El reino en que queremos vivir
Autor: Francisco Bascuñán Letelier | Fecha: 2013-05-31 | ID: 179 | Categoría: Espíritu | Tema: Cristología | Tipo: Pensamientos
Un estimado amigo, agnóstico y escritor de profesión, publicó hace pocos días atrás, una carta dirigida a Dios. Lejos de de poderle dar un consejo literario, sí le puedo decir que las cartas dirigidas Dios se escriben de una manera diferente. Se escribe así:
Sr.
Padre Bueno
Palacio Real s/n
El Cielo
Estimado dignatario:
Por medio de la presente, vengo a solicitar se me cumpla un deseo para lo cual delego un poder:
1.- Deseo vivir en tu reino, (para ello),
2.- Delego mi voluntad en la tuya.
Atte.
FBL
Terrícola
o bien...
Padre Nuestro
que estás
en el Cielo
Santificado sea tu nombre:
1.- Venga a nosotros Tu Reino,
2.- Hágase Tu voluntad aquí en la tierra como en el Cielo
Amén
FBL
Terrícola
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P.D.
Considerando lo dicho en otro acápite: "Pide y se te concederá", entendemos que con esta petición, tan precisa y profunda, recién se inicia la Gran Cuestión:
¿Cuál y cómo es el reino que estamos pidiendo para vivir?
Tratando de responder a esta elemental pregunta, nuestra primera elección general, podríamos decir una macro elección, consistiría elegir entre un reino bueno y uno malo. Para ello, debemos de autodefinirnos qué es el 'bien' y el 'mal' para nosotros. Para cada uno de nosotros, de acuerdo a nuestra propia conciencia.
En seguida, hecha la primera macro elección, vamos a suponer que para haber llegado a tal elección, tendríamos que haberle dado un sentido al reino, o sea, un sentido a nuestras vidas de formas que ellas tiendan hacia la dirección elegida. Caso contrario, daría lo mismo la elección que hayamos hecho, como así también daría lo mismo el reino en que vivamos; incluso estaría de más la carta propiamente tal. Seríamos, como dice la jerga, un "mojón flotando en una acequia", que va para donde va el agua. En general, nuestras vidas no son así, con el transcurso del tiempo vamos tomando decisiones en uno u otro sentido, vamos forjando nuestro destino, vamos formando nuestro reino en que vivimos; y somos los únicos responsables de esto.
Mientras más pasa el tiempo, la realidad se hace más y más compleja. Intervienen fuerzas encontradas que hacen tambalear las brújulas. Ante esta desolación, nacen los iniciados que dan origen a las religiones; todo ello en apoyo a nuestras grandes decisiones y al forjamiento de nuestro reino.
[Me encuentro releyendo una serie de libros sobre la vida y obra de "Los Grandes Iniciados" y que en conjunto, constituyen una obra maestra de la literatura universal, tanto en su contenido como en su forma, escrita en 1889 por el poeta y filósofo francés Eduard Shure]. (bajar la obra completa en .pdf).
Jesús, considerado como el último de los grandes iniciados, tanto por su vida como por sus enseñanzas, le dio nombre y sentido a una 'era' que ya lleva dos mil años en el desarrollo espiritual del ser humano. Y esto, a pesar de las religiones que lo intentan absorber para sí e interpretar a su amaño, dejando mucho que desear y limitándolo en muchos aspectos.
Este Jesús, define radicalmente lo que para Él es el bien y nos recomienda un camino para lograr un objetivo que también define. Para probar y convencernos de lo que dice, se enfrenta de tal manera al mal que para derrotarlo entrega su vida para luego resucitar y vencer tanto al pecado como a la muerte ('pecado' como acción consciente de actuar mal).
En realidad, después de mucho pensar, se concluye que no ha habido un iniciado más grande que Jesús y muy difícil que lo haya en un futuro, tal y como Él mismo dijo, se le considera como Dios en persona. (Los estudios teológicos y cristológicos darán cuenta de esto).
Para definir el bien y el mal, para enseñar un camino y para señalar un sentido, u objetivo, Jesús se sale de los moldes que forjaron al ser humano; se sale del egocentrismo que muchas veces en la evolución humana nos proporcionó la sobrevivencia, se sale de la conveniencia personal, y se abre hacia los demás, se abre hacia el amor gratuito al prójimo. Y eso es todo, tan simple y tan radical como eso. Objetivo: la vida después de la vida.
Simple, porque es entendible aún para quien no lo quiera entender: amar al prójimo sin importar quién. Cambió el "ojo por ojo, diente por diente", por el "ama hasta tus enemigos". Camino simple de entender, y aunque no imposible, difícil de lograr.
Radical, porque en nuestro permanente accionar, cada momento de nuestras vidas, nos lleva a elegir y decidir si lo que haremos es para un bien personal o para el bien del prójimo. Y, también radical, porque hace que la construcción de nuestro mundo, nuestro reino, sea de nuestra propia responsabilidad individual ya que individual es nuestra conciencia donde acrisolamos nuestras indesmentibles decisiones.
Tan simple y tan radical como el "Reino del Amor", dio origen a una era de la humanidad.
Francisco Bascuñan Letelier
Los Maitenes, Mayo 2013