Soledad: Angustia hasta la locura

Autor: Francisco Bascuñán Letelier | Fecha: 2013-03-31 | ID: 195 | Categoría: Cosmos | Tema: Interés público | Tipo: Testimonios

Recuerdo el año 1971 como un año de soledad.   A fines del año anterior, en 1970, por primera vez en la historia del mundo, y tal vez la única, en nuestro país había sido elegido democráticamente un gobierno marxista. En ese tiempo yo trabajaba como ingeniero civil a cargo de obras, en ese entonces, administrando la construcción de un gran edificio que la empresa constructora de don Edmundo Pérez Zujovic, levantaba en el barrio La Gran Vía de la ciudad de Antofagasta, puerto ubicado a la altura del trópico de Capricornio, en medio del desierto de Atacama, 1.400 kilómetros al norte de Santiago, capital de Chile.

Pocos años antes, había estado en la misma ciudad y en el mismo barrio, construyendo una obra también muy similar. La primera vez sucedió durante un período de gran efervescencia política-social pero aun apegado a la ley; a diferencia, durante esta segunda estadía, esa efervescencia desbordaba en desorden generalizado, por cuanto los 'obreros', infundidos por la odiosa consigna marxista de la lucha de clases, se creían no sin razón los dueños de toda las actividades de trabajo. (Nótese que fue tan sólo hasta el gobierno del Gral. Pinochet, que los obreros y empleados se refundieron en los actuales 'trabajadores').

Por otro lado, personalmente me encontraba abatido no sólo por no estar de acuerdo con el marxismo ni menos que estuviera reinando en nuestro querido país, sino porque me encontraba solo en una ciudad, que a pesar que me había tratado bien, no me daba posibilidad de llevarme a mi mujer y mis tres hijos, por falta absoluta de viviendas; me encontraba muy solo. Mis amigos también me trataron muy bien, inolvidables Lucho Castro con Carla, su entonces señora, me ofrecieron su casa para que yo me quedara el tiempo que quisiera; está bien para algunos días, semanas, tal vez un mes, decía yo, pero por más tiempo que eso, me sentía como abusando de la amistad a pesar del infinito cariño e inagotable paciencia que demostraron conmigo. Sin desmerecer a mis inolvidables amigos, igual me sentía solo.

Ya entrado el año 1971, los más de mil obreros de la obra a mi cargo, entraron en huelga legal; aun no se conocían las tomas con administradores en calidad de rehenes, como vi al año siguiente, también en negociaciones de 'pliegos de peticiones'. La empresa solía enviarme a negociar por el ascendiente que tenía sobre los obreros ya que nunca los engañé y mi palabra, hasta los momentos más álgidos, siempre valió y me tocó sentir lo que el valor de la palabra significa. La huelga  del '71 no fue la excepción, negocié con la directiva de los trabajadores hasta el límite posible que me era permitido, ya que la obra en que me desempeñaba correspondía a la Caja de Empleados Particulares, en ese tiempo a cargo del vice presidente ejecutivo de la Caja nombrado por el presidente de la República, o sea, curiosamente administrada por el mismo gobierno que decía representar a los obreros. Después de rotas las conversaciones conmigo, la directiva del sindicato, se trasladó a Santiago para quejarse ante el ministro del trabajo en persona; cuan sería su frustración y desánimo cuando llegaron de vuelta a Antofagasta con un pliego cerrado sin apelación y con valores menores a los por mi propuestos. Cabizbajos y obedientes, los trabajadores, estoicamente, terminaron la obra sin inconvenientes ni revanchas. Para ese entonces yo empecé a dudar: tal vez cuando el marxismo hablaba de la dictadura del proletariado se refería a la dictadura al proletariado. Hasta la fecha nunca he podido dilucidar bien esta duda. En fin, llevar a cabo esta negociación, a los 30 años de edad, lejos de mi familia y de la oficina principal, sin ayuda especializada en materia laboral, no me hacía sentir muy acompañado que digamos, a pesar que como dije, los más de mil trabajadores a mi cargo, siempre me fueron leales y se comportaron como verdaderos 'compañeros' que decían ser.

Así fueron pasando los días: tensos, angustiantes y sin horizonte.  Viajé a Santiago a decidir, junto con mis jefes, mi permanencia en la empresa ya que decididamente había optado por mi familia ante  mi trabajo. El resultado era obvio, a mi vuelta a Antofagasta me quedaba un solo mes de pega. En definitiva, pasaban y pasaban los días, yo seguía solo y con un horizonte aun más negro.

No sé exactamente cuando y como fui cayendo en un estado de completo desánimo, pero recuerdo haberme dado cuenta de ello una tarde que almorzando en el mismo restaurant de siempre, comiendo la misma comida de siempre y servido por el mismo mozo, que a esa altura ya me tiraba a la baqueta, me encontré como un ser transparente al medio, como un ser sin sentido.

Poco días después, recuerdo con vergüenza una noche de desesperación. Había salido a comer, igual solo, y había pedido una botella de vino para la cena. Era bastante alcohol para una persona que no acostumbraba tomar ni valerse de circunstancias especiales para ello. Esa noche sería una excepción. Me anduve emborrachando y aun me sobraba vino como para llevármelo y seguir tomando en la calle. Resultó ser que tenía bastante buena cabeza, tanto para caminar como para recordar, pero no tanto como para no hacer burradas. Me paseaba, con botella en mano, por la calle Prat a no más de una cuadra de la Plaza de Armas, alegando y haciendo alboroto con todo el mundo que pasaba, total no eran más de las nueve y media de una tropical noche a fines de otoño, muchos peatones y automovilistas todos con ese inculcado odio que envenenaba nuestros corazones, mi desolación aumentaba en la medida que aumentaba el alboroto, la angustia me seguía agobiando minuto a minuto, más y más... hasta que estallé: pegué un grito a pulmón lleno al tiempo que lanzaba, con toda mi fuerza, la botella con el resto del vino hacia lo más alto posible. La 'cagada' que quedó a mi alrededor fue de película, todo el mundo corría para protegerse del loco y de las posibles consecuencias de la caída de la botella que estallaba contar el suelo haciendo tal estruendo... como haciendo gala de su poderío. Hoy, aunque con un poco de vergüenza, al recordar me río, pero en ese momento creo que lloré. Mi soledad había llegado a la locura, pero mi ángel, aunque un poco atareado y sin saber yo el porqué, me seguía cuidando ya que de ese incidente salí incólume e ileso. Definitivamente no estaba tan solo como pensaba.

A la mañana siguiente me avisaban que mi jefe directo, don Edmundo Pérez Zujovic, ex vicepresidente de la República del gobierno inmediatamente anterior, había sido asesinado por un comando socialista, muy cercano al presidente Allende; era el 10 de Junio de 1971 (ver: "EPZ a 40 años de su muerte").  Justo tres meses después moría mi padre y veinte días más, mi madre a quien enterramos con otro escándalo de proporciones (ver: "El Entierro de mi Madre"); con mi familia me junté recién a mediados de Diciembre de ese mismo año, trabajando en otro lugar pero en la misma empresa, ahora a cargo de Edmundo Pérez Yoma, y con un futuro aun más incierto.

¡Bendito año de soledad!

Los Maitenes, Marzo 2013

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