Deuda futura y deuda presente

Autor: Jorge López Bain | Fecha: 2011-07-31 | ID: 378 | Categoría: Cosmos | Tema: Interés público | Tipo: Ideas, propuestas y proyectos

Desde hace ya algún tiempo, los chilenos venimos escuchando voces que nos recuerdan de una deuda contraída para con las generaciones futuras como consecuencia del deterioro ambiental que el país ha experimentado por la acción imprevisora de la sociedad.

También, y desde hace más tiempo, venimos escuchando otras voces que resaltan la situación de los más pobres del país.

Sin embargo, mientras para la deuda ambiental hay iniciativas concretas entre las que se incluyen proyectos de ley actualmente en estudio en el Congreso, son pocas las ocasiones en que se puede palpar en forma directa y, simultáneamente, visualizar vías de solución para esa otra dramática deuda que el país tiene vigente y viene arrastrando desde hace decenios: la extrema pobreza que golpea a un importante sector de la población, cuyo abandono y postergación debieran estremecer y avergonzar a la sociedad.

Una de esas ocasiones se dio cuando, hace algunos días atrás, fueron inauguradas las instalaciones que permiten la conexión eléctrica a la Isla Grande de Chiloé mediante un tendido aéreo que garantiza tanto la seguridad del abastecimiento energético como también la capacidad de duplicar y eventualmente triplicar la capacidad de dicho abastecimiento en comparación con las antiguas instalaciones submarinas.

Quienes estuvimos presentes en la ceremonia inaugural fuimos testigos, además de la puesta en funciones de las obras de ingeniería, las que se comparan con pocas en el mundo, de un impactante acto durante la presentación de bailes y cantos locales por parte de un grupo de isleños con sus tenidas típicas: uno de los miembros del grupo, representando a la comunidad de la Isla, con palabras profundas y emocionadas, simbólicamente, apagó para siempre la vela que hasta ese momento había sido el principal elemento de iluminación para una parte importante de la población de Chiloé.

El acceder a la energía eléctrica en forma estable y segura pasaba de sueño a realidad.
Se saltaba del Siglo XVIII a las puertas del siglo XXI.

A un sector del Chile en "Blanco y Negro" se le abría la oportunidad para entrar al "País a Color".

A mediados de 1993 Chiloé, en materia de energía eléctrica, se ponía al nivel que había alcanzado el centro del país en los años 30 cuando se puso en marcha el Programa Nacional de Electrificación que permitió a Chile iniciar sus pasos hacia la industrialización, el desarrollo y el crecimiento económico.
La brecha que se había ido produciendo a lo largo de casi seis décadas, con relación a otras Regiones que ya contaban con electricidad, se estancaba e iniciaba su retroceso.

La percepción de que a partir de la electricidad se abrían las más variadas oportunidades llenaba el ambiente de sentimientos de alegría, esperanza y fé en el porvenir.

La emoción llegó al máximo cuando, con todos los presentes de pie, se entonó la canción de Chiloé.

Chiloé, con la energía asegurada, podía ahora traducir esas oportunidades en realidades: de educación acorde a los tiempos, de trabajo estable, de servicios confiables, en dos palabras de mejores niveles de vida. Impulsar y materializar esas aspiraciones se tornaba posible. La energía estaba disponible. La oportunidad ausente por tanto tiempo estaba a la mano.

Para lograr este acontecimiento, sin embargo, no bastó construir las inmensas torres que sostienen los cables que cruzan el canal de Chacao en una distancia cercana a los tres kilómetros.

Previamente se requirió de las instalaciones capaces de generar y transportar la energía hasta Chacao. De las plantas hidroeléctricas y las líneas de transmisión que desde fines de los años 30 se han ido construyendo en distintos puntos del territorio, aprovechando la energía

natural en beneficio de los chilenos: Pilmaiquén, Abanico, Cipreses, entre las primeras, luego Pullinque, Rapel, El Toro, Antuco y Colbún Machicura y ahora último Pehuenche y Canutillar .

Pero, tal como Chiloé antes de esta histórica ocasión, ¿cuántas otras zonas del país, particularmente aquellas más aisladas, aun permanecen en el más frustrante abandono, principalmente por no contar con electricidad?

¿Qué oportunidades de mejoramiento y surgimiento tienen miles de chilenos para quienes la energía eléctrica es algo remoto o de un mundo al que no tienen acceso?

¿Cuántas escuelas fronterizas, algunas incluso con alumnos internos, sólo cuentan con velas o chonchones para iluminarse, mientras para las escuelas de Santiago y algunas otras ciudades la prensa destaca con grandes titulares un "Creciente Uso de Computadoras en Educación Infantil"?

¿Cuántas décadas deberán transcurrir para que uno de esos alumnos de Escuelas Fronterizas pueda sentarse frente a un computador?

¿Es que esos chilenos no pueden aspirar siquiera a la oportunidad de contar con medios que les permitan surgir?

Es usual escuchar como argumentos para justificar la construcción de nuevas plantas hidroeléctricas el que el país tiene una mayor demanda de energía para mantener y ojalá incrementar sus tasas de crecimiento.

Esos argumentos, aunque implícitamente consideran el mejorar los niveles de vida de los sectores más pobres del país si se tiene en cuenta que la principal vía para lograrlo es precisamente el desarrollo y crecimiento económico como nación, no destacan con la necesaria elocuencia que el país mantiene aun una deuda que se arrastra por décadas y que tiene relación directa con todas esas zonas aisladas, con sus aldeas, villorrios, caseríos y localidades rurales que aun no cuentan con energía eléctrica en forma estable o, peor aun, simplemente no visualizan contar con ella en un futuro cercano.

Esa deuda requiere que con urgencia se construya y se ponga en servicio Pangue, Curillinque, Loma Alta y todas las plantas hidroeléctricas que Chile requiera para asegurar el suministro de energía a la totalidad de sus habitantes y abrirles las oportunidades a las que ya la mayoría de los chilenos tiene acceso.

Saldar esa deuda, por otra parte, no tiene por qué producir alteraciones desproporcionadas al medio ambiente ni repercutir en "la deuda a futuro". El país lo viene comprobando por varias décadas, desde que se inició la construcción y operación de las distintas plantas hidroeléctricas que hoy producen la energía que el país consume.

Muy distinto, sin embargo, es que la sociedad chilena se arrogue la autoridad moral para establecer restricciones ambientales excesivamente rigurosas que den mayor prioridad a la conservación absoluta del paisaje o la preservación intocada de ambientes naturales o, incluso, la bajada de ríos en balsas por minorías, antes de saldar esa deuda que divide al país en chilenos de primera y de tercera categoría.

Pretender establecerlo antes de saldar esa patética deuda equivaldría a incrementar aun más la brecha existente, relegando a los más pobres a la miseria sin destino y negar indefinidamente a un importante sector de chilenos el acceso a una educación propia de fines de los 90, a viviendas dignas equipadas con instalaciones y artefactos hoy indispensables en cualquier hogar, a servicios de salud acordes con las tecnologías actuales y, en general, a alcanzar a través del trabajo los niveles de vida como los que ya ha alcanzado buena parte del país.

En cambio, establecidas las condiciones para ir dejando atrás la pobreza a través de las oportunidades que se generan con el solo hecho de contar con energía en forma segura, se habrán echado las bases para abordar esa "deuda hacia las generaciones futuras" en forma justa, efectiva y con el respaldo de todos.

Jorge López Bain
Jorge Lopez Bain
Ingeniero Civil
Santiago, Julio de 1993

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