Chile: Su evolución de país pequeño y desconocido a nación admirada y respetada

Autor: Jorge López Bain | Fecha: 2013-09-30 | ID: 18 | Categoría: Cosmos | Tema: Interés público | Tipo: Testimonios

Charla ante un nutrido grupo de jóvenes cuyas edades iban de 40 a 30 años, es decir, no vivieron los acontecimientos del años 60 ni principios de los 70.

He escogido este título como una forma de enfatizar que el Chile de hoy, en el que viven ustedes, es un país distinto, y muy distinto, al Chile de hace tan solo cuatro décadas y trataré de ilustrar cómo se produjo este cambio, efectivamente de un país pequeño y desconocido, al país que hoy brilla en Sudamérica  y es admirado y respetado alrededor del mundo.

Como punto de partida, quiero citar un breve y certero diagnóstico del estado de  la Nación y de cómo ésta se desenvolvía, hecho hace casi cincuenta años por quien ejercía en ese momento la  Presidencia de la República:

«En nuestra Patria parece –por un oscuro fatalismo histórico- que cuando nada se hace y se vive en la rutina y en la posición de no herir ningún interés, y no tener jamás la audacia de buscar nuevos caminos y afrontar a fondo los problemas, no hay resistencia, como si la mejor actitud fuera el “no ser una amenaza para nadie”.

A esto agregaría un hecho que me preocupa de la manera más profunda: este país está envuelto en una tremenda red de disposiciones legales y reglamentarias que impiden y dificultan toda iniciativa.

El hombre de empresa que quiere trabajar o exportar, gasta una parte considerable de su tiempo,  no en mejorar los costos de su producción y de su trabajo, sino en andar en los Ministerios sacando decretos o disposiciones reglamentarias o en la antesala de los Bancos consiguiendo créditos.

El trabajador y el empleado y todos los chilenos, para cualquier acto, aunque no sea más que para cobrar una jubilación o una asignación familiar,  tiene que llenar decenas y decenas de formularios con estampillas. Cuando llega hasta el mesón de una oficina, tiene que probar con un certificado de supervivencia ante notario que está vivo, aun cuando lo están mirando.

Los jefes de las reparticiones públicas, más que la responsabilidad de su tarea, tienen que cuidar de no caer en sanciones; y es por eso que les interesa más el trámite que no los compromete que la solución de los problemas, que les puede acarrear un sumario.

Cada grupo está parapetado detrás de una ley o beneficio.

El empresario ha perdido el sentido de la competencia, porque le importa más la protección aduanera.

Hace muchos años que en Chile no se sabe de alguien que haya bajado el precio de un producto para conquistar un mercado.

Y cada grupo social tiene una ley especial de jubilación o alguna garantía que lo inmoviliza y a la cual se aferra con ferocidad.

En vez de aparecer como un pueblo joven, lleno de vitalidad, parecemos un pueblo envejecido, en que lo más importante es tener un artículo en una ley. Pero nos hemos olvidado que las sociedades modernas avanzan con agilidad y con decisión, lo que aquí ha llegado a ser casi imposible en esta extensa maraña de disposiciones que aumenta cada día.

Y cada proyecto de ley, aunque sea simple, se transforma en un código monstruoso en el que cada grupo consigue algunas ventajas que, en definitiva, es a expensas de otros que no han tenido quien, en un momento dado, represente sus peticiones.

Este es el camino de la frustración nacional, de la pobreza creciente, de las injusticias acumuladas de las infinitas trabas que nos tienen detenidos. Es la fórmula de la tramitación antes que de la acción.

“Yo creo que hay conciencia nacional de que si seguimos postergando las decisiones, aunque duelan, fatalmente llegará un día en que se hará bajo el signo de la dictadura y de la regimentación social».

Discurso del presidente de la República, don Eduardo Frei Montalva, en la sesión plenaria del Congreso Minero de Copiapó, el 30 de enero de 1965.

He citado este discurso del Presidente Eduardo Frei en 1965 al iniciar mi presentación, porque destaca y hace énfasis en una realidad que debe ser considerada al hacer cualesquier análisis sobre Chile y no puedo dejar de resaltar su dramático reconocimiento de adónde habían llevado al país los sucesivos gobiernos: “Este es el camino de la frustración nacional, de la pobreza creciente, de las injusticias acumuladas de las infinitas trabas que nos tienen detenidos. Es la fórmula de la tramitación antes que de la acción”.

Ahora bien, cabe  preguntarse, ¿Ante un diagnóstico tan rotundo, qué hicieron los gobiernos siguientes para salir de ese estado de postración? y ¿Cómo o por qué un país como Chile había llegado a esa situación?

La primera de esas interrogantes tiene una respuesta corta: poco o nada que permitiera cambiar la pobre y triste imagen que el país arrastraba. Peor aún, las soluciones con que se pretendió revertir ese estado de cosas, simplemente mantuvieron los males descritos.

Para la segunda pregunta, las respuestas son más largas y provienen de fuentes externas e internas.

En el frente externo,  considero importante recordar algunos acontecimientos ocurridos durante el siglo XX que tuvieron impactos significativos en Chile y, en general, el mundo.

Ya la revolución bolchevique de 1917 había producido impactos y tenido efectos en cuanto a las fórmulas a seguir, las que no se limitaban a ser  aplicadas dentro de las fronteras de la Unión Soviética, sino que fueron promovidas a otras latitudes y  en que “la lucha de clases” sería la bandera que se enarbolaría para alcanzar un mundo igualitario.

En lo interno, a partir de fines de los años 30, el país adopta caminos políticos en que el Estado adquiere un papel preponderante, con un marcado acento en “la cuestión social”, en que, me imagino de buena fe, los gobernantes concebían que los lineamientos adoptados en otras latitudes permitirían lograr soluciones a los temas de pobreza, desigualdades, educación, salud, previsión y otros que, ciertamente, golpeaban a una parte importante de los chilenos, lo que, claramente, era caldo de cultivo para ideologías que prometían el paraíso de la igualdad total.

LA 2ª GUERRA MUNDIAL

En setiembre de 1939, Hitler invade Polonia con lo que se da comienzo a la 2ª Guerra Mundial.

Chile, un país pequeño y alejado geográficamente de los centros de poder mundiales, no estaría ajeno al acontecer internacional y a las repercusiones que tendrían los acuerdos y desacuerdos entre las grandes potencias y, muy particularmente, lo ocurrido durante la 2ª Guerra Mundial y, posteriormente, durante la Guerra Fría, lo que constituye un período histórico complejo y controvertido que es importante conocer en sus hechos más relevantes para comprender la situación actual en nuestro país.

En 1945, el mundo entero celebraría el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Pero 1945 tendría también su  otra cara de la medalla: Era el inicio de la Guerra Fría.  El mundo se dividiría en dos áreas de influencia, una encabezada por Estados Unidos y la otra por la Unión Soviética. Las tensiones que derivaron de este enfrentamiento mantendrían en ascuas a la humanidad por más de cincuenta años.  Cada una de las potencias desplegaba su poderío para ampliar su órbita a la mayor cantidad posible de países y, en definitiva, imponer sus formas de gobierno y fundamentos políticos en el mundo.

Los aliados fijaron fronteras para la Europa post guerra donde se decidió cómo se administraría Alemania y las acciones a seguir con lo demás países liberados de la invasión nazi hasta que lograran un grado de normalidad que les permitiera organizar sus propios gobiernos. Los países del Este quedaban bajo la influencia soviética y los de Occidente bajo la de EE UU, Gran Bretaña y Francia

Esa división o frontera se conocería muy luego como la “Cortina de Hierro” apelativo concebido por Winston Churchill para describir el sojuzgamiento y sometimiento que la Unión Soviética estaba imponiendo a los países al Este de las fronteras acordadas, incumpliendo los principales acuerdos respecto a las formas de gobierno que cada país debía darse e impidiendo a la población trasladarse de un lado al otro de la Cortina de Hierro.

La “influencia”, en el caso soviético, se transformaba así en “dominación” y los países así dominados deberían soportar décadas de sojuzgamiento y opresión antes de poder retornar a formas de gobierno, costumbres y tradiciones que les habían sido propias durante siglos.

Esa influencia-dominación muy pronto se haría presentes en Sudamérica, Asia y África.

Chile, nuevamente, no estaría ajeno a al acontecer internacional y la ideología marxista impulsada por la Unión Soviética y su líder supremo, José Stalin, tomarían inusual fuerza.

Para el comunismo, en el mundo, Stalin era el símbolo del líder que llevaría al mundo a una “sociedad sin clases”. En Chile, el partido comunista  lo veneraba a pie juntillas. Hasta Pablo Neruda, premio Nobel y miembro del comunismo chileno, le dedicó una de sus odas, ensalzándolo hasta la idolatría.

Años después de su muerte y a medida que en la Unión Soviética se fue filtrando información y luego, desclasificando información secreta, empezaron a  aparecer detalles de cómo Stalin había gobernado la Unión Soviética  mediante el terror y con mano de hierro.  No tardarían en publicarse sus crímenes, tanto en Rusia como en los demás países que conformaban la Unión Soviética.

Hoy la Historia consigna que los muertos, entre asesinatos, ejecuciones, hambrunas y purgas, van desde los veinte millones de personas hasta los sesenta millones, cifra hipócritamente indefinida.

Curiosamente, cuarenta años más tarde, los mismos aduladores de Stalin en Chile se transformarían en los paladines de los derechos humanos.  La hipocresía política en su expresión máxima.

Pero la hipocresía política no tiene límites.  Nuevamente en 1956 desde Chile los partidos Comunista y Socialista respaldarían a brazo partido la invasión soviética a Hungría cuando el gobierno de ese país hizo intentos para sustituir el sistema de partido único, el comunista, por uno pluralista,  planteando además el retiro de las tropas soviéticas que permanecían ahí desde 1947.  La respuesta fue brutal, como había sido hasta entonces la fórmula soviética: Los tanques rusos arrasaron con cuanto húngaro se les puso por delante. El abrazo del oso soviético no soltaba.

Como si esto fuera poco, la misma situación se produjo en Checoeslovaquia en 1968 ante los intentos de ese país de aflojar el yugo soviético. El idioma de los tanques no permitía discusión. Y desde Chile nuestros comunistas criollos aplaudían  sin límite.  

Sin embargo, a principios de los 90, se desmoronaría el andamiaje de terror y brutalidad en que se había apoyado para gobernar, hasta llegar al colapso y la desaparición de la Unión Soviética.

Todos estos acontecimientos, aunque aparentemente lejanos, daban pie para que en el resto del mundo, Chile incluido, las distintas facciones políticas fueran tomando partido en forma cada vez más marcada y produciendo divisiones entre conciudadanos, las que pronto llegarían a extremos irreconciliables.

La confrontación entre democracia occidental y la “lucha de clases” muy pronto llegarían a situaciones incontrolables, donde el terrorismo y la violencia serían actores de primera línea.

Prioritario había pasado a ser el imponer las ideologías mediante las cuales se construirían los modelos de sociedad que solucionarían las necesidades del país, mientras la “pobreza creciente”, las “injusticias acumuladas” y la “frustración nacional” quedaban en segundo plano.  

(Hoy, reincidimos. Es más importante el binominal que los problemas reales del país: la situación energética, la delincuencia, educación, salud)

En 1964 asume la presidencia de La república Eduardo Frei Montalva después de haber obtenido un 56% de los votos: la mayoría absoluta.

Su programa de “Revolución en Libertad” en que se plantea “el cooperativismo” como alternativa intermedia entre el capitalismo y el socialismo, entusiasma a muchos.

Sin embargo, a poco andar, su partido, el Demócrata Cristiano, se va inclinando más y más hacia la izquierda, produciéndose divisiones al interior del partido que culminan en  fracturas irreparables que llevan a importantes grupos a abandonar la tienda política para organizar nuevos conglomerados. Nace el "MAPU" y la "Izquierda Cristiana", de inclinaciones declaradamente izquierdizantes y un marcado encandilamiento hacia las ideologías marxistas. 

Tema central del gobierno de Frei es la “Reforma Agraria” mediante la cual se pretende una mayor producción agrícola, una mejora en la productividad de los campos y, fundamentalmente, la participación de los trabajadores del campo en la propiedad de la tierra.

El programa de la reforma considera la expropiación de propiedades agrícolas de superficie superior a 80 Hás. de riego básico y, en general,  de tierras abandonadas o mal explotadas.

La realidad será otra. Las expropiaciones, manejadas con criterio político y no técnico, incluyen campos modelo y las tierras mejor cultivadas y no están ausentes ejemplos de hijos expropiando a sus propios padres.

A las expropiaciones sobrevendrán luego “las tomas” en que, ilegalmente, tanto funcionarios de gobierno como grupos extremistas, ingresan a las propiedades y  se apoderan de ellas por la fuerza.

En definitiva, la reforma agraria, por mucho que sus impulsores hasta el día de hoy la defiendan, no cumple con ninguno de los propósitos para la que había sido diseñada y resulta en un profundo fracaso.

La reforma agraria de los 60, en cambio, da pie para el inicio de la violencia en los campos que más tarde se generalizará hasta prácticamente destruir la agricultura.

En las postrimerías del gobierno del presidente Frei se detectan los primeros y alarmantes indicios de aparición de focos guerrilleros y de escuelas de guerrillas de tendencias izquierdistas extremas.

Neltume, en la zona de Panguipulli es uno de los focos más significativos y en Concepción aparece el MIR.

 LA UNIDAD POPULAR

En las elecciones presidenciales de 1970, Salvador Allende Gossens, con un 36,3% de los votos, obtiene la mayoría relativa.

Chile se constituía en el primer país en el mundo en que se elegía mediante votación democrática a un gobierno marxista, a diferencia de todas las demás naciones en que regía el marxismo, en las que se había instalado por la fuerza y, en la mayoría de los casos, mediante revoluciones violentas y sangrientas. 

Los ojos de todo el mundo se volvieron hacia Chile: Se estaba demostrando que se podía llegar al socialismo marxista por vías pacíficas, lo que abría caminos sin precedentes para que esa ideología se expandiera por el mundo.

En esos años, para muchos y particularmente en América Latina, la Unión Soviética era el ejemplo que seguir. El Muro de Berlín era totalmente justificado para la izquierda chilena; Cuba, con su revolución, su terrorismo y su política prosoviética, era la estrella que brillaba para Sudamérica; y Fidel Castro y el “Che” eran los ídolos que guiarían al Tercer Mundo, Latinoamérica y África, al paraíso socialista.

El programa de la Unidad Popular estaba diseñado para transformar a Chile desde un país propio de una democracia occidental a uno en que el “socialismo real” fuera el que imperara. El Estado sería el gran conductor y propietario de la tierra, la industria, la prensa, los servicios y quedando bajo su exclusivo control la educación básica, media y superior.

Pero los chilenos comprobarían muy pronto que el esquema marxista se contraponía ferozmente con sus costumbres, tradiciones y sus formas de vida.

A los pocos días de la elección de Allende y antes de que siquiera asumiera la presidencia, comenzaron a darse algunos síntomas anómalos. Extranjeros que vivían en Chile y que habían llegado al país huyendo del comunismo en Europa del Este, no dudaron en emigrar, abandonando, sin más, las industrias y actividades que habían logrado desarrollar con tremendo esfuerzo durante sus años en Chile y buscar otras latitudes para empezar, todo de nuevo, otra vez.

Ejemplo dramático de estos casos fue el de Milan Platovsky, quien había sobrevivido a los campos de concentración nazis y luego había logrado escapar del comunismo en Checoslovaquia para, ya instalado en Chile, crear una floreciente industria en el área electrónica. El propio Milan lo relata en su libro Sobre vivir, haciendo énfasis en que no estaba dispuesto a enfrentar una tercera experiencia como las que ya había vivido. Con el marxismo no se jugaba.

Empresas extranjeras que también llevaban años en el país, cerraron sus puertas, despidieron a sus trabajadores y, sin dudarlo, se fueron.

No pasó mucho tiempo después de que Allende asumiera el poder para que se diera inició a la expropiación de bancos y compañías de seguros.

Aprovechando la Ley de Reforma Agraria promulgada por Jorge Alessandri y luego radicalizada por Frei Montalva a mediados de los sesenta, fueron expropiados a destajo fundos y campos, sin que contara para nada si las tierras estaban bien trabajadas o no. Luego se pasaría al despojo violento de propiedades agrícolas a través de tomas de fundos e invasión de tierras por grupos armados, con resultado de muerte para sus propietarios en reiteradas oportunidades.

La producción agrícola disminuyó en forma alarmante y sería en los meses venideros, una de las principales causas del desabastecimiento, el mercado negro de alimentos y la imposición por parte del gobierno de cuotas de racionamiento de comida.

Aquellos agricultores que podían vender o trasladar su ganado o sus pertenencias, lo hacían sin pensarlo dos veces. Quienes no tenían otra alternativa que vender debían resignarse a precios que nada tenían que ver con el real valor de sus propiedades.

Patético fue a fines de 1971 recorrer la zona entre Punta Arenas y Puerto Natales, famosa en el mundo por la crianza de ovejas y sus exportaciones de lana. Las ovejas habían desaparecido, las trasladaron a Argentina, y la carne de cordero, el alimento típico y habitual de la zona, estaba rigurosamente racionada.

En 1971 el gobierno logró una modificación constitucional que le permitiría expropiar los yacimientos de cobre que eran explotados por empresas extranjeras, conocidos como la Gran Minería.  Se llegó a acuerdos con esas empresas en cuanto a los montos con que serían compensadas por el hecho de ser expropiadas, pero no se tardaría en desahuciar tales compensaciones apoyándose en un ardid conocido como “la teoría de las utilidades excesivas”, mediante el cual el gobierno hizo tabla rasa de lo convenido como compensaciones: las empresas podían darse más que por compensadas con las utilidades que habían obtenido de sus operaciones en años anteriores y no les correspondía compensación alguna.

Igual suerte correría la Compañía Chilena de Teléfonos, cuya propiedad estaba en manos de la ITT norteamericana.

Se iniciaba la peligrosa senda de incumplir compromisos.  Chile, prontamente, experimentaría las repercusiones de ese tipo de políticas. Las demandas internacionales contra el Estado de Chile y los embargos a las exportaciones de cobre se harían sentir con fuerza.

El deterioro producido a la confianza en Chile y sus compromisos, significaría un daño difícil de superar.

La inflación aumentaba en forma nunca vista, al extremo de que era impensable el ahorro, mientras la gente, en cuanto recibía sus remuneraciones, hacía lo imposible por adquirir los pocos bienes que se conseguían en el mercado negro para venderlos más adelante a precios más altos.

Se estableció entonces un férreo control y fijación de precios de cuanto producto existiera en el país, al igual que de las remuneraciones de los trabajadores.

Era la fe de bautismo del mercado negro.

Quien producía algo, chico, mediano o grande, tenía que someter los antecedentes de su producto y los costos para producirlo a la consideración del Ministerio de Economía, el que después “daba precio”. Esto es, autorizaba al productor a vender su mercadería al valor de venta que fijaba la burocracia estatal. El “mercado” no tenía cabida para el marxismo.

Entre las situaciones pintorescas, por no decir ridículas, el Ministerio de Economía tenía establecidos precios hasta para los distintos tipos de hot dogs.

Hoy podrá parecer irónico, pero en ese momento se constituía en un tema de especial gravedad: la libertad empezaba a ser conculcada.

Lo mismo se aplicó a las remuneraciones y condiciones de trabajo de empleados y obreros de empresas privadas y estatales.

La ley de “inamovilidad laboral”, que venía de tiempos del gobierno del presidente Frei Montalva, se aplicó a ultranza y despedir a un empleado u obrero era prácticamente imposible, trabajara o no.

En el campo laboral, los paros y huelgas ilegales pasaron a ser habituales y normales. La “disciplina del trabajo” pasó a segundo o tercer plano y con ello la producción de bienes y servicios cayó a niveles alarmantes. Términos como eficiencia, productividad, calidad o innovación no estaban en el diccionario de la Unidad Popular. Los paros nacionales a los que convocaban los sindicatos afines al gobierno pasaron a ser rutinarios.  No conozco otro país en que, como en Chile, se haya tenido el “privilegio” de presenciar “paros nacionales de apoyo al gobierno”. Hasta el día de hoy no he podido comprender cómo se podía apoyar a un gobierno paralizando el país.

MÁS RESTRICCIONES A LAS LIBERTADES INDIVIDUALES

Actividades tan normales y habituales, y quizás imprescindibles, como lo es hoy en día viajar al extranjero, constituían verdaderos calvarios al restringirse las salidas del país y establecerse exigencias burocráticas para viajar que desanimaban hasta al más decidido. Tanto es así, que la Cámara de Diputados, en su histórico Acuerdo del 23 de agosto de 1973, le representaba al Presidente de La República, entre otras violaciones a la Constitución: “j) Ha infringido gravemente la garantía constitucional que permite salir del país, estableciendo para ello requisitos que ninguna ley contempla;”

Quien lograba cumplir las exigencias establecidas para viajar tenía acceso a una cuota total de cien dólares si viajaba a países sudamericanos y a una de trescientos si viajaba a alguna otra latitud. La duración del viaje no tenía consideración alguna. Esas eran las cuotas de divisas a las que se tenía acceso, sin importar en lo más mínimo si el viaje era corto o largo. No está demás decir que, en esos años, los chilenos ni nos imaginábamos que existieran las tarjetas de crédito, lo que obligaba a viajar con dólares en billetes o, como gran cosa, con 'travellers checks'.

El dólar, cuyo valor era fijado por el gobierno y a distintos niveles según el destino que se le daría, en un momento estuvo valorizado oficialmente en 35 escudos, mientras en el mercado negro se llegó a transar a 3.500 escudos.

Mientras tanto, el país aceleraba su senda al despeñadero.

Agréguese que en el intertanto las campañas comunicacionales del gobierno seguían insuflando el odio de clases y adoctrinando a pobladores para que se incorporaran a los “cordones industriales” que, supuestamente, lo respaldarían ante “amenazas” de la oposición. Mientras tanto, el cierre y clausura de medios de comunicación opositores se convertían en rutinarios.

Sin embargo, lo peor y más vergonzoso para los chilenos estaba por venir: El hambre.

Avanzaba 1972 y el desabastecimiento de alimentos y bienes esenciales tomaba ribetes más que alarmantes, al extremo de que el gobierno se vio obligado a establecer racionamiento de comida y organizar su distribución a través de las Juntas de Abastecimientos y Precios, las JAP, mediante “Tarjetas de Racionamiento”.

¿Podría algún joven, hoy en día, dimensionar lo que es y significa, en su verdadera dimensión, la falta de comida? ¿Lo que es no tener con qué alimentar a los hijos? Difícil. Eso no existe en el Chile de hoy y, en buena medida, o se ha logrado ocultar la tragedia de esos años o esta ha pasado al olvido.

Hoy es inimaginable, sin embargo, que fuera necesario hacer cola por varias horas para conseguir un pollo o un litro de leche.

El gobierno, como paliativo al desabastecimiento generalizado que enfrentaba, no discurrió nada mejor que importar algunos alimentos que, eventualmente, reemplazarían a aquellos básicos que era imposible encontrar localmente. Famosas, entre estas, fueron las importaciones de “chancho chino” enlatado. El contenido de estas conservas, supuestamente comestibles, era tan abominable que hoy no se utilizaría siquiera como grasa para ejes de carretas.

Es imposible imaginarse y dimensionar lo que el país vivió en ese período. Había que vivirlo y experimentarlo directa y personalmente para comprender cuán profundo era el pozo en el que se estaba sumiendo Chile.

Fue en esas circunstancias en que se iniciaron las protestas golpeando ollas. Era el “caceroleo”, mediante el cual se protestaba por la total falta de alimentos y la hambruna que estaba generando.  Famosa fue la “Marcha de las ollas vacías”, en que miles de mujeres desfilaron por la Alameda golpeando ollas, en protesta por el desabastecimiento generalizado. La marcha, por supuesto, no fue pacífica. Las “brigadas” de la Unidad Popular se encargaron de apedrearlas, lo que trajo la reacción de grupos de choque anti UP, generando batallas campales desatadas, con el uso de armas mortíferas, como los linchacos, las papas con hojas de afeitar incrustadas y otras similares.

Encargado de administrar el racionamiento y las JAP –triste tarea– estuvo el general de aviación Alberto Bachelet. Treinta años más tarde, su hija Michelle sería presidenta de un Chile vuelto a la normalidad, ordenado y donde las colas para comprar comida habían desaparecido, y para siempre.

Si algún pariente o amigo viajaba, a su vuelta podía lucirse con regalos y encargos. Lo máximo eran la pasta de dientes, el papel confort y los desodorantes.

Hoy día todo esto puede parecer ridículo e, incluso, no creíble. Pero así era y así de mal estábamos.

Hace tan solo unos días, El Mercurio publicó un extenso reportaje sobre el racionamiento de alimentos en Cuba y los 50 años de vigencia de las tarjetas de racionamiento.  En Chile a Dios gracias, tales tarjetas tuvieron vigencia solo por 2 años. La intervención de las FF AA impidió que se prolongaran en el tiempo.

La “lucha de clases” formaba parte del ADN de la UP, lo que llevó a un nivel de violencia jamás visto. La violencia verbal prontamente dio paso a la violencia armada, generando divisiones y odios inimaginables en la sociedad chilena.

A medida que el ambiente general del país se deterioraba, la emigración de extranjeros, que se había visto en un principio, empezó a darse y a crecer entre chilenos que perdían las esperanzas de que el país volviera a algún grado de normalidad.

Se inició un éxodo de profesionales, lento en un comienzo y masivo después, que se conoció como “fuga de cerebros”. Efectivamente, el país empezó a perder a parte importante de sus profesionales y especialistas más destacados.

Quien no era “compañero” no tenía futuro.

Se estima que los profesionales que abandonaron el país superaron las mil personas, cifra astronómica para un país que invertía cuantiosos recursos en preparar a sus profesionales universitarios.  Y no solo profesionales destacados eran los que debían emigrar. Otros tantos debieron salir, ya fuera porque sus campos fueron tomados o sus empresas requisadas. Los chilenos que no comulgaban con el marxismo o la Unidad Popular estaban siendo forzados al exilio, sutilmente, al negárseles trabajar en su país.

1972: VIOLENCIA Y RADICALIZACIÓN POLÍTICA

Desgraciadamente, ya a fines de 1972 la situación política y de convivencia en el país se deterioraba a límites intolerables.  Ya no solo se producían tomas de industrias y propiedades agrícolas. Los colegios particulares pasaron a ser blanco de ataques y tomas por las tristemente recordadas “brigadas” afines a la UP y en oportunidades se hacía riesgoso, incluso, llevar a los niños al colegio. En los distintos barrios de Santiago los vecinos empezaron a organizarse en grupos de vigilancia para impedir que, eventualmente, las tomas incluyeran sectores residenciales.  Numerosas fueron las oportunidades en que, acompañado de algún vecino, me correspondió pasar buena parte de la noche manejando alrededor del barrio, armado, como parte de las tareas de vigilancia que nos asignábamos.

“Avanzar sin transar” sería el eslogan que caracterizaría en adelante a la UP.

La propiedad privada y la iniciativa individual iban rápidamente siendo desterradas y con ello la “toma” de empresas e industrias pasó a ser pan de todos los días.

Ante las permanentes advertencias del Senado y de la Cámara de Diputados acerca de que se estaba violando la Constitución y las leyes, como también ante fallos de la Corte Suprema de Justicia que rechazaban las “tomas” y apropiaciones de industrias, declarándolas ilegales, el Gobierno de la Unidad Popular desarrolló la estrategia jurídica conocida como la de los “resquicios legales”. Su autor o iniciador fue un brillante jurista, Eduardo Novoa Monreal, asesor y consejero del presidente Allende.

Esta estrategia consistía en el uso de leyes y normas de la legislación chilena que habían sido diseñadas y promulgadas para enfrentar crisis en épocas pretéritas, para fines específicos, y que en buena medida estaban obsoletas, pero que por añejas habían pasado al olvido y nunca fueron derogadas, por lo que seguían vigentes, y ahora serían aplicadas con una finalidad totalmente distinta a aquella para las que habían sido dictadas: En lugar de respetar su función original, la UP las emplearía para crear una extensa “propiedad social” en manos del Estado.

“Legalmente” se le estaba torciendo la nariz a la ley y, a través de esos resquicios, la UP no tendría inconvenientes para expropiar cuanta industria y empresa existiera en el país, incorporándolas a la propiedad del Estado.

Tres décadas más tarde, el escritor norteamericano Anthony Daniels, analizando la situación de Chile y las tácticas de desinformación que empleaba la izquierda para ocultar el fracaso de la Unidad Popular, se referiría a esa época y esas prácticas en los siguientes términos: “Nunca se admite que Allende abiertamente impulsó una ideología que para ese entonces no sólo había suprimido la libertad e impedido la prosperidad de una tercera parte de la superficie de la tierra y que había dado muerte a millones de personas, o que sus tácticas (empleando medios constitucionales para lograr fines inconstitucionales) se semejaban pavorosamente a las de Hitler”.

Cuando los miembros de los demás poderes del Estado cayeron en cuenta de este atropello y burla a sus funciones, reaccionaron drásticamente y se dio inicio a una verdadera guerra entre el Congreso, el Poder Judicial y la Contraloría General en contra de los actos del Ejecutivo.

Las acusaciones constitucionales contra miembros del gabinete ministerial de Allende se hicieron frecuentes y casi rutinarias.

Entonces, el Ejecutivo volvía a la carga con nuevas estratagemas.

Cuando un ministro es acusado constitucionalmente y tal acusación prospera, la ley establece que ese ministro debe dejar el cargo. Allende cumplía estrictamente con esa norma, pero al día siguiente el ministro destituido era nombrado ministro en otra cartera y el que debía dejar el cargo era nombrado ministro en la cartera del que había sido destituido. Se cumplía la ley y, simultáneamente, se violaba el espíritu de la ley.

Estas artimañas fueron conocidas como los “enroques ministeriales” y Allende las empleó a diestra y siniestra.

Igualmente, los conflictos con el Poder Judicial llegaron a situaciones inauditas. Cuando una corte de justicia, y en especial la Corte Suprema, emitía un fallo que no fuera del agrado del gobierno, ni carabineros ni investigaciones podían hacer cumplir ese fallo, ya que el Ministerio del Interior, del cual dependían, se los impedía.

Ese ambiente de enfrentamiento y división interna era el que imperaba en Chile a mediados de 1973, agregándose que la inflación anual superaba el 500%, el desabastecimiento era total, quien no era afín a la UP ni soñara con obtener trabajo y ya, por distintos medios, se hablaba abiertamente de guerra civil.

Aparecía, así, el lobo debajo de la piel de cordero en toda su dimensión, tal como había quedado planificado y acordado en el Congreso General del Partido Socialista realizado en Chillán, en 1967:

1.- "El Partido Socialista, como organización marxista-leninista, plantea la toma del poder como objetivo estratégico a cumplir por esta generación, para instaurar un Estado Revolucionario que libere a Chile de la dependencia y del retraso económico y cultural e inicie la construcción del Socialismo.

2.- "La violencia revolucionaria es inevitable y legítima. Resulta necesariamente del carácter represivo y armado del estado de clase. Constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico y a su ulterior defensa y fortalecimiento. Sólo destruyendo el aparato burocrático y militar del estado burgués, puede consolidarse la revolución socialista.

3.- Las formas pacíficas o legales de lucha (reivindicativas, ideológicas, electorales, etc.) no conducen por sí mismas al poder. El Partido Socialista las considera como instrumentos limitados de acción, incorporados al proceso político que nos lleva a la lucha armada. Consecuentemente, las alianzas que el partido establezca sólo se justifican en la medida en que contribuyen a la realización de los objetivos estratégicos ya precisados”.

Sin embargo, la fuerza bruta de la violencia no era la única arma que utilizaría el marxismo.  Las debilidades de la democracia local eran manifiestas y, entre otras aristas, el Registro Electoral era de una precariedad abismante.  Por supuesto, no había computadores, y una misma persona podía estar inscrita en más de una circunscripción y nada le impedía votar dos o más veces. Los nombres de los muertos se mantenían en los registros electorales aun años después de que las personas habían fallecido y bastaba conocer el nombre y registro del muerto para suplantarlo. ¿Cómo controlar si un votante estaba en el país o estaba de viaje el día de la votación? Por lo demás, al momento de votar bastaba que el ciudadano diera su nombre.  No había mayor rigurosidad en exigir la presentación una cédula de identidad válida.  Por supuesto, todos esos flancos fueron efectiva y eficientemente aprovechados. Un estudio de la Universidad Católica demuestra en forma tajante que las elecciones de senadores y diputados de marzo de 1973 constituyeron el mayor fraude electoral de la historia.

Pero el Partido Socialista no estaba solo en sus intenciones revolucionarias violentas. Actuaba con el poderoso respaldo de instructores y especialistas cubanos en guerrilla, establecidos en Chile y dirigidos, ni más ni menos, que por el general de las fuerzas especiales de Fidel Castro, Patricio de la Guardia. Tanto De la Guardia como los instructores y los numerosos funcionarios con que contaba la embajada cubana en Santiago se verían forzados a salir de Chile, presurosamente, la noche del 11 de septiembre de 1973.

Es en ese ambiente enrarecido, en que las divisiones y los odios eran el pan de cada día, que la Cámara de Diputados adopta el histórico acuerdo del 23 de Agosto de 1973, donde, expresa en forma terminante su rechazo al accionar del gobierno y llama a los miembros de las FF AA que ocupaban cargos ministeriales a poner fin a ese estado de cosas:

“5º Que es un hecho que el actual Gobierno de la República, desde sus inicios, se ha ido empeñando en conquistar el poder total, con el evidente propósito de someter a todas las personas al más estricto control económico y político por parte del Estado y lograr de ese modo la instauración de un sistema totalitario absolutamente opuesto al sistema democrático representativo que la Constitución establece;”

“6º Que, para lograr ese fin, el Gobierno no ha incurrido en violaciones aisladas de la Constitución y de la ley, sino que ha hecho de ellas un sistema permanente de conducta, llegando a los extremos de desconocer y atropellar sistemáticamente las atribuciones de los demás Poderes del Estado, violando habitualmente las garantías que la Constitución asegura a todos los habitantes de la República, y permitiendo y amparando la creación de poderes paralelos, ilegítimos, que constituyen un gravísimo peligro para la nación, con todo lo cual ha destruido elementos esenciales de la institucionalidad y del Estado de Derecho.”

“11º Que contribuye poderosamente a la quiebra del Estado de Derecho, la formación y mantenimiento, bajo el estímulo y la protección del Gobierno, de una serie de organismos que son sediciosos, porque ejercen una autoridad que ni la Constitución ni la ley les otorgan, con manifiesta violación de lo dispuesto en el artículo 10, Nº 16 de la Carta Fundamental, como por ejemplo, los Comandos Comunales, las Consejos Campesinos, los Comités de Vigilancia, las JAP, etc.; destinados todos a crear el mal llamado "Poder Popular", cuyo fin es sustituir a los Poderes legítimamente constituidos y servir de base a la dictadura totalitaria, hechos que han sido públicamente reconocidos por el Presidente de la República en su último Mensaje Presidencial y por todos los teóricos y medios de comunicación oficialistas.”

La Cámara de Diputados Acuerda:
“PRIMERO.- Representar a S.E. el Presidente de la República y a los señores Ministros de Estado miembros de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Carabineros el grave quebrantamiento del orden institucional y legal de la República que entrañan los hechos y circunstancias referidos en los considerandos Nºs.  5º a 12 precedentes;”

“SEGUNDO.- Representarles, asimismo, que en razón de sus funciones, del juramento de fidelidad a la Constitución y a las leyes que han prestado y, en el caso de dichos señores Ministros, de la naturaleza de las instituciones de las cuales son altos miembros y cuyo nombre se ha invocado para incorporarlos al Ministerio, les corresponde poner inmediato término a todas las situaciones de hecho referidas que infringen la Constitución y las leyes, con el fin de encauzar la acción gubernativa por las vías del Derecho y asegurar el orden constitucional de nuestra patria y las bases esenciales de convivencia democrática entre los chilenos;”

“TERCERO.- Declarar que, si así se hiciere, la presencia de dichos señores Ministros en el Gobierno importaría un valioso servicio a la República.  En caso contrario, comprometerían gravemente el carácter nacional y profesional de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Carabineros, con abierta infracción a lo dispuesto en el artículo 22 de la Constitución Política y con grave deterioro de su prestigio institucional.”

Este acuerdo, aprobado por amplia mayoría en la Cámara de Diputados, llevaba la firma de Luis Pareto, presidente de la Cámara de Diputados y prominente miembro del Partido Demócrata Cristiano.

Es interesante indagar algo más profundamente en la gestación de este acuerdo para comprobar cómo otros destacados democratacristianos, como Patricio Aylwin, Juan Hamilton y Claudio Orrego, tuvieron una incidencia gravitante en su redacción y luego en su aprobación.

La sesión en que se aprobó este acuerdo tuvo carácter de “secreta”, esto es, a puertas cerradas y sin prensa ni público. La historia consigna que, durante la discusión, el diputado comunista, Jorge Inzunza Becker, pidió la palabra e hizo ver que, de aprobarse un documento como el que estaba en discusión, fuerzas extranjeras ingresarían al país a imponer orden.  Al parecer, Praga y Budapest estaban en la mente de Inzunza, pero, en definitiva, el documento se aprobó por amplia mayoría y ninguna “fuerza” extraña entró al territorio nacional.

Debe destacarse especialmente el llamado a los miembros de las Fuerzas Armadas que integraban el ministerio en cuanto a que “les corresponde poner inmediato término a todas las situaciones de hecho referidas que infringen la Constitución y las leyes, con el fin de encauzar la acción gubernativa por las vías del Derecho y asegurar el orden constitucional de nuestra patria y las bases esenciales de convivencia democrática entre los chilenos;

Más claro, echarle agua. A buen entendedor, pocas palabras.

Diecinueve días después de este dramático llamado de la Cámara de Diputados, el 11 de septiembre de 1973, las Fuerzas Armadas ponían término a los “mil días de la Unidad Popular” y asumían el Gobierno de la Nación.

Este documento debiera ser lectura obligatoria en escuelas, colegios y universidades, pero, curiosamente, hoy en día se lo ignora y, con algún éxito, se lo oculta y no se le da la importancia histórica que contiene.

PRONUNCIAMIENTO MILITAR DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973

Efectivamente, las Fuerzas Armadas habían tomado el control del país.

Era el inicio del fin de la pesadilla de mil días que significó para el país el Gobierno de la Unidad Popular.

Aunque en los últimos veinte años se ha demonizado todo lo que tuvo relación con el Gobierno de las Fuerzas Armadas, pretendiéndose ocultar, y ojalá olvidar, el profundo drama que había vivido el país entre 1970 y 1973 y, particularmente, la crisis generalizada, política, económica y moral en que se encontraba sumido Chile, la caída de Allende fue celebrada, mayoritariamente, a lo largo y ancho de todo el país.

Lo que vivimos los chilenos en esos años, por mucho que se cuente y se escriba, difícilmente podrán imaginarlo, dimensionarlo y entenderlo las generaciones que nos siguen, pero tengo el convencimiento de que quienes lo padecimos tenemos la responsabilidad de recordarlo y transmitirlo para que, por un lado, se reconozcan los cambios que vinieron después de la caída de Allende, que transformaron a Chile en un país próspero y pujante, reconocido en el mundo como país serio y cumplidor de sus compromisos y, por otro, para que jamás vuelva a repetirse una forma de gobierno en que la tónica sea el odio, la división, la violencia y los atropellos a los derechos de las personas.

Las FF AA habían rescatado a Chile del proceso al que la UP había pretendido imponer, cuyo epílogo queda dramáticamente expresado en el libro El Furor y el Delirio del guerrillero argentino Jorge Massetti, quien, desilusionado del régimen cubano al que había adherido por años, expresa: “Hoy, puedo afirmar que por suerte no obtuvimos la victoria, porque de haber sido así, teniendo en cuenta nuestra formación y el grado de dependencia de Cuba, habríamos ahogado al continente en una barbarie generalizada”

Hoy en día es permanente y reiterativo leer y oír que el 11 de Setiembre divide a los chilenos y que el Golpe Militar terminó con la democracia.

La realidad es muy distinta. La división entre los chilenos se empezó a producir en los años 60 con las políticas de expropiaciones y atropellos, para culminar en los inicios de los 70 con el odio entre connacionales generado por la “lucha de clases”, la violencia desatada impulsada desde el propio gobierno y los partidos políticos que lo apoyaban.

Así lo describe el propio ex presidente Eduardo Frei Montalva en su histórica carta de 1974 a Mariano Rumor, presidente de la Democracia  Cristiana Italiana.

“Este país ha vivido más de 160 años de democracia prácticamente ininterrumpida.

Es de preguntarse entonces cuál es la causa y quiénes son los responsables de su quiebre.

A nuestro juicio la responsabilidad íntegra de esta situación -y lo decimos sin eufemismo alguno- corresponde al régimen de la Unidad Popular instaurado en el país”.

Igualmente, el historiador Mauricio Rojas, exiliado en 1973, asevera sin tapujos de ninguna especie: “La democracia chilena y la convivencia cívica no se hundieron el 11 de setiembre de 1973. Ya se habían derrumbado por el proceso de división irreconciliable que se inicia en los 60 (El Mercurio 4 de agosto de 2013).

Para mí, ese 11 de septiembre tuvo un significado invaluable. Podría seguir viviendo en Chile libremente, sin la amenaza de una tiranía marxista y podría educar y ver crecer a mis hijos en un ambiente similar al que yo había vivido y disfrutado durante prácticamente toda mi vida.

Motivos de sobra para celebrar el fin del experimento marxista chileno.

Las radios no cesaban de transmitir lo que acontecía a lo largo del país. Algo de nerviosismo se experimentó cuando radios extranjeras, particularmente canadienses, informaron que regimientos apostados en el sur se desplazaban hacia Santiago para sofocar la rebelión. Eran solo especulaciones que afloraban de tierras lejanas, pero que no tenían asidero alguno. Las tres ramas de las Fuerzas Armadas, Ejército, Marina y Aviación, más Carabineros, estaban coordinadas hasta los últimos detalles y operaban dentro de un plan de acción único.

Sin embargo, esas desinformaciones serían el inicio de una campaña anti chilena orquestada desde Moscú, que pocas semanas después informaba al mundo de más de cien mil muertos en Chile y de cadáveres flotando en un río Mapocho teñido de sangre.  Las Fuerzas Armadas habían osado desafiar a Cuba y al marxismo soviético y, tal como en Praga y Budapest, aunque por distintos medios, la respuesta sería brutal. En el frente interno, las FF AA habían evitado la guerra civil, pero no sería lo mismo con “la guerra sucia” a la que dieron comienzo de inmediato las organizaciones terroristas, armadas y entrenadas durante el Gobierno de la Unidad Popular. Se venían días difíciles.

La historia de Chile daba un giro monumental, pero no estaría libre de dificultades y sobresaltos.

El país, económicamente, estaba quebrado; la industria, la agricultura y la actividad, en general, estaban desmanteladas y, quizás lo peor de todo, las Fuerzas Armadas de Chile habían osado desafiar al comunismo soviético, lo que, como se comprobaría muy pronto, era inaceptable e imperdonable y se pagaría caro.

Se nadaría “contra la corriente” o quizás “contra torrentes” para resistir las presiones externas.

Chile comprobaría en carne propia cómo opera “la máquina marxista” y cómo la mentira y la desinformación, bien administradas, pueden convencer al más ilustrado y convertirse en armas en extremo efectivas.

La campaña propagandística anti chilena alcanzó una ferocidad indescriptible. La Unión Soviética y Cuba no aceptarían jamás que una presa tan codiciada como Chile en el Pacífico Sur se les escapara de las manos.

La famosa arenga emitida por Lenin sesenta años antes, “miente, miente, que algo queda”, se aplicaría sin tregua.

El respaldo ciudadano al “Pronunciamiento Militar” o al “Golpe”, como se le denominaría más adelante, fue generalizado y celebrado a lo largo y ancho de Chile

Aunque hoy día digan lo contrario, la Democracia Cristiana, en su gran mayoría, no solo apoyó el golpe y celebró la caída de Allende, sino que fue un elemento gravitante para que las Fuerzas Armadas actuaran.

Más aún, la gran mayoría de los chilenos celebramos el que, al fin, las FF AA hubieran actuado.

La situación a que nos había llevado la UP, simplemente no daba para más.

Si hasta en el Festival de Viña, pocos meses después, las demostraciones de júbilo se hacían manifiestas.

Entre las numerosas actuaciones estaba incluida la de “Bigote” Arrocet, un destacado comediante de la época, archiconocido y querido, quien al final de su presentación y para sorpresa de muchos, empezó a tararear un canción y, de a poco, fue aumentando el volumen de su canto: era nada menos que 'Libre', de Nino Bravo, la que terminó cantando de rodillas en el escenario con los brazos levantados al cielo y sus ojos llenos de lágrimas, mientras el público lo acompañaba a coro haciendo retumbar el lugar y la Quinta Vergara se transformaba en una sola gran antorcha.

Es lo más impactante y emocionante que he visto en toda la historia del Festival de Viña y, no me cabe dudas, le sacó lágrimas de emoción a todo Chile.

Curiosamente, en los últimos veinte años nunca he visto un replay de esa escena en ninguna de las tantas oportunidades en que se hace recuerdos de las versiones anteriores del Festival.

Tampoco, curiosamente, se ha vuelto a mostrar lo ocurrido en el Festival de Viña en su versión 1972, en plena Unidad Popular. Invitada especial era Myriam Makeba, una cantante africana que hacía furor en esos años con su ritmo y su baile.  En un momento de su presentación gritó, a todo pulmón, “vive la revolution chilean”, en abierto apoyo a Allende y su revolución marxista.  Nunca he visto una rechifla tan violenta y tan prolongada como la que el público de la Quinta le dio como respuesta.

Los testimonios de la época, particularmente de Eduardo Frei Montalva, de Patricio Aylwin Azócar y de los obispos chilenos,  confirman y  demuestran en forma contundente cómo fue el respaldo al accionar de las FF AA y la destitución de Allende.

Dramáticas son, por parte de Eduardo Frei, la entrevista al diario ABC de España, días después del 11 de septiembre y su histórica carta a Mariano Rumor, presidente de la Democracia Cristiana italiana, de octubre de 1974, un año después del “Pronunciamiento”. Lo mismo puede decirse de las declaraciones de Patricio Aylwin a la televisión. Igualmente ilustrativo es el documento emitido por la Conferencia Episcopal en 1974.

DECLARACIONES DE EDUARDO FREI a ABC

El miércoles 10 de octubre de 1973, el diario español ABC publicó una entrevista exclusiva al ex presidente Eduardo Frei Montalva, que reproducimos a continuación:

LOS MILITARES HAN SALVADO A CHILE 

“La gente no se imagina en Europa que este país está destruido. No saben lo que ha pasado. Los medios informativos o callaron lo que estaba ocurriendo desde 1970, en que Salvador Allende, rompiendo todas sus promesas y alejándose de la legalidad, inicia una obra de destrucción sistemática de la nación, o dieron noticias falsas al mundo, porque eran acaso, sin saberlo, cómplices de esta enorme falsedad: Que se estaba haciendo un raro experimento político, consistente en la implantación del marxismo por métodos legales, constitucionales, civilizados. Y eso no ha sido verdad ni es verdad. Y el mundo entero ha contribuido a la destrucción de este país, que hoy no tiene más salida salvadora que la gobernación de los militares.”

“Allende vino a instaurar el comunismo por medios violentos, no democráticos, y cuando la democracia, engañada, percibió la magnitud de la trampa, ya era tarde. Ya estaban armadas las masas de guerrilleros y bien preparado el exterminio de los jefes del Ejército. Allende era un político hábil y celaba la trampa. Pero –ya sabe usted– no se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo. Las armas requisadas en virtud de la ley Carmona demostraron que la guerra civil se preparaba desde la presidencia de la República. Arrogantemente encarado con todos los poderes constitucionales, el presidente tuvo que reconocer su “inconstitucionalidad” propia. El país recibía armas para el “ejército paralelo” y eran armas rusas.”

Hoy, la conveniencia política hace que todos estos testimonios estén bajo tierra o suficientemente fuera del alcance de las generaciones que vinieron en los años siguientes y no vivieron aquellos hechos como para aquilatarlos en su real dimensión.

Sin embargo, aun cuando los documentos señalados, y muchísimos otros, muestran claramente cómo apoyaron la destitución de Allende y el término del Gobierno de la Unidad Popular, a poco andar se transformarían en críticos del Gobierno de la Fuerzas Armadas. No tanto por el tema de los derechos humanos sino, claramente, porque supusieron desde un principio que los militares les traspasarían a ellos el gobierno.  Daban por hecho que Eduardo Frei Montalva asumiría como presidente de La República en breve plazo y jamás se conformaron con que ello no ocurriera.

Pero las Fuerzas Armadas tenían muy claro el cuadro nacional: “La clase política” –toda la clase política, sin excepción– era responsable de que Chile hubiese llegado a los extremos que llegó y había sido incapaz de enfrentarlos y resolverlos.

La democracia había colapsado y el país requería de una institucionalidad renovada y sólida y de una modernización cuyos alcances no tenían cabida en el espectro político tradicional.

Los caminos a seguir diferirían sustancialmente de lo vivido en las últimas décadas. Se requería cirugía mayor.

Impresionante fue presenciar, pocos días después, cómo miles de personas hacían “colas”, ahora no para comprar alimentos, sino para donar objetos que permitieran al nuevo gobierno mantener al país funcionando. Argollas matrimoniales de oro, joyas, abrigos de piel, obras de arte y otros, que luego serían vendidos, se donaban sin titubeos. El respaldo era generalizado.  Hoy, escarbando un poco, se puede ubicar testimonios fotográficos de altos personeros políticos haciendo entrega de sus bienes, voluntariamente, al nuevo gobierno, reconociendo y respaldando su accionar, aunque una gran mayoría hoy lo niegue a pies juntillas.

Pero la campaña externa contra Chile se hacía cada día más fiera.

Últimamente hemos conocido por wikileaks información secreta de cómo, en Octubre de 1973,  El Vaticano  destacaba las exageraciones de la propaganda anti chilena por parte de la izquierda internacional

Eduardo Frei a Mariano Rumor

“Entre los miles de falsedades que se propalaron: Murieron 35 parlamentarios.  Falso. Ninguno.  Fue asesinado Neruda.  Falso y ridículo.  Todos los órganos de publicidad le rindieron homenaje como a nadie en muchos años y en el edificio del Congreso Nacional la bandera se izó a media asta en señal de duelo.

Se destruyó el Hospital Barros Luco, el mayor de Chile.  No hay un solo hospital destruido ni dañado en la más mínima parte.  En el Hospital Barros Luco no hay ni un vidrio quebrado.

A qué seguir. Son cientos de ejemplos.

No ha faltado un programa de televisión en Europa, que presentó como señales de bombardeo vistas del anterior terremoto.”

Personalmente, tuve la oportunidad de constatar  la sutileza de la propaganda anti chilena y de cómo se embaucaba hasta a los más letrados.

En Octubre de 1974, viajé a Europa por primera vez y tuve la oportunidad de reunirme con parientes que vivían en Londres.

Uno de ellos Sir Maurice Laing, presidente de una gigantesca empresa de ingeniería y construcción y miembro del directorio del Bank of England, el Banco Central Británico, mostró un marcado interés por conocer, en directo, por parte de alguien que había vivido el proceso Chile, qué y cómo habían ocurrido las cosas en nuestro país.

Me explayé en lo acontecido en Chile en los últimos años, dándole, por supuesto, antecedentes detallados de lo que a mí me había tocado vivir, de cómo el país estaba yendo al despeñadero con la Unidad Popular y Allende, de cómo una gran mayoría de la población había apoyado y celebrado el Golpe del 11 de septiembre y de cómo Chile estaba siendo reflotado por el Gobierno de las Fuerzas Armadas y las políticas que estaban implementando en distintos frentes.

Sin embargo, estando Maurice informado de una serie de materias sobre Chile, había un tema que no le calzaba y le generaba dudas muy marcadas. Sin rodeos, me dice: –Jorge, por favor, no vayas a interpretar que pienso que puedas estar mintiendo, pero, ¿por qué ahora –y el “ahora” fue muy marcado– el Ejército chileno desfila con el paso del ganso de los nazis? Sonriendo, mi respuesta fue también directa: –Maurice, el paso del ganso jamás ha sido nazi. Es prusiano y ha sido prusiano desde que ellos instituyeron su ejército. En Chile el ejército es copia fiel del ejército prusiano y sus tradiciones, desde que el Gobierno, en 1850, contrató al general Körner, quien lo formó y organizó, y opera con todas esas usanzas y tradiciones. Ahora, si te ha llamado la atención ver al Ejército chileno desfilando con el paso del ganso, te daría un infarto si vieras a la marina chilena, vistiendo el uniforme de Nelson, desfilando también con el paso del ganso.

Con algo de vergüenza me respondió: –Jorge, perdona la pregunta tan estúpida. Lo que lamento, eso sí, es que esa misma respuesta no se la puedas dar a los treinta millones de británicos que vimos en televisión un documental sobre Chile y durante quince minutos lo único que mostraron fue al Ejército desfilando con el paso del ganso. Y tú bien sabes lo que eso nos recuerda y significa en Europa. Los europeos no olvidarán nunca la entrada del ejército Alemán, con paso del ganso, a cuanta ciudad conquistaron al inicio de la Segunda Guerra Mundial.

La propaganda anti chilena no podía ser más sutil y calaba hasta en la gente más educada e ilustrada. Y así siguió por años.

Tal como lo había escrito el ex presidente Eduardo Frei Montalva:

“¿Por qué lo ocurrido en Chile ha producido un impacto tan desproporcionado a la importancia del país, su población, ubicación y fuerza? ¿Por qué la reacción de la Unión Soviética ha sido de tal manera violenta y extremada? ¿Por qué el comunismo Mundial ha lanzado esta campaña para juzgar lo ocurrido en Chile y para atacar a la Democracia Cristiana?
La razón es muy clara.
Su caída ha significado un golpe para el comunismo en el mundo. La combinación de Cuba con Chile, con sus 4.500 Kms. de costa en el Pacífico y con su influencia intelectual y política en América Latina era un paso decisivo en el control de este hemisferio. Por eso su reacción ha sido tan violenta y desproporcionada.
Este país les servía de base de operación para todo el continente. Pero no es sólo esto. Esta gigantesca campaña publicitaria tiende a esconder un hecho básico: el fracaso de una política que habían presentado como modelo en el mundo.”

En Europa y otras latitudes se lo creían todo y el clima hostil hacia Chile crecía y aumentaba.  Imposible no creerlo, la televisión y la prensa lo propagaban sin que nadie pudiera o se atreviera a desmentirlo.

El “miente, miente, que algo queda” daba jugosos dividendos.

También, un año después del cambio de gobierno, los obispos chilenos, en el documento Evangelio y Paz, consignaban: “Reconocemos el servicio prestado al país por las Fuerzas Armadas al liberarlo de la dictadura marxista que parecía inevitable y que habría sido irreversible, una dictadura que se habría impuesto contra la mayoría del país y que después habría aplastado a esa mayoría.... En ese sentido, creemos que es justo reconocer que el 11 de septiembre, las Fuerzas Armadas interpretaron los deseos de la mayoría, y que al hacerlo, libraron al país de un obstáculo inmenso”.

Sin embargo, si hoy en día, alguien tiene la “osadía” de insinuar algo favorable con relación al Gobierno de las Fuerzas Armadas o criticar lo ocurrido durante los años de la Unidad Popular, lo 'funan' o aparecen coros de voces aullando contra “el dictador” o los “criminales” o “asesinos” que apoyan su gestión.

Tampoco ha faltado el “iluminado” que ha propuesto que se inhabilite de por vida a todos quienes participaron en el Gobierno de las FF AA, militares y civiles, para ocupar cargos públicos.

He llegado a convencerme que, más que atacar  al Gobierno de las FF AA, lo que buscan es ocultar lo que realmente ocurrió durante la UP.

Pero, aunque fuera nadando contra la corriente, había que levantar el país desde las cenizas.

En el frente interno, la tarea de reorganizar y reconstruir el país fue prioritaria. Al mismo tiempo, el frente externo debió atenderse, también, desde un principio. Los embargos a las exportaciones de cobre y las demandas contra el Estado de Chile por las expropiaciones sin compensaciones en que se había embarcado la Unidad Popular seguían penando y mientras no fueran resueltas Chile tendría problemas serios en su comercio exterior.

Chile estaba en “lista negra y la confianza en el país, elemento fundamental para desarrollar cualquier actividad entre personas, instituciones o países,  simplemente no existía.

Mientras internamente se adoptaba medidas de emergencia para remontar las dificultades, incluido el horario de trabajo obligatorio en días sábado tanto para instituciones públicas como privadas, para el exterior se diseñaba  y organizaba el trabajo de especialistas para que negociaran condiciones que permitieran destrabar el bloqueo y retención de productos chilenos, convinieran formas de compensaciones  por las propiedades expropiadas a empresas extranjeras y renegociaran deudas contraídas por el Estado de Chile.

CIVILES AL GOBIERNO

Durante todo ese primer año del Gobierno de las Fuerzas Armadas, aunque un grupo de economistas civiles tuvieron una marcada influencia en los lineamientos establecidos en el área económica, como era de esperar, prácticamente todos los cargos del gabinete ministerial, las subsecretarías, las intendencias y las gobernaciones fueron ocupados por uniformados.

Pero transcurridos ya doce meses del nuevo gobierno se hizo patente que se requería de la participación de especialistas en las distintas áreas que pudieran aportar sus conocimientos específicos en materias económicas y de manejo y gestión gubernamental. Sería el comienzo del ingreso a mayor escala de civiles a cargos clave de la administración, sumándose a los numerosos civiles que, desde un principio, integraron las Comisiones Legislativas de la Junta de Gobierno.

Personajes como Sergio de Castro, Jorge Cauas, Pablo Barahona, Miguel Kast, Fernando Léniz, Sergio de la Cuadra, Hernán Buchi, Hernán Cubillos, Samuel Lira, Miguel Schweitzer, René Rojas, Hernán Felipe Errázuriz, Enrique Valenzuela, Modesto Collados, José Piñera, Carlos Cáceres y tantos otros, ocuparon cargos clave de la administración y, aunque temporalmente ignorados, tendrán un sitial destacado en la historia de Chile de fines del siglo XX.

El “Gobierno Militar” rápidamente iría derivando a un “Gobierno Cívico-Militar”, en que miles de renombrados profesionales se incorporarían a las distintas tareas orientadas a reconstruir el país devastado, a desarrollar nuevas actividades productivas, a generar fuentes de trabajo y a dar una organización moderna al país.

Pero, si había algo en Chile que escaseaba en forma marcada para llevar adelante estas tareas era el elemento fundamental para desarrollar cualquier actividad:   la confianza en el país

A partir de 1974, en Chile se da paso a cambios trascendentales orientados revertir la situación de inseguridad y de desconfianza para invertir, que se arrastraba por demasiado tiempo: Se establece una economía abierta con fuerte acento en la iniciativa privada, en reemplazo del estatismo y centralismo de los anteriores 60 a 70 años y, paralelamente, se promulgan legislaciones y normas que incentivan la inversión privada, garantizando un trato igualitario y no discriminatorio a inversionistas nacionales y extranjeros.

Elemento fundamental de este proceso es la promulgación del estatuto del inversionista extranjero, más conocido como el Decreto Ley 600 de 1974 o, comúnmente, DL 600

La importancia de este cuerpo legal, promulgado el año 1974, no pasa inadvertida y en 1992 es ratificado en forma unánime por el Congreso Pleno, en todas sus partes, pero con un nuevo número. La ley N° 19.207. Irónicamente, nuestra clase política requería “legitimar” iniciativas hechas realidad por el Gobierno de las FFAA.  Pero también, irónicamente, esa legislación aun se conoce e identifica como el DL 600 de 1974 y a nadie le preocupa el número que se le haya dado con posterioridad.

Tales legislaciones y normas garantizan una seguridad jurídica que se traduce en reglas del juego claras y estables en el tiempo.

Ahora, restablecer confianzas no es algo que se impone o que se logra por decreto.

La legislación promulgada podía aparecer como  muy atractiva, pero en los últimos años  el gobierno de Chile había expropiado a diestra y siniestra sin compensación alguna o había incumplido los compromisos contraídos.

¿Por qué habría que creer y confiar que el Chile expropiador se había convertido, de la noche a la mañana, en un Chile respetuoso de las leyes y cumplidor de sus obligaciones?

La respuesta a esa interrogante no es precisa, pero algo hubo de ayuda de la Providencia o, simplemente, suerte.

Lo que ocurría en Chile también era monitoreado desde afuera por quienes veían con buenos ojos el cambio de gobierno.

Coincidió con la publicación del DL 600 que un norteamericano, John Duncan, presidente de una compañía minera en Estados Unidos, conocedor de Chile, que había residido en Chile y Perú, había seguido muy de cerca los acontecimientos que se venían desarrollando en el país  después del cambio de gobierno y, cuando supo del Decreto del Inversionista extranjero, no le tomó mucho tiempo para enviar a Chile a geólogos para que exploraran el ambiente local  y las posibilidades de inversión en minería.

Sería el inicio de los trabajos geológicos que determinaron la viabilidad de desarrollar un yacimiento con minerales de oro, plata y cobre en la alta cordillera de la IV Región.

Después de seis años de exploraciones y prospecciones, de estudios de factibilidad, de diseños de ingeniería y de construcción de un complejo industrial para el procesamiento de minerales, se inauguraba la mina El Indio. Era el primer proyecto desarrollado al amparo del DL 600 de 1974.

Pero no se trataba de un yacimiento minero común y corriente: En las últimas etapas de la exploración geológica se habían detectado vetas con contenidos de oro absolutamente inusuales.

Para ilustrar qué lo hacía distinto de otros proyectos mineros, cabe mencionar que mientras hoy en día se considera una buena mina de oro a la que tenga minerales con 6 o 7 gramos de oro por cada tonelada de mineral extraído, en El Indio se ”cortaron vetas” con contenidos de 3.500 gramos.  Ese tipo de yacimiento mineral ya no existía en el mundo, pero esta “rareza” había sido descubierta en la cordillera chilena.

La noticia corrió como reguero de pólvora y fue transmitida  a todos los vientos por publicaciones especializadas y “el mundo minero internacional” volvió sus ojos hacia Chile.

Ese país chico, distante y subdesarrollado ahora se convertía en “prima donna”.

Era el inicio del boom minero chileno que llevaría al desarrollo de innumerables minas nuevas, a que Chile se convirtiera en el mayor productor de cobre del mundo,  a que sus exportaciones mineras lleguen hoy a los 70.000 millones de dólares, que ciudades como Iquique, Antofagasta, Copiapó, La Serena, Coquimbo y los pueblos vecinos, alcanzaran el nivel de prosperidad que hoy en día exhiben, lo que, a todas luces, se ha traducido en un notable mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes y, no menos importante, a cuantiosas contribuciones al Estado de Chile.

Pero, además, El Indio había mostrado a la comunidad internacional que las leyes y normas se cumplían y que Chile había dejado de ser un país de alto riesgo para las inversiones.

En un plazo de 15 años, Chile experimenta un cambio radical en materia de inversión local y extranjera y de ahorro interno que lo lleva a un crecimiento sostenido como jamás había tenido en su historia.

El Indio será recordado en la historia minera de Chile, mucho más que por sus importantes producciones de oro, plata y cobre, por haber sido el detonante de ese boom minero que cambió las dimensión de la minería nacional, la que, a su vez, marcó el inicio de la senda exportadora que condujo a Chile a la diversificación de sus actividades y a un crecimiento económico sin precedentes.

El impacto de la nueva legislación, y en particular del decreto del inversionista extranjero, ha sido de tal magnitud en la actividad nacional,  que hoy se puede diferenciar entre el Chile antes y el Chile después del     DL 600.
Se había dado inicio a los cambios trascendentales que llevarían a Chile a la posición de país conocido,  respetado y conectado con el mundo, que ostenta hoy.
Quedaba atrás el  nefasto régimen de “sustitución de importaciones” promovido y respaldado durante décadas por la CEPAL que mantuvo al país “encerrado” en si mismo durante años, sin posibilidad  de desarrollar sus potencialidades.

Hay un hecho que ha tenido repercusiones hasta hoy día para Chile, el que no es mayormente conocido: La International Telegraph and Telephone, la ITT, propietaria en Chile de la Compañía de Teléfonos, había sido expropiada por el Gobierno de la UP sin compensación alguna. La ITT tenía demandado al Estado de Chile ante tribunales internacionales y, por supuesto, la demanda seguía vigente después del cambio de gobierno.

Se llegó a un avenimiento entre las partes y el Estado de Chile extendió un cheque por el equivalente hoy a  US$ 220.000.000.

Sin embargo, para sorpresa de todos, la ITT, una vez recibido el pago, anunció que lo devolvía al Gobierno de Chile, en su totalidad. Para la ITT lo relevante era el cumplimiento de los compromisos contraídos entre la empresa y el Estado chileno, lo que había sido vulnerado por el Gobierno de Allende.

Eso sí, la cantidad involucrada debería tener un fin específico.  Se destinaría a la creación de una institución cuyo único objetivo sería la investigación y la transferencia o importación tecnológica.

Así nació la Fundación Chile, la que ha colaborado y aportado en un sinnúmero de proyectos en el país, particularmente en las áreas de la agricultura y la acuicultura. Uno de esos proyectos, que ha sido particularmente relevante para las exportaciones chilenas y para el desarrollo de las regiones al sur de Puerto Montt, fue el de la salmonicultura.

Chile, de ser un país donde el salmón no existía, a partir de este proyecto se transformó en el segundo productor de salmón a nivel mundial, después de Noruega, y sus exportaciones bordean los tres mil millones de dólares.

Vendrían a continuación un sinnúmero de iniciativas que darían solidez al andamiaje que se empezaba a levantar: la autonomía del Banco Central, la reforma previsional, la regionalización, la reforma laboral, las universidades privadas, la legislación del mercado de capitales, la educación municipalizada y tantas otras.

No menor, fue el hábil manejo de los conflictos con Perú y Argentina que nos tuvieron al borde de guerras cuyos efectos seguiríamos lamentando.

Igualmente  trascendentales han sido diversas  obras de infraestructura en caminos puertos y aeropuertos, destacándose especialmente la Carretera Austral.

Chile, con sus cuatro mil quinientos kilómetros de longitud, solo estaba comunicado por vías terrestres entre su frontera con Perú, por el Norte, y la ciudad de Puerto Montt, por el Sur, esto es, los mil quinientos kilómetros de territorio ubicados al sur de Puerto Montt no tenían conexión terrestre con su propio país. El aislamiento y abandono de toda esa zona era tal, que sus habitantes no tenían otra alternativa que hacer sus compras o recurrir a hospitales y médicos en Argentina.

La Carretera Austral, de alrededor de mil kilómetros de largo, abrió horizontes insospechados para los habitantes de la Región de Aisén y, en la práctica, significó “incorporar un país al país”. Y un país increíblemente hermoso, con una naturaleza exuberante y prácticamente intocado por el hombre.

El desarrollo que ha experimentado esa zona, desde entonces, ha sido extraordinario. Sus productos agrícolas pueden acceder a mercados antes inalcanzables y para el desarrollo de la industria del salmón ha sido elemento clave. El turismo, a nivel mundial, ha obtenido un destino incomparable para los amantes de la naturaleza y de la aventura.

Por su parte, Chile ha incrementado su potencial energético a partir de los numerosos y caudalosos ríos de la región y multiplicado sus reservas de agua en forma extraordinaria.

El impacto de la Carretera Austral es tal, que en 1994 el entonces ministro de Obras Públicas, Ricardo Lagos Escobar, más tarde presidente de La República, declaraba a la prensa (El Mercurio 2 de Diciembre de 1994): "Carretera Austral es una de las Obras Más Importantes en Historia de Chile". El Ministro de Obras Públicas, Ricardo Lagos, calificó la construcción de la carretera austral como una de las obras de ingeniería más importantes de la historia del país y dijo que "cuando se escriba la historia de Chile en el siglo XX, uno de los elementos más destacables va a ser la construcción de esta ruta"

PLEBISCITO DE 1988

El 5 de Octubre de 1988 se realiza el plebiscito contemplado en la Constitución de 1980 para definir la sucesión presidencial y la votación mayoritaria por la opción NO abre las puertas a una campaña electoral feroz para la elección de Presidente de La República y de los miembros de ambas cámaras del Congreso Nacional para las elecciones a realizarse  en el plazo de un año, según esa misma Constitución de 1980.

Las promesas de campaña de la Concertación por la Democracia, la oposición al Gobierno de las FFAA, consideraban la abolición del Estatuto del Inversionista Extranjero, el DL 600, la expropiación de toda la inversión extranjera, particularmente en la minería, y, en definitiva, el desmantelamiento de la obra desarrollada por el Gobierno de las FFAA.

Notable fue, por ejemplo, la participación en esa campaña de Radomiro Tomic quien convenció al gobierno y empresas finlandeses de no desarrollar el proyecto minero Cerro Colorado en Iquique ya que perderían su inversión. O la del dirigente sindical Manuel Bustos, quien, en Australia, pregonó a todos los vientos que las inversiones australianas en La Escondida y en El Indio serían expropiadas en cuanta se produjera el cambio de gobierno.

Pero, nuevamente, La Providencia tendió  Su  mano a Chile

En Noviembre de 1989, sin que nadie lo hubiera vaticinado, ni siquiera sospechado, cae el Muro de Berlín y desaparece la plataforma que sustentaba a los expropiadores, los demoledores y los impulsores del Estado totalitario.

Ninguna de esas promesas de campaña se cumplió: al DL 600 no se le cambió una coma, la Ley Orgánica de Concesiones Mineras no ha variado un ápice y, en los 23 años transcurridos desde entonces, no se ha expropiado un solo yacimiento minero ni se ha modificado la esencia y los fundamentos que permitieron “cambiarle la cara” al país y, en los años recientes, el desarrollo de obras públicas mediante concesiones a privados o la suscripción de tratados de libre comercio con un sinnúmero de países en las más variadas latitudes.

Interesante sería desarrollar hoy un “modelo” para Chile, considerando que, efectivamente, los militares hubiesen entregado el mando de la Nación a la “clase política” de los años 60 o que, después del cambio de mando en 1990, las nuevas autoridades hubieran cumplido sus promesas de campaña y desmantelado la obra del gobierno de las FF AA, nacionalizando la inversión extranjera, aboliendo la Constitución y las Leyes Orgánicas o las normas laborales.

¿Cómo sería Chile hoy, cuarenta años más tarde, sin economía de mercado pero con las mismas posturas de la CEPAL (Centro de Estudios para América Latina) recomendadas y aplicadas en toda Sudamérica, de “sustitución de importaciones” y aranceles aduaneros prohibitivos?  ¿Existirían las innumerables actividades orientadas a las exportaciones si, como era en ese entonces, se mantuviera los impuestos a las exportaciones y las trabas paralizantes a la actividad privada?  ¿Se mantendrían las elecciones fraudulentas, como las de marzo de 1973?  ¿Cómo sería Chile sin inversión extranjera?  ¿Sin universidades privadas?  ¿Sin Asociaciones de Fondos de Pensiones?  ¿Sin Banco Central autónomo?  ¿Sin carreteras concesionadas? ¿Seguiría en el olvido y abandono Aisén sin Carretera Austral?  ¿Se mantendrían las antiguas discriminaciones entre obreros y empleados?

¿Qué país en el mundo habría estado dispuesto a pactar tratados de libre comercio con un Chile mediocre e insignificante?  ¿Habría la OCDE, el llamado “club de los países ricos” siquiera considerado la incorporación de Chile?

Por lo menos, en esos años, modificar las viejas prácticas o incorporar nuevos conceptos era impensable.  Lo más probable es que Chile sería aun un país subdesarrollado, tercermundista y con índices de pobreza y marginalidad inaceptables.

Las políticas y los cambios mencionados pusieron a Chile a la vanguardia en Sudamérica y en equivalencia a países más organizados y desarrollados.

“El modelo” instaurado, eso sí, demandaba que la ciudadanía operara basada en la rectitud, honestidad, integridad y esfuerzo personal, con una ética económica y laboral propias de lo que se conoce como work ethic en la cultura anglosajona.

En mi opinión, “el modelo” no solo ha funcionado sino que es el único modelo que, tanto en Chile como en el resto del mundo, ha permitido el crecimiento económico y alcanzar importantes niveles de prosperidad.

Hoy se oye a menudo, por parte de los agoreros de siempre, que lo que está mal y hay que cambiar es “el modelo”.  No se indica, sin embargo, cuál es “el modelo alternativo”.  A mi entender, no lo hay.  No es “el modelo” el que falla, lo que sí debe cambiarse, y rápido, es la actitud de algunos actores, apuntando a que la ética, el respeto a la palabra empeñada, a la ley y a la autoridad y la rectitud generalizada sean parte del ADN de gobernantes y gobernados.

En este sentido, de no imponerse sanciones severas a abusos y malas prácticas comerciales, desmanes y agresiones a carabineros, licencias médicas fraudulentas u otros delitos ya de ocurrencia reiterada, tales prácticas continuarán e irán minando la solidez que, en un momento, logró Chile.

FIN DEL GOBIERNO DE LAS FF AA Y DE ORDEN

El 11 de Marzo de 1990, asume la presidencia de La República Patricio Aylwin Azócar, quien había obtenido la mayoría de los votos en la elección de diciembre de 1989.

La democracia, atropellada y destruida veinte años antes por la “clase política” era restituida por el Gobierno de las FF AA, tal como lo estipulaba Constitución de 1980.

Chile se constituía en el primer país en la historia de la humanidad en que un “dictador”, hacía entrega del poder a un sucesor elegido, democráticamente, según las reglas y normas establecidas de antemano por el Gobierno que ese mismo “dictador” presidiera.

Pensando en cómo describir en unas pocas frases lo que fue el legado del Gobierno de las Fuerzas Armadas y de Orden, más allá de lo que habitualmente se menciona respecto al modelo económico, lo describiría, primero, como un gobierno con visión de Estado, que desarrolló iniciativas y políticas orientadas al largo plazo.  Algunos ejemplos: La apertura al mundo, la Carreteras Austral, y las universidades privadas, creadas en los años 80, las que han permitido que de un número de doscientos cincuenta mil alumnos que ingresaban a la universidad en 1980 se haya logrado que en el 2010 ese número de alumnos llegara a un millón doscientos cincuenta mil.  Ni más ni menos que las oportunidades para la juventud se multiplicaron por cinco en un lapso de treinta años.

Algo similar ha ocurrido con la implementación de una economía de mercado y el impulso a la actividad privada, que se han traducido en la generación de iniciativas empresariales y laborales para las que, con anterioridad, no había espacio.

El solo hecho de que, en la práctica, haya desaparecido el concepto tan marcado de que el Estado y el sector privado eran enemigos acérrimos y hoy se los considere como socios o que se deben complementar entre sí, es un logro notable.

Por otro lado, algo que para mí era una deuda que el país arrastraba por ya demasiado tiempo, y que por trascendental prácticamente no se menciona: el haber terminado definitivamente con las diferencias y discriminaciones entre empleados y obreros, lo que constituye casi una paradoja, ya que, habiéndose arrastrado por décadas un sistema laboral que discriminaba en forma brutal entre empleados y obreros, con distintas formas de remuneración, unos por mes, los otros por día y con sistemas previsionales con diferencias aberrantes, haya sido un gobierno autoritario el que terminara de raíz con esas diferencias, eliminando las categorías de empleados y obreros, reemplazándola por una sola, “trabajadores”, todos con formas de remuneraciones y sistemas previsionales idénticos. Curiosamente, nunca un partido de izquierda se preocupó del tema. Quizás esas diferencias les eran muy útiles cuando pregonaban su “lucha de clases”.

Es este el ansiado escenario de la "ACCION" que añoraba el presidente de La República en 1965, el que está permitiendo dejar atrás definitivamente ese otro escenario "de la frustración nacional, de las injusticias acumuladas y de la pobreza creciente".

Quienes no vivieron esa etapa de la Historia Patria, podrían dar por descontado que la realidad del Chile de hoy es algo  que ha surgido de un proceso natural. Por lo demás, los medios de comunicación se han encargado, y con éxito, de desprestigiar al Gobierno de las FF AA y de ocultar la realidad del Chile de los años 60 y principios de los 70. 

Quienes sí la vivimos, podemos dar fe del cambio gigantesco entre el Chile de los 50 y 60, gris y opaco y el Chile de hoy, pujante y emprendedor y del inmenso, dedicado y patriótico  trabajo desarrollado por muchos para lograrlo, desafiando brutales presiones externas y tendencias políticas en boga y combatiendo los lastres que el país arrastraba por décadas.

El resultado, lo disfrutan ustedes hoy, con un país moderno, diversificado en sus actividades, conectado al mundo, con un horizonte ilimitado de oportunidades y que ha evolucionado de País Pequeño y Desconocido a Nación Admirada y  Respetada.

Santiago, setiembre de 2013

 

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