Santa Cruz, haya dejado huellas. ¿Algunas obras quizás?